Katia Kabanova, una muestra de que otra ópera es posible
Donde menos se espera salta la liebre lírica, aunque en este caso la liebre salte donde casi siempre, en los Teatros del Canal de Madrid.

Katia Kabanova © Richard Schroeder
Me refiero a Katia Kabanova, ópera de Janáček en versión de cámara, que ha llegado al Canal los días 31 de mayo y 1 de junio como propuesta del Festival de Otoño a Primavera, un evento que, pese al absurdo del baile de estaciones y a los vaivenes de la crisis, sigue siendo una referencia escénica imprescindible en Madrid.
Veamos primero los datos de esta producción. Llega de la mano de una institución teatral ejemplar: el Théâtre des Bouffes du Nord de París. Se trata de un teatro singular, nacido en 1876 en una zona alejada del centro y cercana al laberinto de vías de ferrocarril que salen de la Gâre du Nord. La zona ya no constituye un extrarradio, esa siempre temida “banlieue”. El distrito XIX de París, que la bordea por el límite de la ciudad, contiene ahora zonas culturalmente tan emblemáticas como el espectacular parque de la Villete, o más recientemente, el centro cultural Le Centquatre. Bouffes du Nord, que ha ganado una centralidad suficiente en el entramado parisino, tiene en su desventaja, de todos modos, la proximidad a las siempre degradantes vías de tren.
Pese a ello, este viejo teatro, que tras la Guerra había caído en ruina, fue detectado por dos visionarios en 1974: el director teatral Peter Brook y su cómplice en esos años, Micheline Rozan. Desde entonces, se ha convertido en un templo de la actividad teatral parisina, y no solo teatral, de hecho cada vez es mayor la actividad musical, clásica y jazz sobre todo.
Este lugar, con toda su magia y el peso de su gloria, sabe proporcionar a sus aventuras el extra de prestigio que, ligado al riesgo, convierte sus apuestas en tendencias.
Con todo, la coproducción de este espectáculo es muy amplia: Le Vengeur Masqué (El Vengador Enmascarado, que en español tiene su punto), la Fundation Royaumont, Le Printems des Comédiens, el Théâtre National de Marseille.
Pero los nombres protagonistas de esta aventura son los del director teatral André Engel, su colaboradora en el taller de la Abadia Royaumont de donde salió todo, Ruth Orthmann, y la persona que ha ensamblado musicalmente la aventura, Irène Kudela.
Una idea formidable
Engel y Orthmann plantearon un Workshops en Royaumont en 2010, en donde su Festival anual es ya leyenda, con cantantes jóvenes o emergentes, pero que no habían tenido papeles estelares en su incipiente carrera. El desafío versaba en convertir la ópera Katia Kabanova en materia de trabajo; en reflexión teatral. En realidad, nada diferente a lo que se hace habitualmente en la práctica teatral, pero que resulta rarísimo en el terreno operístico.
Los actores-cantantes, que tanto monta, son Jérôme Billy, José Canales, Mathilde Cardon, Elena Gabouri, Paul Gaugler, Douglas Henderson, Michel Hermon, Kelly Hodson (la excepcional Katia) y Céline Laly. Retengan estos nombres.
La primera decisión, traumática pero imprescindible, era trabajar con reducción a piano de la trama orquestal. Eso en Janáček es un sacrificio, hace falta un gran pianista (y no solo un repetidor) para que el resultado sea solo aceptable. Pero la ganancia es formidable. Se liberan fuerzas teatrales desconocidas. De hecho, compañías operísticas que trabajan con piano y, con ello, consiguen realizar producciones de exigente teatralidad sin sucumbir al coste de una orquesta, son habituales en sitios como Londres, donde el culto al teatro es referencia mundial.
A partir de esa decisión, el taller de Engel y Orthmann se orientó hacia la profundización dramatúrgica de la densa y asfixiante trama de la ópera de Janáček. Y el resultado te deja clavado en la butaca. No solo se trata de una experiencia escénica deslumbrante partiendo solo desde la actuación, es que se constituye en paradigma de cómo es posible abordar la ópera de repertorio, un paradigma opuesto al que reina en los grandes teatros de ópera.
Tras asistir a una limpia y nítida visión del drama de Katia Kabanova, sin la menor necesidad de trasladar la situación a otro sitio o a diferente momento, sin contar otra u otras historias paralelas a la original, sin el recurso de recurrir a costosas y delirantes escenografías, sin vídeos añadidos, sin docenas de figurantes o bailarines que ensucian lo que la ópera cuenta, la visión de Engel y sus colaboradores nos sumerge en puro teatro sustentado en el canto.
