Para ello resulta interesante la reflexión sobre dos textos de Enrique Blanco, Primera Aproximación y Sobre la escucha de música reciente; textos quizá ya algo antiguos, de la década de los ochenta, pero en algunos aspectos de plena vigencia. Completando este panorama el Manifiesto ético-estético sobre la creación musical en la Europa del s. XXI de Luis Robles nos pone en contacto directo con la situación del compositor de música de tradición escrita y su problemática.
No vamos a hacer un comentario de texto conjunto, ni una crítica, sino simplemente sacar a la superficie aspectos que considero relevantes, interesantes o que me llaman la atención.
El origen del primer texto “la necesidad de explicar por qué los compositores contemporáneos juzgan necesario dejar de hacer las cosas como siempre se habían hecho” pone de manifiesto el devenir histórico. No se trata de dejar de lado, tampoco de superar el pasado, sino de la búsqueda de nuevos lenguajes. Parece mentira que tengamos que seguir insistiendo en este tipo de afirmaciones, cuando debería estar sobradamente claro que las expresiones artísticas, sean musicales, literarias, poéticas, pictóricas, dancísticas, teatrales y un largo etcétera, no dejan de ser sino diferentes maneras de comunicar, poner en relación al creador y al receptor de ese determinado producto artístico, usar el/los lenguajes. Este hecho ha ocurrido a lo largo de toda la historia y explicamos la sucesión de los periodos unos a otros por oposición, por reacción, por superación. No estamos tan lejos de los griegos cuando seguimos pensando que necesitamos comprender para poder gozar estéticamente de cualquiera de las manifestaciones artísticas. Pues yo discrepo: escucho música, de muy diversos tipos, y puedo afirmar que he encontrado un pequeño espacio en el que me libero de escuchar notas con alturas determinadas (si poseo o no oído absoluto creo más bien que se trata de deformación pianística), intervalos, acordes, temas, preguntas, respuestas… Y ese espacio es precisamente la música contemporánea.
Me sorprende también el interlocutor hacia el que van dirigidos los textos: entendidos y no entendidos en música. Bien. Pero en definitiva se trata de personas formadas ya en una tradición. Los dos textos nos muestran una instantánea, un cuadro. A mi modo de ver paralizan nuestro momento histórico. Esto es necesario para hacer un diagnóstico. Y no dejan de ser eso: una descripción analítica, muy acertada por cierto, de la situación ante la que nos encontramos. Poseemos casi de manera inconsciente e intravenosa todo un legado cultural que voy a calificar “a la manera occidental”. No cuestionamos a ningún compositor del pasado, a ningún escritor, a ningún poeta, pintor, escultor…, artista al fin al cabo, que ya nos viene dado de antemano como una gran figura de la historia. Y es que resulta difícil desmontar la historia ya escrita, a pesar de que la superación del positivismo se dio hace ya unos miles de años atrás. La deconstrucción y el estructuralismo, la hermenéutica y la teoría de la recepción son teorías que se vienen manejando en el ámbito científico y parece que todavía no se han introducido de pleno en la práctica cotidiana. Se hace tortilla de patata deconstruida, pero comemos la tortilla de patata de toda la vida.
Los dos textos de Enrique Blanco no proponen ningún remedio más que una lista de audiciones, un repertorio recomendado, que yo me pregunto: ¿sería acertado, pertinente o incluso necesario abolir los libros de texto actuales y usar estas audiciones ya desde la infancia? Hipótesis atrevida pero no tan descabellada como parece, puesto que no necesitamos entender a los clásicos para intentar escuchar música reciente. Es fácil afirmar esto desde la postura de quien cree que entiende a los clásicos o a los románticos. ¿Los entendemos de verdad, o estamos aplicando unos sistemas de comprensión que violentan de alguna u otra manera lo que no podemos entender?; ¿qué pasaba por la cabeza de Mozart o Beethoven? Nunca lo sabremos. Además hemos vuelto a caer, topamos con la piedra justo con la que empecé. Parece que ante todo necesitamos entender.
