Hablemos de saxo
Charles Lloyd y Wayne Shorter, el saxofón no entiende de edades

Wayne Shorter Quartet © Sławomir Przerwa
El jazz no quiere ser mainstream. A los productores musicales no les debe hacer ni pizca de gracia los tintes que adquiere el jazz actual, su querencia por los temas cada vez más largos. ¿Qué ha pasado con los tracks de cuatro o cinco minutos que prescribe la industria? Aquella para la que un gran tema musical es algo asà como una fórmula matemática, una receta de cocina: letra pegadiza, ritmo tal, coros cual, promo y gas Pascual.
El jazz, por el contrario, parece aviagrarse. Se vigoriza. Nada de ‘polvos’ mágicos rápidos. Nada de quickys. Sus jeques musicales siguen al pie del cañón. Y quién le va a toser a Wayne Shorter y Charles Lloyd, leyendas vivas del saxo y leyendas vivas del género. De ambas pudo disfrutar el público breslavo el pasado mes de noviembre con motivo del 10 Jazztopad. El primero abrió el festival coincidiendo con su gira de 80º aniversario y el segundo lo clausuró estrenando Wild Man Dance Suite, hora y media ininterrumpida de brainstorming elaborado, un encargo del propio festival de Wrocław.
Charles Lloyd y sus chicos estuvieron dando el callo al menos 90 minutos, sin moverse del escenario, sin osar rasgar tan siquiera la telaraña sonora en la que el oyente y sobre todo el músico acaba atrapado. Su gran tema no tuvo en sentido estricto ni una sola pausa. A lo sumo las que prodigó en cierto modo el código no escrito del aplauso jazzÃstico. Ante un concierto sinfónico, por mucho que el público lego se empeñe en contradecirlo, existe un protocolo estricto de aplauso. En algunas iglesias se pide ex professo no aplaudir al término del concierto (la catarsis se la lleva uno a casa ). Algunos programas de concierto, para evitar el vendaval que producen cientos de páginas al voltearse al unÃsono, poco más que prohÃben pasar página hasta el aplauso. ¿Sibaritismos? Quizás.
En la escena jazzÃstica, el aplauso al igual que buena parte de su música, también se improvisa. Sà y no. Uno sabe perfectamente que después de un solo de baterÃa procede una encendida ovación y algunos silbidos. Uno intuye más o menos en qué compás va a caer el aplauso, como descifra la cadencia del verso. Con las décadas, el jazz ha creado su propia sintaxis del aplauso. Pero con estas obras cada vez más largas uno anda un poco perdido a la hora de dar palmas.

Charles lloyd © Sławomir Przerwa
El saxofón de Lloyd que se escuchó el pasado 24 de noviembre en la Sala Sinfónica de la Filharmonia WrocÅ‚awska es un jazz delicado y relajante. A sus casi 75 años no escatimó fuelle y se ganó al público por puro merecimiento. La formación con la que se presentó en WrocÅ‚aw no deja de ser curiosa. Al contrabajo-piano-baterÃa de rigor (Joe Sanders, Gerald Clayton y Gerald Cleaver respectivamente), le engastó dos acentos étnicos: la lira de Socratis Sinopoulos y el virtuoso del cÃmbalo Miklos Lukacs. Este último con su peculiaridad tÃmbrica y frenético tempo, recordaba, no por sonido, aunque sà por su ritmo poseÃdo, las veces del vibráfono.
Las baquetas del vibrafonista vuelan o flotan o levitan sobre las cuerdas. Aunque en su mayorÃa la pieza ideada por Lloyd tiene un carácter más discursivo (largos paisajes sonoros), no faltan algunos impases para el desenfado y para darle tembleque al pie.
Wayne Shorter presentó en Polonia su último disco Without a net. Media docena de temas en el que delega buena parte del protagonismo a sus subalternos del homónimo cuarteto, léase Danilo Pérez (piano), John Patitucci (contrabajo) y Brian Blade (baterÃa). Quien fuera miembro y pulmón (uno de los dos) del mÃtico Quinteto de Miles Davis, dosifica sus entradas, para ejecutar su parte sin macula. Shorter lanza, propulsa la idea por el latón y el resto de músicos recoge el testigo y le dan forma, lo deforman, transforman y reformulan. Asomos de influencias impresionistas, Debussy, Satie incluso. Por momentos pareció que Danilo Pérez no  podÃa desembarazarse de algún motivo debussiano obsesivo. El inquietante motivo volvÃa a aparecer tarde o temprano.
A lo que Ãbamos, a Shorter también gusta de explayarse en temas extensos. Su Without a net incluye lo que algún crÃtico no ha dudado en calificar de tune poem. ‘Pegasus’ asà se llama la susodicha suite de más de 20 minutos. Lejano o cercano parentesco a La Fille aux cheveux de lin o a alguna otra miniatura por el estilo de Claude Debussy.
El lleno absoluto que registraron ambos conciertos da buena medida del excelente estado de salud que goza la vida jazzÃstica de Polonia en general y WrocÅ‚aw en particular. El mismo domingo que Charles Lloyd despedÃa el Jazztopad, el prodigioso pianista Leszek Możdżer, junto a Lars Danielsson y Zohar Fresco, llenaban otra sala en la capital silesiana. En apenas 10 dÃas, amén de los ya citados, pasaron por allà otras figuras no de menor rango como Tony Malaby o los trÃos de William Parker y Joachim Kühn. Si el año pasado el Jazztopad sirvió de escaparate para conocer la realidad del jazz coreano, en la presente y décima edición alargó su horizonte hasta Japón.
Este género musical no para de parir nuevas ideas. ¿Hasta cuándo? El Jazztopad cumplió 10 años y el jazz, ya centenario, no conoce frontera alguna cuando de lo que se trata es de exprimir la creatividad. Creatividad on going, creatividad sobre la marcha. A veces uno tiene la sensación de que sólo los músicos fuerzan su final, de lo contrario el tema podrÃa ser, ciertamente, inacabado.
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