AnatomÃa de un asesinato
Me hago eco del enlace que Claudio Rojas ha subido a facebook de la ‘Sonata gallega’ de Antonio José, con estas notas al programa que escribà para el monográfico que Pedro Espinosa dedicó al compositor burgalés en 2003 en el Auditorio Nacional de Música.
Para los que nacimos a la vida musical en la década de los sesenta, como sin duda para los que lo hicieron en las dos anteriores o incluso en la posterior, el nombre de Antonio José resultaba una especie de espectro conformado por la leyenda de su muerte violenta al inicio de la Guerra Civil y la imposibilidad de corroborar con sus obras el mérito que se murmuraba sobre su talento. Con el ocaso de la noche franquista los nombres y las obras de la Generación de la República comenzaron a circular restituyendo parte de lo desaparecido, pero, ¡ay!, confirmando que la música era mucho más frágil que la literatura, por ejemplo.
BiografÃas desgarradas; exilios dolorosos; travesÃas discretas, casi clandestinas, por la oscuridad del paÃs; mutismos difÃciles de desligar del traumatismo emocional; bloqueos expresivos o, en el menos grave de los casos, dificultades de evolución derivadas de la ausencia de un pulso musical: éste parecÃa el retrato de una generación musical maltrecha. Pero, en general, la mayorÃa siguieron vivos y, pese a las dificultades, su música resurgÃa y se confrontaba con las nuevas ideas, batalla ésta desigual frente al empuje de la juventud, pero lidiada en clave artÃstica después de todo.
El caso de Antonio José parecÃa, no obstante, singular: a su prematura desaparición con 33 años se le unÃa una ausencia de su música tan espesa como para no resultar sospechosa. Tanto que no eran pocos los que han imaginado un designio en esta segunda muerte del burgalés: ¿HabrÃan decidido los franquistas que la música de quien podÃa aparecer como un mártir, un GarcÃa Lorca musical, desapareciera también? Y si era asÃ, ¿quiénes eran los franquistas, término demasiado genérico y fácil?, ¿las fuerzas negras de su propia ciudad, Burgos, de tan complicada historia en el tremendo periodo que nos concierne?, ¿un supuesto poder central de la música española en los larguÃsimos años de la posguerra española? Demasiadas preguntas para poder ser contestadas y muy forzadas, pero una sola evidencia: la música de Antonio José habÃa desaparecido con desconcertante facilidad, o la interpretación paranoica tenÃa algo de razón o esta música quizá no habÃa existido, al menos como entidad estética de valor. ¿Se equivocarÃa, entonces, Adolfo Salazar cuando describe a Antonio José como el “músico castellano actual de más valÃa en su generación†en el temprano año de 1930? ¿O P.Donostia cuando afirmaba en 1933: “La juventud y la madurez que campean en la música de este autor nos dicen que es músico, cosa más rara de lo que vulgarmente se creeâ€? ¿Se equivocarÃan todos los compañeros de su generación que veÃan en el burgalés al más importante compositor castellano del momento y uno más de un grupo rico en talentos?
Todas estas preguntas se resuelven fácilmente escuchando su música, pero eso es justamente lo que ha faltado; y si 36 años de franquismo podrÃan alimentar y aun argumentar la hipótesis de la ley del silencio, 28 años de posfranquismo, con un silencio casi análogo, nos llevan a una conclusión no menos estremecedora, ¿osaré enunciarla aquÃ?, ¿tan fácil es de matar la música?
Miguel Ãngel Palacios Garoz, en su reciente y ejemplar biografÃa publicada con motivo del centenario, ya nos advierte de dificultades: “Cuando en los años 70 comencé este rastreo histórico, junto con mis ya mencionados amigos Jesús Barriuso y Fernando GarcÃa Romero, nos encontramos con un enorme rompecabezas desecho –como La muñeca rota, obra de Antonio José que quedó para siempre en el atril de su piano–, con un mosaico al que faltaban muchÃsimas piezas, pero del que vislumbrábamos su riqueza y belleza, tan atrayente entonces para nosotros jóvenesâ€. El mosaico de la producción musical de Antonio José surge en este reciente libro con toda su evidencia: más de ochenta obras compuestas desde el tempranÃsimo 1917 (tenÃa el autor entonces 15 años) hasta el aciago 1936. En esta producción destaca su ópera El mozo de mulas completada por Alejandro Yagüe en 1987 y editada por la Diputación Provincial de Burgos en 1992, seis obras orquestales, más de 20 para piano (aunque aquà se cuenten obras juveniles y transcripciones), obra coral, fruto de su trabajo como director del Orfeón Burgalés, música de cámara y, 23 obras de música religiosa (!!!), algo paradójico en quien fue fusilado por “rojoâ€, ¿daltonismo de sus verdugos?
