La Ópera de Tokio se adelanta para las celebraciones del año Britten
Con Peter Grimes, llega al Nuevo Teatro Nacional de Tokio el primer título británico de su historia.
Si Japón va en todo por delante, no va a ser menos a la hora de iniciar el largo año de homenajes que le esperan en su centenario a Benjamin Britten (1913-1976), uno de los grandes compositores de ópera del siglo XX. Para ello, nada mejor que su gran obra, Peter Grimes, llamada a ser la más representada en estos meses, cuando se podrá ver en incontables lugares: de Bogotá a Berlín, de Salt Lake City en los Estados Unidos, a Tenerife o Estocolmo.
Además de estar prevista como el gran acontecimiento de la agenda del festival en torno al compositor que, del 7 al 23 de junio, tendrá lugar en la localidad inglesa de Aldeburgh, donde el compositor pasó sus últimos años; donde está enterrado junto a su inseparable Peter Pears, y donde la fundación que lleva el nombre de ambos defiende y airea su legado. Un pintoresco enclave en la costa de East Suffolk, en el que Britten compuso la obra, convirtiendo ese pueblo de pescadores en el marco donde tiene lugar el drama que marca el desarrollo de la trama que tiene como protagonista a un despiadado lobo de mar, y cuyo argumento está presidido por dos temas que hoy continúan teniendo tanta actualidad como en el momento de su creación: el maltrato a la infancia y el abuso infantil.
La elección de este título para el Nuevo Teatro Nacional de Tokio se debe a Otaka Tadaaki, desde hace tres años su director artístico del apartado operístico, en el que permanecerá hasta la temporada 2014-15, cuando lo releve en el cargo Iimori Tajiro. Puestos a elegir, Tadaaki ha optado para abrir su nuevo curso–en el que no faltarán tributos a Verdi (Aida, Nabucco y Otello) y Wagner (Tannhäuser)- por una de las mejores producciones que ha conocido Peter Grimes desde que, tras el éxito de su estreno en el Teatro Sadler’s Wells de Londres el 7 de junio de 1945, fuese escalando peldaños en la aceptación del público hasta ser hoy día una ópera del repertorio.
La decisión de Tadaaki ha sido nada más ni nada menos que el montaje que en 1994 firmó Willy Decker para el teatro de La Monnaie de Bruselas, desde el que saltó a numerosos escenarios. Incluido el del Teatro Real de Madrid (el Liceu se cayó del recorrido por causa del incendio), donde se estrenó en noviembre de 1997, un mes después de su reapertura. El éxito obtenido en el coliseo madrileño, donde se continúa relacionando entre las mejores puestas en escena de sus 15 años de vida, se volvió a repetir en la première ayer martes en el Nuevo Teatro Nacional de Tokio (inaugurado casualmente el mismo año que el Real), que con este título se anota la primera ópera británica de su historia.
El público del estreno valoró los resultados con calor, aclamando con vehemencia a los principales artífices. Decker, que en 2008 se presentó en el mismo teatro con Die Soldaten, se apoyó en un eficaz equipo: para la escenografía y el vestuario , en John Mcfarlane, puestos de relieve a su vez gracias a la minuciosa labor de iluminación de David Finn, convirtiendo los cuadros por momentos en auténticas pinturas de Turner, como vehículo ideal para enfatizar el dramatismo de la historia. Richard Armstrong, desde el foso, fue el segundo triunfador, sacando lo mejor de la Filarmónica de Tokio: contrastando la violencia que marca la acción con momentos de gran lirismo, como la obertura del tercer acto.
El coro, potente y disciplinado, se mostró como un gran colaborador del director escénico, que supo potenciar la calidad de tan excelentes profesionales, capaces de dar en su cometido vocal una verdadera lección de rigor. Para los papeles principales se ha recurrido a un buen elenco de protagonistas. Empezando por el heldentenor australiano Stuart Skelton, que puso toda la carne en el asador para defender, como hizo en la ópera de Oviedo en esta misma temporada, un papel tan exigente y arriesgado como el del titular de la obra, que en algún momento estuvo a punto de rendirle. Excelente en sus cometido, la soprano británica Susan Gritton volvió a ser la viuda Ellen Orford, única amiga de Grimes, cometido que en junio interpretó en La Scala de Milán.
Perfecta la también británica mezzosoprano-contralto Catherine Wyn-Rogers (Waltraute hace tres años en la producción del Anillo firmada por Mehta-La Fura para Las Arts de Valencia), que parece encontrarse cómoda en esta obra en la que ya ha desempeñado dos papeles: el de Auntie, con el que se ha presentado en Tokio y el de la señora Sedley, como se la pudo ver en la Scala. Algo similar a lo que le sucede al barítono Jonathan Summers, que lleva bajo la piel al capitán Balstrode que va rodando por teatros de todo el mundo, incluyendo el de Las Palmas, donde estuvo el pasado año. El resto del reparto, en su mayoría voces japonesas, cumplimentaron con absoluta entrega sus respectivos cometidos.
Lo lamentamos. No hay nada que mostrar aún.
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