Revuelo en ‘El holandés errante’
Si los hindúes adinerados esperan que la muerte les sorprenda en su palacio de Varanasi y saltar desde allà directos al paraÃso ¿no aspirarán los wagnerianos más pudientes –Bayreuth no es un lugar barato, como se sabe– a ingresar en un pispás en el Walhalla si despiden sus dÃas en el teatro de la Verde Colina?
Esto le dio por maquinar a una de mis dos neuronas hábiles cuando, casi por ensalmo, al emitir El holandés errante sus primeras palabras: Die Friest ist um (Ha llegado el momento), se organizó en la sala un pequeño revuelo. El necesario para atender la lipotimia de turno, molestando al menor número posible de espectadores. Apenas hay dÃa que no se de algún caso.
A la emoción de pisar el sacrosanto lugar se une las tardes de calor –la representaciones suelen comenzar a las cuatro– la sofoquina imaginable en un recinto casi-casi como lo dejó don Ricardo: sin refrigeración ni reposabrazos entre los asientos, que muchos acondicionan con sus propias almohadillas, como si de una plaza de toros se tratase. ¡Por el sacrificio autoimpuesto hacia Dios!…
Hablaba de mis dos neuronas en estado pensante. La segunda, mientras, intentaba averiguar en qué lugar habÃa tramado Jan Philipp Glogger, desde el pasado año director del Teatro de Mainz, la acción que, para el primer drama lÃrico de Wagner, madre del cordero de lo que habrÃa de venir–con sus leit-motiven como es debido y su correspondiente inmolación femenina por amor–, Wagner sitúa en un puerto-refugio de la costa noruega. ¿SerÃa el laberÃntico circuito electrónico invadiendo la totalidad del escenario la mente de Senta, imaginando una vez más la historia que internamente la consume, y surgiendo de entre sus recovecos la aparición casi mÃstica del amado?. ¿Por qué no?. Al fin y al cabo, la balada en que la protagonista femenina narra lo que ha de venir fue el germen a partir del cual Wagner desarrolló el resto de la ópera. Esa fue la primera reflexión.
Vuelta a la música
Hasta el momento de abrirse el telón, las cosas habÃan ido bien. En el foso, Christian Thielemann tras un año de ausencia se arrogaba la autoridad que le atribuyen Bayreuth y las biznietÃsimas rectoras (un rumor extendido asegura que el pretendido heredero de Karajan es su asesor áulico en lo musical), por la defensa a lo largo de cinco veranos de un alabado Anillo. Entre sus prerrogativas podrÃa estar la personal lectura de los pentagramas. Tal vez por esa razón, arrancó con un prólogo desusadamente lento, dando protagonismo solista a los instrumentos como si se tratara de una alternativa celibidachiana –¿conmemorarÃa el centenario del rumano que pasó el relevo en la Filarmónica de BerlÃn a su maestro Karajan?- para, seguidamente, ajustarse a los parámetros habituales para esta ópera a la que tanto trabajo le costó figurar como la décima y última ficha del puzzle conocido como Canon de Bayreuth. Porque El Holandés errante no se pudo representar aquà hasta 1901, cuando Cósima la impuso en la forma en que originariamente la habÃa concebido su marido: en un solo acto y tres cuadros, potenciando de esa manera las unidades teatrales –acción, tiempo y lugar– que la rigen.
