El laberinto de la luthería italiana contemporánea
El valor de una obra de arte radica en la creación, en aportar algo que no encontramos en autores anteriores, en una originalidad o una estética novedosa.
En la luthería además, hay que contar adicionalmente con las aportaciones en cuanto a la novedad estilística y la mejora del sonido.
Como en el arte, en la luthería podemos encontrar obras de autor, únicas y genuinas, pero también copias, imitaciones u obras artesanales pero seriadas. También en la pintura además de los óleos, dibujos o acuarelas originales podemos encontrar litografías firmadas y numeradas, simples reproducciones de imprenta y también óleos producidos por imitadores.
Económicamente hablando, el mercado del arte en general se basa en apostar por autores consagrados o en jóvenes promesas, cuyos padrinos apuestan fuerte por ellos o bien porque su fuerza y personalidad marcan un fuerte acento que llama la atención de los compradores/inversores.
Todo ello es más complicado en la luthería ya que, aparte de la obra de arte en sí, un instrumento de música no deja de ser lo que define la propia palabra: un instrumento, una herramienta de trabajo. Debe funcionar de forma lo más precisa posible, tener un buen rendimiento sonoro, en sus aspectos de calidad y potencia.
¿Qué determina el valor de una obra de arte?
El valor de una obra de arte viene determinado por una serie de factores que a medida que se van sumando aumentan su valor. Pero si no están en su condición máxima también pueden restar.
Para poner un ejemplo fácil y mediático: de los 600 o 700 instrumentos existentes de Antonio Stradivari hay algunos que se cotizan entre 1 y 3 millones de euros. Estos son o bien los que tienen reparaciones graves, partes cambiadas que ya no son originales o bien su sonoridad no es la mejor. Pero no dejan de ser piezas de autor.
Otros se cotizan entre los 3 y los 6 millones de euros. Estos están mejor conservados y su sonoridad es superior a los anteriores. En esta franja podemos añadir un factor que hace que aumente también su precio respecto a la franja anterior: quién los ha tocado o quién los ha poseído: grandes violinistas que han hecho su gloriosa carrera con ellos. Si lo ha tocado Oistrakh, Menuhin o Perlman su cotización aumenta.
La franja superior y máxima de precio en cuanto a los instrumentos de Stradivari consta solamente de 2 ejemplares cuyos precios han superado los 10 o 12 millones de euros, ¿qué tienen que no tengan todos los 600 o 700 anteriores? Tienen un estado de conservación impecable, único. Son los dos únicos que no tienen reparaciones, cambios y, sobre todo, conservan el máximo posible de barniz original. En el valor está también los factores de año y época de construcción.
Todo lo dicho anteriormente pasa por un punto crucial, ¿quién lo determina? Para que una obra de arte, en nuestro caso un instrumento de música de autor, tenga el valor que se le supone debe cumplir unos requisitos imprescindibles:
- El instrumento debe estar en excelentes condiciones de conservación para mantener actividades concertísticas.
- El instrumento debe estar reconocido mundialmente como bien cultural.
- El instrumento debe tener una buena proveniencia y confirmado como genuino.
- El precio debe ser correcto y dentro de los estándares del mercado.
Tal como decía, estos factores deben sumar. Si falla uno cualquiera de ellos podemos tener serios problemas.
Un instrumento original e íntegro alcanzará su máximo valor cuando el especialista en ese autor o escuela lo certifique. Sin ese documento, solamente podemos hablar o especular, pero no afirmar.
Como en todos los campos del saber, con los años la información se va acumulando, mejorando rectificando y corrigiendo hacia la buena dirección. Hoy día la velocidad en la transmisión y el compartir dicha información es mejor que nunca gracias a las nuevas tecnologías. Se van digitalizando los archivos y fondos fotográficos, se comparten opiniones entre los luthieres y las consultas ya no general recelo como antaño.
En este sentido, las Asociaciones de luthieres han aportado mucho, como en el caso de la EILA (Entente internationale des Maîtres Luthiers et Archetiers), cuyos congresos son un referente por las exposiciones y conferencias monográficas de autores o escuelas de luthería históricas. En ellas se pueden estudiar y comparar varios instrumentos de un mismo autor y cuyos detalles son explicados por sus mejores especialistas.
En la luthería, como en la medicina, existen verdaderos especialistas que dominan un tema determinado al que han dedicado muchos años de su vida. Todo pasa por ver, estudiar, medir y comparar el máximo número posible de instrumentos de ese autor o escuela en concreto. Hace unos pocos años en la revista “the Strad” salió un número monográfico sobre España con el ridículo titular “¿qué sabemos de la luthería española?”. Que en Inglaterra no hayan visto muchos instrumentos españoles o en España desconozcamos la luthería Sueca no significa que no existan, simplemente que ni unos ni otros han visto los suficientes.
Y ahí está el quid de la cuestión. De los 4 puntos anteriormente citados el que quiero destacar es el tercero: El instrumento debe tener una buena proveniencia y ser confirmado como genuino. ¿Y quién lo debe confirmar? Evidentemente el especialista.
Uno de los mejores expertos mundiales como es Charles Beare, de Londres, admite que es imposible que ningún especialista por si solo pueda llegar a conocer ni un 20% de los luthieres existentes desde Amati en el siglo XVI hasta nuestros días, que se podrían cuantificar en decenas o centenares de millares.
Al igual que en la medicina, el generalista debe derivar al especialista, pero éste debe ser el adecuado. Si nos duele la rodilla no acudiremos al otorrino. Si queremos saber sobre la luthería Sueca no iremos ni a España ni a Portugal.