Antonio José nació en Burgos el 12 de diciembre de 1902 (el centenario aún está caliente aunque las travesuras de las fechas nos hablen de 101 años). Una precoz predisposición hacia la música le llevó a contactar a los diez años con el, entonces, nuevo organista de la iglesia de la Merced de los jesuitas, José MarÃa Beobide, con el que estudiará casi todo (piano, órgano, armonÃa, y contrapunto); pronto llegan sus primeras actuaciones y obras, hasta el punto de que Palacios Garoz le adjudica más de cincuenta obras escritas antes de los dieciocho años. Es entonces cuando el viaje a Madrid se hace imperativo, aquà amplÃa estudios y completa la magra pensión que le concede la Diputación Provincial de Burgos con actividades profesionales en teatros lÃricos y de variedades. Tras Madrid, que no parece haber retenido mucho a nuestro músico, y una vuelta a Burgos para cumplir el servicio militar, Antonio José realiza el obligado paso por ParÃs. En 1925, el joven músico con 23 años sin cumplir, consigue una de sus primeras plazas de trabajo estables y se marcha a Málaga como profesor de música en el Colegio de San Estanislao, de los jesuitas. La estancia malagueña resultó muy fructÃfera y allà se alumbran muchas obras de envergadura, incluyendo el proyecto de su única ópera, El mozo de mulas. En 1929, Antonio José es nombrado director del Orfeón Burgalés y vuelve a su tierra como una personalidad musical ya hecha y uno de los nombres más prometedores de la composición española. Desde ese momento, y hasta la Guerra Civil, Antonio José se convierte en la principal referencia musical castellana. Compone, naturalmente, pero también dirige, organiza, escribe e interviene en la vida cultural de una República que debió saludar y honrar al punto de pagarlo con la vida: “Estoy encariñadÃsimo con España y su magnÃfica Repúblicaâ€, dice en 1931; y también: “He escrito un Himno Nacional de la República Española [se trata del Himno a Castilla] y si se organiza, como dicen, un concurso, lo presentaréâ€.
El episodio de su muerte es uno de los más tremendos de esos horrorosos primeros meses de la Guerra, y no se equivocaron los que vieron en este episodio un paralelismo riguroso con el que segó la vida de GarcÃa Lorca con pocos meses de diferencia. Los documentos que publica Palacios Garoz son aún hoy estremecedores y no es posible dejar de pensar en lo que hubiera sucedido si parecidos testimonios hubieran dado fe de la muerte del poeta granadino. El asesinato es siempre un hecho fundacional, crea una realidad propia; si el asesinato es avalado, además, por máscaras ideológicas la realidad anterior a su perpetración se desvanece: algo habrá hecho. ¿Hizo algo Antonio José? Era un republicano de izquierdas, pero sus contactos con religiosos eran muchos y profundos: habÃa estudiado con los jesuitas y trabajado para ellos durante años; algunos de sus amigos o allegados estaban cercanos a personalidades fascistas de la época, como ahora veremos. Entonces, ¿habÃa razones para matarlo, aunque fueran polÃticamente desquiciadas? Una vez más, la única respuesta es que lo mataron, algo habrÃa hecho; y para Palacios Garoz ese algo es, sobre todo, la envidia y los celos profesionales de los mediocres: “…a Lorca lo mataron los malos poetas. No tiene otra explicación. Lo mismo que a otro artista magnÃfico y amante también del folklore, al compositor Antonio José, uno de los más fuertes temperamentos musicales que tenÃa España, lo fusilaron en Burgos los malos músicosâ€. Asà lo expresaba Eduardo de Ontañón, amigo del músico, en su exilio mexicano y lo recoge Palacios Garoz.
