La cara y la cruz
Parsifal y Tristan e Isolda
Pisar Bayreuth tres dÃas después del arranque de temporada, más cuando se trata de la sonora número 100, tiene su lado positivo.

Tristan und Isolde. ©Bayreuther Festspiele GmbH/Enrico Nawrath
Cuando de la lluvia de flashes de la inauguración sólo quedan fotos en las ediciones trasnochadas de algunos diarios, gratifica ascender a la verde colina reposadamente, sin agobiantes medios de seguridad. Hasta que el segundo aviso de la fanfarria te hace pensar que, como en pasadas ediciones, tampoco controlas los tiempos en un año tan especial. No sólo por la efemérides del cien: ante todo. porque se cumplen los sesenta años de un momento clave del Festival cuando, tras el paréntesis de la Segunda Gran Guerra, Wieland Wagner, el nieto emprendedor del músico, decidió reabrir el conocido como Nuevo Bayreuth. El tÃtulo elegido no podÃa ser otro que Parsifal, la última ópera de su abuelo, que parcialmente dirigió antes de emprender en 1882 el que serÃa último viaje a Venecia, de donde sólo regresarÃa su cuerpo.
Parsifal
De ahà que Parsifal sea el mejor aperitivo para luego seguir con los cuatro tÃtulos restantes, programados escalonadamente hasta el 28 de agosto, en esta especial ocasión sin TetralogÃa. Más, porque la propuesta que el jueves se recuperaba, la concibió en 2008 el noruego Stephan Herheim sintetizando la historia del Festival a través de la mirada cinematográfica del propio Richard Wagner desde su tumba, situada en el primer plano de la escena. Como la gran toma subjetiva de una cámara ante la que desfilan desde el rey-niño que harÃa posible el milagro – recordado este año en Baviera en los 125 años de su muerte- hasta el reconocimiento del liderazgo de Parsifal en el Bundestag de Bonn. Un montaje en el que no falta la referencia que orientó el Nuevo Bayreuth: borrar el estigma Hitler del lugar tan frecuentado por él, visitante asiduo de la familia Wagner. Aquel pasado se zanjaba en el Parsifal de 1951 con la proyección de la frase “aquà se habla de arteâ€, haciendo reconsiderar su postura a los que habÃan tomado el lugar como su particular Walhalla.
Las palabras, extraÃdas de otra ópera wagneriana, Los Maestros Cantores de Nuremberg, también las ha recuperado Herheim para el tercer acto. El más enigmático de una propuesta cargada de referencias a la gran pantalla: desde El Ãngel azul de Marlène Dietrich vista por von Sternberg para crear a la Kundry más seductora (Susan Maclean), a las múltiples citas viscontianas. Sobre todo, La caÃda de los dioses: véase al malvado Klingsor (Thomas Jesatko) transmutado en el travestido protagonista de la Noche de los cristales rotos. Por no faltar, no faltan guiños a la loca Belle Époque o a las geométricas propuestas danzantes de La calle 42. Aunque todo discurra en Wahnfried, fortaleza de la familia Wagner, convertida por Herheim en omphalos del universo. Por ella pasarán las dos grandes contiendas, y entre sus muros se vivirá la larga epopeya del Grial, entre una delirante sobrecarga de imaginerÃa, que el espectador, a riesgo de perderse, intentará encajar en la historia que conoce. Al servicio del texto, un plantel de voces encabezado por el notable Amfortas de Detlef Roth, el acertado Parsifal de Simon O’Neill o el Gurnemanz del bajo coreano Kwangchul Youn, el más aplaudido de la noche junto con el encomiable trabajo del coro. Y con el director musical, el italiano Daniele Gatti, que logró extraer de la reputada orquesta una rica paleta de colores, redondeando momentos de extraordinaria emoción.
Tristan e Isolda
Contra la saturación de imágenes y conceptos, la cara opuesta de la moneda la encontramos un dÃa más tarde en el individualismo de los personajes del Tristan e Isolda de Christoph Marthaler. Antes de continuar, debo declarar que, de las producciones que en los últimos años han complementado el Anillo y ahora se reúnen para diseñar una temporada autónoma, esta de Tristan e Isolda es mi favorita. Creada en 2005, retirada en 2009 una vez justificado su inicial cometido, regresa como por arte de magia esta lectura limpia y directa del texto realizada por Marthaler. La que más se atiene al espÃritu del libreto, si prescindimos de referencias espaciotemporales, presentándonos una colección de solitarios. para quien amar es el objeto, aunque eso implique la anulación del otro. Tomando al pie de la letra las palabras de Musset: “amar es lo importante, qué importa el ser amadoâ€. Algo que se nota especialmente en el tratamiento de las mujeres, con un toque almodovariano, donde Brangäne pasa a ser la enfermera de una Isolda autista, pieza de un juego en el que, como Tristan, se parapeta en su torre de marfil sabiendo que sus vidas acabarán por hundirse obedeciendo al famoso acorde que preludia la tragedia.
La parte negativa la encontramos en la dirección orquestal de Christoph Schneider, y en el desequilibrio del reparto, con una soprano, Ingrid Theorin (Isolda), ligeramente chirriante en su emisión; un Tristan (el americano Robert Dean Smith) que, siendo un cumplido tenor lÃrico –lo volveremos a comprobar pronto en Bilbao encabezando Die Tote Stadt– carece del punto de heroismo vocal que requiere el protagonista masculino de esta ópera, y un Robert Hall como Rey Marke, que deja mucho que desear, por comparación con el que en el Festival de Múnich, a pocos kilómetros de Bayreuth, borda en estos mismos dÃas René Pape. Bien en sus papeles, los servidores de la pareja, defendidos por el bajo barÃtono finlandés Jukka Rasilainen (Kurwenal) y la Brangäne de la mezzo sudafricana formada con Brigitte Fassbaender Michelle Breedt.

Parsifal. ©Bayreuther Festspiele GmbH/Enrico Nawrath
Lo lamentamos. No hay nada que mostrar aún.
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