Equinocio de verano (Parte I). 40º Muzyka w Starym Krakowie
Finales de agosto, el verano le ha amputado ya una hora de sol al ocaso de Cracovia. El efecto es fácilmente perceptible a simple vista a través de las vidrieras de las iglesias que contrarrestan con música el declinar estival. Ya puede hacer calor en las horas centrales del día – Polonia tampoco se ha salvado este año del incordio canicular -, a las ocho y media es noche cerrada. No hay vuelta de hoja.
La mayoría de festivales se reinventan antes de inventarse, porque ya sabemos hoy el producto caduca antes de salir al mercado. No es el caso, afortunadamente, del Muzyka w Starym Krakowie (Música en la vieja Cracovia), que este año ha cumplido 40 años y sigue fiel a sus cimientos fundacionales, sin rastro de adulteración, ni concesiones al mainstream para hacer caja. En España no pocos festivales de música clásica se han convertido en sucedáneos incatalogables que, amparándose en el crossover y el hisperismo, mezclan churras con merinas. No se trata de dar cancha aquí al talibanismo cultural intransigente, no me malinterpreten. Un poco de exotismo en la programación siempre viene bien, pero me pregunto que pasaría si en el Festival de Benicasim o en el Festival de Vitoria programaran más conciertos de cámara que indie o jazz.
Cuando a mediados de junio el violinista ruso-americano-israelí Vadim Gluzman concluyó con la célebre Polka de Schnitke su concierto con la Sinfonietta Cracovia, en las antiguas cocheras del tranvía de Cracovia, en pleno Kazimierz, uno salía al exterior y no se percataba para nada de la presencia de las farolas. Jaakko Kuuisisto concluyó el pasado 28 de agosto su elegante programa Sibelius- Kreisler (también acompañado por la Sinfonietta) con una airosa danza popular finesa. Para entonces el cielo raso descrito por la techumbre claustral de la Universidad Jagielloinska no era celeste, sino negruzca. Los festivales de verano dejan de serlo del todo cuando uno advierte, con pesar, el déficit de luz, incongruente con las manecillas. El reloj biológico estival, un espejismo.
Philharmonia Quartett Berlin. 17 de agosto, Claustro del Convento Franciscano
El Cuarteto de las Disonancias de Mozart bien merece codearse con las grandes partituras del repertorio camerístico. El Philharmonia Quartett Berlin reivindicó en el retiro monacal la vis más profunda del salzburgués, desenmascarando esa faz de aparente genialidad liviana.
Hace años que me gusta inferir el máximo común denominador, contenido consciente o inconscientemente en cualquier programa. Los berlineses presentaron un engañoso programa que contenía Schubert, Mozart y Beethoven, la quinta esencia del clasicismo vienés. A priori. Si analizamos, no obstante, las obras seleccionadas, son precisas las puntualizaciones.
Quién sabe si la criba (Cuarteto en do mayor KV 465 “de las Disonancias” de Mozart, el Movimiento para cuarteto de cuerda en do menor de Schubert y el Cuarteto en Re Mayor op.130, de Beethoven), pueda servir de rudimentario puente hacia la segunda Escuela de Viena. Las tres obras se apartan, en mayor o menor medida, del canon vigente a final del siglo XVIII y se evaden, aunque sea por instantes, de la llamada música tonal. Lo cual no implica necesariamente atentar contra la lógica musical. En pocas formaciones como el cuarteto de cuerda, y así fue el caso en dicha ocasión, se puede auscultar mejor la esencia del discurso musical: fraseo y diálogo.
Las Disonancias sonaron en perfecta consonancia, gracias a la perfecta compenetración del cuarteto berlinés. A menudo, más que alternar frases, la cuerda intercambiaba pensamientos, quimeras si me apuran.
Krzysztof Jakowicz, 24 de agosto, Iglesia Evangélica de Cracovia
Quizás no sea tampoco una coincidencia programática, ni numérica, que el recital Bach (Partita en si menor BWV 1002, Sonata n.2 en la menor BWV 1003 y Partita en re menor BWV 1004) a cargo del violinista Krzysztof Jakowicz tuviera lugar en la única iglesia luterana de la vieja Cracovia. Jakowicz pundonoroso y enfático despachó de forma desigual el exigente tríptico bachiano. No es quizás el más depurado de los solistas, ahora bien logra por instantes alcanzar la excelencia. Fue el caso de la Sonata en la menor, interpretación no exenta de impurezas, que más que restar (siempre que sea en pequeñas dosis) añaden otros matices al metal precioso.
Las partitas quizás le quedaron muy grandes, si bien bordó el tramo final de la BWV 1002, especialmente el penúltimo Double y el Tempo di Bourrée, así como la Giga de la Partita BWV 1004 con la que concluyó el recital.