¿Y cómo fue la pequeña y espeluznante historia de esa envidia convertida en odio sanguinario? Tenemos la dudosa suerte de saberlo. En los primeros dÃas del golpe de Estado, y tras unos dÃas de angustia por la detención de amigos y cambio de domicilios, Antonio José es detenido por un grupo de falangistas el 7 de agosto de 1936 junto con su hermano Julio y llevado a la Prisión Central de Burgos. De entre los documentos emocionantes que Palacios Garoz ha rescatado destacan las 36 cartas que Antonio José escribe a su amiga Ãntima Consuelo Mediavilla desde la cárcel entre el 21 de agosto hasta el 7 de octubre, vÃspera de su “sacaâ€. En ellas, con la contención que obligaba la censura, Antonio José busca transmitir normalidad, solicita cosas cotidianas, como alimentos, artÃculos de limpieza, ropa y cuenta hasta improbables festejos y momentos de asueto cuya ausencia de dramatismo los hace aún más aterradores: “Ayer vinieron a verme (¡y no me vieron por su desgracia!) los dos ciegos discÃpulos mÃos Mariano y Fernandoâ€, “Santi dice que no necesita nada. Se pasa el dÃa comiendo y está encantado de la vidaâ€, “No tengo nada que contarte. Es decir: tengo, pero no puedo por falta de oportunidadâ€, “Las judÃas verdes y los cangrejos de hoy nos han gustado muchÃsimoâ€, “Esta noche he tenido frÃo. Di en casa que me manden enseguida una manta…â€, “Estamos de barro hasta la rodilla; por lo demás seguimos perfectamenteâ€, “Hoy ha llegado el buzo limpio y unos callos riquÃsimos; y la muda limpia. En cambio los cigarrillos se te olvidaronâ€, “¡Cuántas cosas y cuántas atenciones te debo! Te las he de pagar con creces, cara de pito […] Tengo muchas ganas de ir a darte mil abrazosâ€. Esta frase es de la última carta del 7 de octubre, dÃa antes de su muerte.
Si estos documentos hay que leerlos al revés, por decirlo asÃ, para comprender el estado de ánimo del preso, el panfleto condenatorio que llega hasta el músico y su inútil replica son bien explÃcitos. El 11 de septiembre, el músico recibe un anónimo con firma de Un legionario de España, un texto que podrÃa resumir toda la violencia de esa negra época y que Palacios Garoz recoge con todos sus errores ortográficos:
“? Recuerda su canallesca y tabernaria frase, cuando en cierto bar le dijeron que habÃan secuestrado a Calvo Sotelo, exclamó Vd. “A ese ya le están lidiandoâ€.
? Y a Vd. cuando le lidian? digo yo ahora.
Por que (sic) la verdad despues (sic) de haber perdido España a Benavente, los Quintero, Muñoz Seca, Ricardo Zamora y Gómez Ulla, hombres de fama mundial en sus especialidades respectivas, un musiquillo más ó menos no importarÃa mucho al nuevo paÃs que se está forjando, sobre todo cuando Vd. es de las tenebrosas y canallescas filas judio-marxistas (sic).
He dicho musiquillo aunque ya se (sic) que Vd. se ha “endiosado†por el bombo de unos periódicos provincianos y de una camarilla pedantesca que le rodea, aunque creo que esa camarilla se quiere dar un aire de sabiondos y criticones de que todo hablan y de nada saben; pero nunca se ha explicado porque (sic) una eminencia se aclimataba a las limitadas pesetas de un orfeón provinciano, sostenido casi por un Ayuntamiento y por unos socios protectores, de los que la mayorÃa lo eran porque no dijeran que no favorecÃan a las cosas de su pueblo y además por miedo a sobresalir en el ambiente polÃtico-canallesco que hemos vivido hasta ahora, pues nadie de los cotizantes sentÃa simpatÃa por Vd., ni admiración por su orfeón.
De manera ? que euien (sic) es Vd. al lado de los muchos hombres que ya ha perdido España y que hicieron su fama traspasar las fronteras de España y aun de Europa, y que no tuvieron concomitancias con judÃos masones y marxistas de la peor calaña ?â€
Un documento asà habrÃa dado la vuelta al mundo si se tratara de GarcÃa Lorca; en su peripecia histórica el anónimo fue un golpe mortal para el compositor que, no obstante, aún tuvo ánimos para indignarse y mandarlo, junto con su respuesta a un amigo bien situado, MatÃas MartÃnez Burgos, a la sazón director de la Biblioteca Pública y del Museo Arqueológico. MartÃnez Burgos era carlista y estaba bien relacionado con el general Dávila que, para desgracia de Antonio José, acababa de ser sustituido por el falangista Francisco Fermoso Blanco como Gobernador Civil en esos mismos dÃas. Pese al cambio de situación MartÃnez Burgos intentó salvar al amigo con el nulo resultado que conocemos.
