Rossini pone música al fin de año del Liceu
El coliseo barcelonés quiso sumarse a las conmemoraciones del 150 aniversario de la muerte de Gioachino Rossini despidiendo el 2018 con una feliz producción del primer gran título bufo del compositor de Pesaro: L’italiana in Algeri (1813).
Rossini

© A Bofill
Riccardo Frizza fue el encargado de dirigir musicalmente al conjunto con una lectura detallista y equilibrada, y lo hizo poniendo en valor la transparencia y la elegancia de las orquestaciones y de las armonías del pesarense. Con todo, su pulcritud no estuvo reñida con el brío chispeante y la fluidez dinámica que reclaman los números rossinianos, brillantemente resueltos, en su conjunto, por el competente grupo de intérpretes reunidos para la ocasión.
En la función del 22 de diciembre, Simón Orfila fue el encargado de resolver con gran solvencia canora y esforzada prestación escénica el rol de Mustafà. Edgardo Rocha, tenor de voz más bien pequeña, cantó con gran refinamiento y elegancia el rol de Lindoro, demostrando poseer unas dotes excepcionales como tenore di grazia. Maite Beaumont no defraudó como Isabella, exhibiendo un canto dúctil y fluido, capaz de superar airosamente los intrincados ornamentos prescritos por el compositor italiano y demostrando, a su vez, el suficiente carácter y encanto escénico que el papel requiere. Los barítonos Toni Marsol (Haly) y Manel Esteve (Taddeo) dieron buena fe de la extraordinaria cantera lírica que alberga el Principado catalán, a la cual cabe sumar, con sobrados méritos, la espléndida soprano Sara Blanch, una Elvira excepcional, y la deliciosa Zulma de Lidia Vinyes-Curtis.
En general, la función fue de menos a más, sustentada por una impecable e implicada respuesta del coro y la orquesta de la casa. La producción escénica de Vittorio Borrelli no nos deparó sorpresas transgresoras y se ciñó a narrar con buenas dosis de imaginación e ingenio la simpática farsa rossiniana. Cabe destacar los bellos decorados de Claudia Boasso, realzados por la iluminación de tonalidades azuladas de Andrea Anfossi y Vladi Spigarolo. En algunas escenas hubo guiños a referentes pictóricos, como al famoso lienzo La libertat guiando al pueblo de Delacroix, así como también algunos gags de producciones precedentes. No podemos dejar de destacar, por su belleza y suntuosidad, el lucido vestuario de Santuzza Calì.
Al finalizar, el público que llenaba el teatro aplaudió con generosidad y convicción, satisfecho por haber pasado una entrañable velada. Más de doscientos años después, Rossini nos sigue revelando que la ópera nos puede saciar sin dejar de divertirnos; un reto a todas luces inalcanzable para buena parte de los creadores operísticos contemporáneos.
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