Asà se pudo ver ayer en la segunda representación de esta nueva propuesta, que llega seis temporadas después de la de Claus Guth. Si fallan los calendarios de probado crédito, del azteca al zaragozano, salvando las distancias ¿por qué no el de los pensadores de Bayreuth?. De ser asÃ, el Holandés se ha adelantado un año en pisar tierra, ya que, según la historia que narra el libreto, libremente inspirado en un relato-boutade de Heine, el errabundo marino sólo tiene un dÃa cada siete años para intentar conseguir a la mujer fiel que le devuelva la paz, liberando la maldición de vagar eternamente por los mares. Tal vez por eso haya pesado un gafe de último momento, que obligó al barÃtono-bajo Evgeny Nikitin, inicialmente previsto para encarnar al Holandés, a tirarse en marcha del montaje cuatro dÃas antes del estreno. Tras descubrir que en el pecho tatuado del cantante ruso –no muy alto, pero sà rubio como la cerveza local–, entre los nombres de mujer que impone la copla, y como recuerdo del pasado en una banda heavy metal de su paÃs de la que formó parte, figuraba una esvástica, algo tan mal visto en este privilegiado lugar del universo, empeñado en borrar sombras de un pasado que hoy califican de funesto.
HabÃa llegado la hora de poner en primera lÃnea de fuego, como en los tópicos teatrales de Broadway, al hasta ese momento cover, el coreano Samuel Youn, conocido en España, después de resolver con precisión papeles straussianos. Como el Jokannan de Salomé en Sevilla hace unos años, o el Oreste de Madrid en la Elektra de Bychkov-Grüber con escenografÃa de Kiefer para el Real en la última temporada. Youn, familiarizado con el papel del Holandés, que debutó el pasado mes de mayo en Colonia, se mostró en su segunda noche de Bayreuth –algunos consideraron la primera un ensayo general, dada la premura del cambio– como un buen tenor heroico, valiente en los agudos, y esperando cuajar los registros más graves de pecho, tan necesarios para los pasajes más dramáticos del rol, cuando en mayo de 2013 lo retome en BerlÃn.
Ningún reparo para la Senta sin fisuras de la soprano canadiense Adrianne Pieczonka, ensalzada entre la crème wagneriana por su Siegliende de la TetralogÃa en las ediciones 2006-2007. Como ahora, a las órdenes de Thielemann, que ha demostrado una vez más su tino en la elección de voces, rematando el reparto con otras cuatro de solvencia. Las de la contralto Christa Mayer (Mary), los tenores Benjamin Bruns (el grumete) y Michael König como el enamorado Erik, que podrÃa haber intercambiado agudos por graves con su rival frente a Senta. Por último, el bajo Franz-Joseph Selig dio un excepcional juego como el avariento Daland, padre de la soñadora Pieczonka, la más aclamada después de ese Thielemann camino del mito. Además, claro está, del inefable comportamiento de la orquesta y coro titulares.
El fin del cuento
¿Que cómo acabó la historia? La pobre neurona, que no ha dejado de atar cabos en estas horas, ha deducido que las aspiraciones de Daland y su grumete de reindustrializar el pueblo con el dinero del holandés y en su propio beneficio funcionaron. ¿Cómo?: con la “mortalización†del Holandés gracias al suicidio de Senta por un procedimiento similar al de Lucrecia: puñalada directa al corazón. A partir de ese momento, la obsoleta factorÃa de ventiladores modelo N1-H1L que daba actividad a las mujeres del pueblo pasó a producir la novedosa escultura a lo Lladró (Referencia 3T-3RN-4L): los dos amantes en distintos tamaños –desde pie de lámpara a curioso adorno para tarta nupcial–, convertida en éxito comercial. ¿Algo que objetar? Al hacerse el oscuro, para algunas voces aisladas entre el público –pocas, la verdad–, parece que sÃ, considerando sus abucheos. Aunque, visto lo visto en las últimas ediciones, no parece tal disparate, Bien mirado no se trata más que de una producción barata, buena cosa para tiempos de crisis. Y sin complicaciones. Ambos razonamientos posiblemente pasaron por la cabeza de Ãngela Merkel, cuando la vio en su estreno. Como mucho, su mentalidad pragmática le llevarÃa a una sola objeción: aumentar de alguna manera el bajo Ãndice de productividad de la mano de obra femenina en el proceso del empaquetado.
Lo lamentamos. No hay nada que mostrar aún.
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