El Liceu repone La forza del destino
El Gran Teatre del Liceu ha repuesto la producción escénica de La forza del destino verdiana firmada por Jean-Claude Auvray y estrenada en 2012, y lo ha hecho auspiciando el título con un notable elenco de cantantes y una orquesta en estado de gracia bajo la batuta de Nicola Luisotti.

Este título, inspirado en el drama hispánico “Don Álvaro o la fuerza del sino” del polifacético Duque de Rivas (don Ángel María de Saavedra), explota los recursos musicales de un Vedi ya maduro que, en gran medida, anticipa algunas soluciones que encontraremos desarrolladas en su célebre Aida.
Mención especial merece el tratamiento orquestal de los temas musicales que van tejiendo e infundiendo aliento dramático a la partitura, entre los que sobresalen el del obstinado destino y el arrebatadoramente evanescente de Leonora. El maestro Luisotti, buen conocedor de la escuela lírica italiana, impulsó una lectura dinámica desde los primeros compases, quizás con algún exceso de volumen y de contrastes -sobretodo entre los primeros tiempos, un tanto acelerados, y los números solistas principales, algo dilatados-, aunque siempre sostenida con una sonoridad vibrante, equilibrada y redonda. No en balde, la labor de la orquesta se llevó una de las ovaciones más sonoras el día del estreno.
En el primer reparto, Anna Pirozzi sobresalió como una auténtica Leonora de manual, de robusto instrumento, instinto lírico y consumada capacidad expresiva. A su lado, nos sorprendió gratamente el Don Álvaro del norteamericano Brian Jagde, poseedor de un caudaloso instrumento sábiamente modulado, quien hizo las delicias del público en todas sus intervenciones. Completó el triángulo protagonista el espléndido Don Carlo de Artur Rucinski, paladín de la mejor tradición verdiana. Mención destacada mereció el Fra Melitone de Pietro Spagnoli, tanto por sus excepcionales dotes escénicas como por sus holgadas facultades canoras. Giacomo Prestia y John Relyea cumplieron con oficio y solvencia en los profundos papeles de Marqués de Calatrava y Padre Guardiano, respectivamente; así como también Caterina Piva sacó un buen jugo del más frívolo papel de Preziosilla. El resto de coprimarios y el coro cumplieron con un óptimo nivel.
La dirección escénica se movió entre enormes espacios vacíos, tan solo conjugados mediante una monumental talla de Cristo en la Cruz y una kilométrica mesa. Con todo, la labor actoral de los intérpretes fue capaz de dinamizar satisfactoriamente la austeridad del espacio escénico.
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