Y aún me gustaría dar una vuelta de tuerca más, un nuevo círculo vicioso, en el que partiendo de la misma premisa, entrelazamos el segundo, Sobre la escucha de música reciente. Pero ahora la escucha. Se me había pasado por alto este hecho; y he aquí el punto de conexión crucial entre ambos protagonistas de toda comunicación. Queda claro que los compositores actuales están buscando nuevos lenguajes, por eso abandonan la tonalidad, empiezan a usar la disonancia, los cromatismos, los acordes errantes, y he ahí el compromiso. Si hay lenguaje, hay comunicación, y el emisor tendrá que escoger un código inteligible ya que de otra manera no se produce tal conexión. ¿Cómo hacerlo? Ni si quiera Luis Robles lo sabe. Lo que sí está claro es que necesitamos música, la sociedad demanda música. Pero si el compositor tiene esa responsabilidad, el oyente también tiene la suya.
El último concierto al que he asistido ha resultado toda una revolución para mí. Este hecho no se habría producido si anteriormente no hubiera realizado un curso de voz, una tontería casi intrascendente, que cambió mi manera de escuchar. A veces tenemos tan cerca la respuesta que no nos percatamos de su presencia. El lenguaje musical es puramente abstracto, nunca podremos saber lo que significa un “do” o un “si”, un acorde o una escala; dotamos a lo que nos llega de cierta sensibilidad, alejada de todo componente científico. Sería como si ahora nosotros tratáramos de comunicarnos con un lenguaje imaginario: ¿nos entenderíamos? Mi respuesta es rotunda: “sí”. Usamos palabras con un significado, cierto, pero lo que nos llega, además, son las intenciones que transmitimos por debajo de esas palabras. Y si dejas de oír notas, consonancias, disonancias, temas, preguntas, respuestas, y te fijas en lo que te llega y cómo te llega, habrás cambiado por completo tu concepto de “escucha”. Esta es la parte de responsabilidad que le toca al oyente.
Aquí no termina la responsabilidad. Parte de la culpa de todo este problema generado con la nueva música son los patrocinadores, gestores y discográficas que forman parte del entretejido que manipula y condiciona los gustos musicales y culturales. Flaco favor se le hace a las nuevas composiciones cuando son estrenadas en el Auditorio Nacional, por ejemplo, justo antes del descanso y entre obras tan consagradas como la 5ª Sinfonía de Beethoven, o con otra obra de renombre para que el concierto “funcione”. También tenemos que mencionar el papel de la radio en cuanto a difusión, más que mermada, por cierto, de este tipo de composiciones.
Por tanto, no puedo dejar de lado la indicación al círculo vicioso. Me gusta la complicidad con lo irónico y redondeo la canción de Joaquín Sabina y Alberto Pérez incluida en el disco La mandrágora titulada precisamente “Círculos viciosos”: ¿por qué no nos gusta la música contemporánea? Porque no se escucha. Y ¿por qué no se escucha? Porque no se programa. Y ¿por qué no se programa? Porque no gusta. Y ¿por qué no gusta? “Eso mismo fue, lo que yo le pregunté”, “Eso mismo fue, lo que yo le pregunté”. Ahora sí está bien cerrado el círculo.
Afirmo, junto con Luis Robles que esta visión no es pesimista ni mucho menos. Creo que se están haciendo cosas nuevas, incluso en los Conservatorios de Madrid, los profesores–intérpretes y los compositores están tomando tanto el espacio del concierto, como el que les compete, la enseñanza a través de la Nueva Música. Cierto que nuestro momento actual de crisis no beneficia la programación de lo que llamamos por convención música contemporánea (a día de hoy el CDMC, el Centro para la Difusión de Música Contemporánea, ha pasado a ser un centro para la difusión de la música en general; aquí sí considero que hemos perdido). Ser hoy en día compositor es tarea nada fácil, compaginada con otros quehaceres que permitan la subsistencia, pero todo lo anterior unido a la reflexión de un compositor como Luis Robles vuelve a sacar a la luz una oportunidad única, esto es: si algo nos brinda este momento histórico es la posibilidad de comunicarnos con los creadores, y eso es un privilegio que no deberíamos dejar escapar.
[Publicado por primera vez en febrero 2011, en el nº 1 de «Jugar con fuego», revista digital que dejó de publicarse en 2012]
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Menudo toston
Tomo el abecedario, situo las letras en cualquier orden y me proclamo escritor. Si alguien me dice que no lo entiende le hago pensar que es por su ignorancia. Esta es, en general, la música contemporánea y la estrategia que utilizan (con muy buenos resultados) aquellos que se dicen «compositores», por cierto sin saber la mayoría de ellos cantar afinadamente un arpegio de Do mayor.