“A nadie le importa ya casi nada”, desazón y zozobra ante el vertedero cultural hispano
Quizás sea pronto para que tomemos conciencia de que esta devastadora crisis ha asolado la cultura tal y como creíamos haberla construido. Y, desde luego, aún no es tiempo de que la gente piense si eso le importa mucho, poco o nada.
Como predecían los propagandistas de la teoría del “shock”, la población está dispuesta a asumir lo que sea a causa del traumatismo del momento que vivimos. Pero sería bueno y útil recordar que un país en estado catatónico es un caldo de cultivo para las peores experiencias sociales.
Se podría decir que los nuevos movimientos políticos han animado la decaída moral de mucha gente, probablemente millones de personas; y que el 2015 que se nos avecina muestre esa curiosa agitación de que algo puede pasar. Pero, aunque pase y sea a gusto de las mayorías empobrecidas y arruinadas, los que nos dedicamos a la cultura y lo hemos hecho atravesando otras crisis, otros cambios de régimen y otros momentos de exaltación social y cultural, sabemos ya que ese movimiento en el que caes al pozo, luego al laberinto, luego te comen y finalmente vuelves a la casilla de salida provoca un estrés social que expulsa a inmensas capas de la población hacia el abismo. Y no solo a la población, también a esas instituciones culturales en las que habíamos llegado a creer para que, al final, nos vengan con que se desmontan de un manotazo.
Que la cultura se haya derrumbado en España no solo implica la conciencia de que en algún momento habrá que reconstruirla, es la certidumbre de que esa hipotética reconstrucción, y esperemos que llegue, ya no será igual, recurrirá a otros consensos, planteará nuevas maneras y se encontrará sometida a unos esfuerzos de parto que creíamos que ya no se iban a repetir en un país maduro.
Volveremos a plantearnos esa cosa tan divertida de para qué sirve la cultura y, sobre todo, qué tipo de cultura. ¿Qué haremos con las ruinas de lo que quede, museos, orquestas, teatros, cines, bibliotecas…? De momento, los gimnasios y los centros comerciales están haciendo su agosto devorando cines y teatros, ¿habrá tanta gente para hacer ejercicio y comprar ropitas al salir? Por otra parte, el poder, local en este caso, se está inflando a deshacer la débil protección que aún perduraba sobre estos lugares cuya economía no puede competir con el comercio basura que nos domina.
Cuando lo barato precede a la extinción
Mi campo de visión son las artes escénicas, sin olvidar el telón de fondo de la educación. Pero observo un desánimo cada vez más generalizado en áreas vecinas del patio cultural. Como muestra, un botón. Rosa Olivares, la directora de la revista Exit, dedicada a las artes plásticas, la fotografía y el pensamiento contemporáneo, una de las veteranas del mundo del arte en España, publica en su medio (ExitExpress.com) un editorial que, cambiando los datos locales, firmaríamos muchos. Su título, Nada que decir; recojo un extracto (el artículo completo se puede ver en http://www.exit-express.com/home.php?seccion=opinion): “Cada vez a menos gente le importa lo que sucede en el mundo del arte actual. […] a nadie le importa ya casi nada y con ese cielo oscuro que nos tapa el sol y cualquier atisbo de arco iris, la vida cada vez es más triste.[…] Se trata de pasar lista a lo que estamos perdiendo cada día. Esa lista en la que poner en un sitio destacado que el arte actual se está quedando sin público, porque antes se ha quedado sin críticos que escriban sus opiniones, sus críticas, sus quejas sobre lo que pasa y sobre lo que no pasa. Nos hemos quedado sin revistas de arte que nos informen y den visiones contrastadas. […] Naturalmente esta situación favorece que los presupuestos para artes visuales sean cada vez más exiguos… son pocos los que protestan, tan pocos que con unas migajas, con algunos encargos, algún puesto público, se van a conformar y callar. El público, la gente, nosotros, no importamos. Somos tan educados, tan obedientes y tan silenciosos que a veces el poder, ese señor que firma los presupuestos, se olvida de que existimos. […] Todo empezó cuando la palabra, la independencia, la libertad, la inteligencia se puso a la venta a un precio muy barato. Todo lo demás se fue perdiendo poco a poco, hasta que ya no queda casi nada que defender.”
Lamento que este cuento de Navidad no termine bien y que ganen los malos, pero es que la cultura es una maquinaria muy delicada y cuando se rompe se repara muy mal. O no lo hace en absoluto.
Por supuesto, el mundo no se acaba, pero la cultura es el pegamento que nos une, es la conciencia de nuestra existencia compartida. Con una cultura en bancarrota o severamente limitada, somos zombis que nos soportamos a duras penas en el arrabal de la existencia.
Paisaje después de la batalla
Nos encontramos en una situación similar a una catástrofe de las que dejan huella, como una guerra o una destrucción por encima de nuestras posibilidades de combatirla. Y si no tenemos medios de evitarlo o simplemente paliarlo, más vale que nos mentalicemos para lo que pueda venir.
Una de las consecuencias de este tipo de avatares es que, cuando pasa, nadie tiene luego contemplaciones con el periodo enfermo. Tras la IIª Guerra Mundial, las sociedades anteriores fueron vistas como culpables, cómplices, miedosas o víctimas. En cualquier caso, sin fuerza para incorporarse a la posible recuperación. Al margen de la parte de drama que tenga esto, hay también consecuencias estéticas. Tras la citada Guerra, el serialismo estructural en música, la abstracción en artes plásticas o el absurdo en literatura no dejaron espacio a la mirada atrás. Estos géneros “gélidos” (que algunos han achacado a la intervención de la CIA en el contexto de la Guerra Fría), eran también una advertencia moral: la cultura es el testigo de nuestras grandezas y de nuestras miserias, y cuando lo que prevalece es lo segundo, salimos muy feos en la foto.

Puerta del Sol de Madrid, 15M 2011 © docenotas.com
La cultura parece que no le importa a nadie ahora, es otra victoria más de los que han provocado la crisis, pero hay gente, sigue habiéndola, que prefiere una idea, un libro, una obra teatral, un concierto o, incluso, una ópera antes que unos calcetines o un frasco de colonia. La calle, sin embargo parece que representa otra cosa, el consumismo de franquicias engulle la vida social y es el primero en querer devorar las migas de cualquier resquicio económico que sobresalga de la casi mendicidad circundante.
Y los políticos, los únicos a los que realmente podemos reclamar, parecen encantados con cualquier pantomima social. Y si ahora están mal vistos, dentro de algún lustro serán considerados como la peste de ese pasado reciente. Pero, no nos engañemos, los demás tampoco seremos tratados de mejor manera. Soportamos el chaparrón, pero nos faltó valor para alzarnos en contra. Y si alguno lo hizo, individualmente o en pequeños grupos, se llevarán las palmaditas que reciben los esforzados héroes, pero nuestra producción de cultura envejecerá de manera vertiginosa, sin contar la que será olvidada casi en el acto.
Es, en suma, un panorama poco halagüeño, pero es la consecuencia de que “a nadie le importe ya casi nada…”
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