La satisfacción que produce esta representación no se debe solo a sus valores, se suma a ellos el infinito hastío de los que vemos una vez tras otra: representaciones operísticas infladas de chorradas, trasladadas a planos escénicos apelmazados, hinchadas de tonterías que son, además, costosísimas.
Es justo reconocer, de todas maneras, que esta ópera ha tenido en el Teatro Real de Madrid una visión excelente y bastante ajena a los epítetos que acabo de dedicar al operismo de nuestros días. Me refiero al montaje de 2008 que firmaban Robert Carsen y Patrick Kinmonth, con la batuta de Jiri Belohlavek. Un montaje que con toda justicia se ha grabado y comercializado en DVD.
Pero, excepción hecha de esta producción, no quito ni una coma a lo que es tendencia, esperemos que perecedera, en el ámbito de la producción de ópera de gran espectáculo. Una tendencia que, además de enervante, con raras excepciones, se convierte en una rémora institucional por sus desorbitados costes y, no pocas veces, en una máquina de fagotizar cantantes.
Frente al despropósito de la ópera institucional, que parece practicar la autopsia a los títulos del pasado mientras que raras veces se atreve con los nuevos, Engel y Orthmann se lanzan a la raíz teatral. Lo que ve el espectador (lo que yo he visto en esta representación) es un grupo de intérpretes buscando la razón de ser de cada intención, la espesa red de emociones que vive en dramas tan intensos como el de la desdichada Katia Kabanova. En esta versión vemos emocionalmente la fragilidad del personaje central, nos sentimos humillados con ella y con el títere de su marido frente a la dolorosa tiranía de la suegra de Katia. El canto se eleva con sencillez como la forma legítima de hacer que afloren las tormentas de pasión, culpa, desazón y miseria moral que sobrevuelan esta dolorosa historia.
Algunos pasajes tienen, incluso, toda la traza de la investigación actoral, algo infrecuente en ópera pero imprescindible en teatro y otras formas narrativas. Se perciben relaciones tortuosas en ningún momento exageradas ni contadas con la patosidad de un Warlikovski, por ejemplo, o el surrealismo apelmazado de un Marthaler, por citar a alguno de los modernos “héroes” de las tablas operísticas. Aquí se nota, nos lo transmiten, que se trata de frutos descubiertos por el trabajo actoral, como esa sugerente y secreta alusión a un cierto lesbianismo entre Katia y su joven cuñada, o el torturante sadomasoquismo entre la odiosa suegra de Katia y el no menos tremendo tío de Boris. Son descubrimientos de actor y no imposiciones de director de escena.
Quizá algunos vean en esa forma de trabajar una reivindicación de ese Stanislavski del que todo el mundo hace leña y tan pocos conocen. ¡Ojalá! Ese Stanislavski tan pasado de moda, o sus versiones más estereotipadas como las del Actor Studio americano y otras escuelas hermanas, no ha pasado por la ópera y se nota. ¿O sí?
Me lo pregunto porque hace un par de décadas, cuando la caída del comunismo en la vieja URSS tuvo como consecuencia que llegó a Occidente un riquísimo legado de materiales allí filmados, pude ver en París, en la tele pública (a la misma hora que un concurso) toda una serie de documentales sobre la vida del gran maestro de actores del siglo XX. Y en ellos se contaba algo que no sabía y que tampoco después he podido ampliar. Se decía que Stanislavski, cuando cayó en desgracia como director del célebre Teatro del Arte de Moscú, se refugió en su casa y, entre otras cosas, organizó ¡talleres de ópera! en sesiones de mesa; lo que solo se puede entender como de análisis de texto, de dramaturgia y de comprensión de personajes. ¡Santo cielo! ¡Qué legado nos estamos perdiendo si algo de ello ha logrado permanecer!
En todo caso, no sé por qué, o sí lo sé, me he acordado mucho de ello en esta ejemplar representación de Katia Kabanova, auténtica, teatral, musicalmente equilibrada y dramáticamente deslumbrante. Si alguien quiere una muestra de por donde puede ir la ópera, o mejor dicho, de la lectura de la ópera de repertorio, aquí tiene una: buena, bonita y barata; aunque yo diría más bien: magistral, deslumbrante y sostenible. Todo lo que le falta a la ópera hoy día.
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