Jaakko Kuusisto, 28 de agosto, patio de la Universidad Jagellónica
Curioso maridaje el que presento el violinista finés Jaakko Kuusisto (no confundir con su hermano el también violinista Pekka) en el Collegium Maius de la Universidad Jagellionska: pareados de Fritz Kreisler intercalados con miniaturas camerísticas de Jean Sibelius. El mayor de los Kuusisto aúna elegancia, fraseo exquisito y una persuasiva lógica del tempo, deudora en parte del sentir fugaz del momento. Arropado por la Sinfonietta Cracovia elevaron los aparentemente livianos standards de Kreisler al gran repertorio. Aunque sólo sea por ese ying-yang titulado Liebeslied & Liebesfreude, Kreisler merece conservar su repisa en el panteón musical. Lo frívolo rivaliza, y hasta a veces supera, en belleza a lo serio.
Sibelius también concibió música de salón, su Suite Caracteristique op.100 verbigracia. Kuusisto y la Sinfonietta nos obsequiaron con una forma de tocar, que algunos pueden tildar de trasnochada. Los buenos músicos quizás no sean los grandes ejecutantes, sino los que convierten el objeto en ser vivo.
Orkiestra Festiwalowa, 29 de agosto, Sukiennica (Galería de arte polaco del siglo XIX)
Elzbieta Stefanska estaba a punto de concluir el concierto para clave en re menor BWV 1052 cuando se hizo el silencio durante un par de segundos. Un lapsus o un incidente técnico, nunca lo sabremos. Tras el estupor inicial de la prolongada pausa, Stefanska se armó de coraje y concluyó una interpretación, que salvo este borrón pasajero había sido ejemplar. Quizás no tan ejemplar que reclamara enseguida al afinador, alegando que el instrumento no estaba debidamente templado.
Todo ello transcurrió en el penúltimo concierto en la planta noble de la céntrica Sukienica, en pleno corazón del rynek cracoviense. Ante las pinturas de gran formato de Matejko y otros paisajistas polacos, asistimos a otro programa cien por cien Bach, en el que escuchamos obras concertantes para violín y oboe, violín, flauta y clavecín.
***
Si uno levanta la vista y la fija en la vidriera o en el rosetón, asistirá en directo al transcurso de la tarde noche. Al final del concierto a buen seguro la policromía del cristal es tan opaca y monocorde como la noche misma.
Si uno cierra los ojos para agudizar el oído, no reparará en los cogotes del respetable, cuya coloración capilar natural oscila a lo largo de la escala de grises. La pregunta está servida: ¿habrá calvas y canas dentro de treinta años en los auditorios?
A miles de kilómetros, en los refinados Proms Londinenses 2015, en el legendario Royal Albert Hall, la mítica Filarmónica de Viena interpreta la inmortal Sinfonía n.3 de Johannes Brahms. El supuestamente cultivado público inglés aplaude en falso tras cada movimiento, importunando así la excelente dirección de Semion Bychkov. Al menos en Cracovia el público no aplaude a destiempo. Si Bernard-Shaw levantara cabeza.
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Der Alte- Die Kinder-Im Walde-Da stand das Kind am Wege-Daheim-Ein Brief-Immensee-Meine Mutter hat´s gewollt- Elisabeth- Der Alte.
La vida de cualquiera de nosotros puede condensarse en una docena de pies de foto, ladillos o detalles, nuances inofensivos en apariencia. Quién sabe, de todo lo que nos acontece, apenas trascienden al final contadas pequeñeces, de las que nos bastamos, para mantenernos despiertos en la vejez, ya sea para llorar o reír. Theodor Storm trenzó en Immensee un relato exquisito, con cuyos versos sueltos o incisos precedimos el presente párrafo y clausuramos el verano. Apenas unos apuntes nemotécnicos, donde el anciano es capaz de condensar toda su infancia y adolescencia sin mayor artificio. Metonimias las dos de la vida, por no decir directamente la vida misma.
Immensee arranca del siguiente modo:
«An einem Spätherbstnachmittage ging ein alter wohlgekleideter Mann langsam die Straße hinab (…). Nun trat er über ein kleines Bild in schlichtem schwarzem Rahmen. „Elissabeth!“ sagte der Alte leise; und wie er das Wort gesprochen, war die Zeit verwandelt- er war in seiner Jugend».
Muzyka w starym Krakowie echa el cierre con el mes de agosto y aunque uno no lo crea, se percibe ya en el aire, en el ánimo – das Gemut que diría Storm-, en ese crepúsculo precoz, la flema de la estación que aguarda al envés del calendario. Seguiremos hablando en breve de todo ello.
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