La carta de Antonio José, auténtico testamento, dice cosas como ésta: “…acabo de leer esta venenosa carta que le incluyo y que apenas he terminado de leer. Ahora me explico muchas cosas odiosas que he sufrido. Pero, casi loco de dolor me pregunto, ¿es posible que exista en Burgos un hombre bien nacido que sea capaz de inventar y atribuirme tan tremenda calumnia como las que se han vertido en esta carta rezumante de odio?†SÃ, era posible la existencia de esas personas en Burgos y en España entera. Aparte del carácter miserable del escrito entero, estremece pensar que Antonio José ya estaba condenado a muerte, “un musiquillo menos no importarÃa mucho†y da asco pensar que el motivo fuera una presunta conversación de bar, seguramente falsa pero igual de fútil si hubiera sido más o menos real.
El 8 de octubre, una compañÃa de falangistas se presentó en la cárcel de Burgos con una lista de 24 personas, los condujeron hasta el monte de Estépar y los fusilaron delante de una fosa ya cavada. El P. José Ignacio Prieto, jesuita amigo de Antonio José, contó que, según el P. Otaño, el compositor gritó al morir: “Viva la músicaâ€. Quien sabe, si no lo hizo, el silencio anterior a las detonaciones asesinas debió cantarlo.
Sabemos, pues, las razones de la primera muerte del burgalés, “un musiquillo más ó menos no importarÃa mucho al nuevo paÃsâ€. Pero habÃa que concluir la faena: la música del “musiquillo†no debÃa ensuciar la limpieza estética que propugnaba el “nuevo paÃsâ€. Además, estaba el antecedente de GarcÃa Lorca. HabÃa que intentar que el escándalo internacional del asesinato del poeta no volviera a repetirse. Y a fe que el trabajo ha sido bueno. La segunda muerte de Antonio José –la desaparición de su trabajo–, ha sido un éxito total durante más de medio siglo; y no tanto por la eficacia de una “mano negra†como por el hecho enunciado al principio, la música es mucho más fácil de matar que la literatura. Queda por ver si el último grito del compositor, ¡viva la música!, puede más que el odio del envidioso y la posterior mala conciencia de quienes, como CaÃn, vagaron errantes por el desierto espiritual al que llamaban “nuevo paÃsâ€.
A cien años del nacimiento de Antonio José, las tareas son otras. MartÃnez Burgos, el carlista amigo del músico, en su calidad de director del Museo Arqueológico, tendrÃa mucho que decir; porque hoy la recuperación de esta figura precisa de cualidades arqueológicas. Su música, una vez recuperada, puede volver a sonar; pero fuera de contexto y marcada, en muchos casos, por la circunstancia, esta música debe pasar la prueba de fuego de sus calidades abstractas. Si la pasa, su estatura crecerá tanto como el espanto por su brutal y gratuito asesinato, pero sobre todo por la ignominia de la cobarde ocultación de su obra por demasiadas capas generacionales como para reprocharlo todo a la violencia de la Guerra Civil. En cualquier caso, si todo músico merece ser oÃdo, en el caso de Antonio José su escucha constituye una justicia básica; hacia él, desde luego, pero también hacia nosotros, los vivos, los que participamos de la vida musical y los que no lo hacen, y es que en la segunda variante del asesinato de Antonio José todavÃa tenemos algo que ver. Su cuerpo aún yace en algún lugar del monte de Estépar, desaparecido; su música duerme en otros limbos y hoy nos rehabilitamos un poco desvelándola. Esa es la apuesta de la presente sesión.
El 13 de octubre de 1986, cincuenta años y cinco dÃas después de su asesinato, Pedro Espinosa brindó un concierto dentro del ciclo Lunes Musicales de Radio Nacional con un programa apenas igual al de hoy. Se escuchó entonces La muñeca rota, Marcha para soldados de plomo, Poema de juventud y Sonata gallega. A ese mismo programa, Espinosa le ha añadido hoy la Danza burgalesa nº 4. En uno u otro caso, se trata de una parte muy importante del pianismo de Antonio José, quizá lo esencial.
Programa de mano del concierto del 26 de marzo de 2003 en pdf: www.jorgefernandezguerra.com
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