Un Parsifal de ‘pelÃculas’
El 26 de julio de 1882, con Wagner en el foso, se estrenaba en Bayreuth el “festival escénico sacro†Parsifal.
Después de aquella experiencia, el compositor emprenderÃa el viaje a Venecia del que habrÃa de regresar sólo su cuerpo para ser inhumado a espaldas de Wahnfried, el reposo a la locura, como denominó a la residencia para él construida gracias a la generosidad de su adorador Luis II de Baviera.
Tres dÃas después de cumplirse los 130 años de aquella première absoluta, el Nuevo Festival (asà se le conoce desde la reapertura en 1951, precisamente con este tÃtulo) programaba la primera de las seis representaciones de esta edición, en que se despide del sancta-sanctorum que corona la Verde Colina la propuesta escénica del noruego Stefan Herheim. Un concienzudo trabajo que a nadie ha dejado indiferente en sus cinco convencionales veranos de rodaje.
Ante todo, por la minuciosa labor de narrar en distintos planos –secuela de su controvertido maestro Götz Friedrich– la por sà enrevesada leyenda medieval artúrica que inspiró a Wagner el poema escénico considerado su testamento operÃstico y vital. Precisamente en torno a esa idea testamentaria se ha movido Herheim; concentrando en el reducido espacio de Wahnfried las montañas de Monserrat y los jardines del perverso Klingsor en Ravello.
Centrando en la tumba de Wagner el escondite del milagroso grial, y al músico, como si se tratase de una subjetiva cámara cinematográfica, en el testigo omnisciente encargado de narrar la historia del lugar. Y al tiempo, del propio Festival: desde su creación hasta nuestros dÃas. Para ello Herheim recurre a situaciones y personajes reconocibles de la cinematografÃa. Aladas citas viscontianas –Ludwig, Muerte en Venecia o La CaÃda de los Dioses– para el primer acto (desde la construcción del lugar hasta la llegada del siglo XX), a homenajes explÃcitos en el segundo, que concluye con la caÃda de Hitler, al cine musical –La calle 42, Escuela de sirenas–, convirtiendo a la Kundry, seductora de Parsifal, en la voluble Marlene Dietrich de El Ãngel Azul. Como broche, el final de la historia se traslada hasta el Parlamento alemán, en busca de una milagrosa conciliación.
La convicción del planteamiento, la deslumbrante ejecución de los espacios –a los sucesivos momentos de Wahnfried: residencia, hospital o simples ruinas, se suma la precisa réplica escenográfica del Parsifal de 1882– y la brillante dirección actoral fueron reconocidas por el público a Herheim y su equipo con entusiasmo. Aunque las mayores ovaciones se las anotó el bajo coreano Kwangchul Youn por un sólido trabajo como Gurnemanz, elevado a categorÃa de gran protagonista de la ópera.
Tras él, destacaron en sus cometidos dos barÃtonos alemanes Detlef Roth (Amfortas) y Thomas Jesatko (Klingsor), y alguna voz de menor notoriedad en escena, como la soprano Julia Borchert, una de las mujeres flor. El tenor de Hamburgo Burkhart Fritz se mostró al lÃmite de sus posibilidades con un Parsifal que le desbordaba. Como le ocurrió a la mezzosoprano de Minnesota Susan Maclean, obligada a gritar para sacar adelante una Kundry que a nadie convenció. El joven director suizo Philip Jordan contó con la admiración traducida en vÃtores del público por su acertada mano con la orquesta que, como el coro titular, sólo pueden recibir elogios por su entrega.
Lo lamentamos. No hay nada que mostrar aún.
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