Cada uno de los luthieres debe ser lo suficientemente honrado de saber renunciar a emitir un certificado u opinión si no está 100% seguro y a la vez estar bien informado de saber derivar adecuadamente al mejor especialista sobre esa consulta. El hecho de estar asociado a organizaciones como la citada EILA es una fuente de saber y compartir, y a menor escala pero no menos importante están las asociaciones nacionales.
Cuanto mayor es el número de instrumentos estudiados, vistos y comparados menor es el margen de error en la emisión de un juicio u opinión. Y la información se acumula una generación tras otra.
En todos los casos y para evitar picarescas hay que procurar que los certificados sean de proveniencia solvente y sobre todo actual, que el especialista que lo haya emitido esté vivo y pueda corroborar lo escrito en caso de duda, y que este especialista sea reconocido también por sus propios colegas.
Hace poco se ha dado el caso de un instrumento certificado por un reputado dealer inglés, cuyos certificados nadie ponía en duda… hasta ahora. Emitió un certificado de una viola italiana dándola por buena y original. Este dealer a pesar de ser conocido y mediático no era el mejor especialista para la emisión de ese certificado, así que, a pesar de la existencia de ese documento se consultó con quien se debía. El caso no llegó a alcanzar lo que habría podido ser por que el precio pagado era relativamente bajo, pero si se hubiera pagado al precio de mercado el escándalo habría podido ser mayúsculo. No obstante, éticamente es del todo reprobable.
Hay que confiar el día a día de nuestro instrumento con nuestro “luthier de cabecera” y proximidad, pero éste debe saber hasta dónde puede llegar. De las mayores y más importantes escuelas u orígenes de luthería hay verdaderos especialistas que conocen bien sus límites y su integridad está fuera de toda duda. Hay que acudir a ellos.
Hace pocos años se publicó una gráfica con las variaciones en los precios de los instrumentos más cotizados. No hace falta decir que éstos eran de origen italiano. Esta gráfica marcaba un ritmo lento, progresivo pero ascendente en los instrumentos italianos del siglo XVII y XVIII. Son los que son, y están mayormente catalogados por sus respectivos especialistas. Como sus precios son inalcanzables (sus propietarios suelen ser fundaciones o bancos) los músicos concentraron sus esfuerzos en adquirir instrumentos italianos del siglo XIX. La demanda era tan alta que la especulación provocó una subida de precios que los músicos no podían alcanzar. La citada gráfica era muy clara: los precios de los instrumentos del XIX, sin llegar a los precios de los del XVIII, subían de forma más rápida.
Al ser también inasequibles, la especulación se centró en los instrumentos de muy finales del XIX y primer tercio del siglo XX. Por poner un ejemplo, un violín de Hannibal Fagnola puede pasar tranquilamente hoy día de los 100.000 euros. Aquí la gráfica se disparaba exponencialmente.
Y finalmente llegamos al gran laberinto, a la gran incógnita: la luthería del segundo y tercer tercio del siglo XX. Un terreno abonado para la especulación, un terreno pantanoso donde no todo es lo que parece y donde pasan cosas como el caso de la citada viola.
Si todo un especialista como Charles Beare se centra en la luthería del siglo XVIII y XIX y no quiere entrar en el pantanoso siglo XX es por algo. Aquí toman el relevo dos referentes indiscutibles como son Eric Blot y Bruce Carlson, cuya opinión es respetada por músicos y luthieres al mismo tiempo, y cuya última palabra debe ser tomada por cierta.
Puedo decir sin ningún tipo de rubor que adquirí a un dealer italiano un violín con un certificado que lo aseguraba italiano de principios del siglo XX, emitido por un luthier poco conocido y además, fallecido. (doble
error por mi parte). Como el rigor indica que hay que tener papeles de alguien vivo y además de reputación contrastada, hice las pertinentes consultas. El violín era espectacular y su sonido extraordinario. En breve: el diagnóstico fue que no era ni italiano si no una muy buena imitación hecha por algún luthier de Bohemia, y así fue como se vendió el instrumento, cuyo precio se adecuó a la realidad, no a la pretendida ficción.
Hay una serie de luthieres italianos del siglo XX que se han dedicado a copiarse e imitarse entre ellos, con mayor o menor buena fe, y que hacen que este laberinto sea impenetrable a ojos profanos. También, a sabiendas de la fama y demanda de un instrumento que tenga origen italiano, ha habido comerciantes y dealers cuya opinión no es mayormente aceptada ni aceptable, que se han dedicado a especular y llenar el mercado con instrumentos sin el rigor pertinente y sin el certificado del experto adecuado.
Es el caso de instrumentos construidos aproximadamente entre 1920 y 1990, presuntamente hechos por luthieres italianos de demanda emergente como Ansaldo Poggi, Augusto y Gaetano Pollastri, Gaetano y Mario Gadda, Romeo Antoniazzi, Stefano Scarampela o Iginio Sderci y algunos otros cuya autenticidad es difícil de detectar, a menos que se cuente con la opinión y certificado de los dos grandes expertos citados. Cualquier alternativa nos puede complicar la vida e hipotecar nuestra economía con una mala inversión. Nadie es absolutamente perfecto y alguien se puede equivocar una vez al emitir un juicio, pero el “error” sistemático y reiterado ya no es tal error, es estafa o mala fe.
Nunca hay que ser impulsivo al realizar una adquisición de ese tipo donde se mezclan autor, calidad, época y origen sin la absoluta certeza de una buena proveniencia y del autor correctamente confirmado por el mejor experto. Y finalmente asegurarse que el precio es el correcto para ese instrumento.
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