Doce Notas

Un Parsifal de ‘películas’

no sin policrates  Un Parsifal de películas

'Parsifal' © Bayreyther Festspiele GmvH/Enrico Nawrath

Después de aquella experiencia, el compositor emprendería el viaje a Venecia del que habría de regresar sólo su cuerpo para ser inhumado a espaldas de Wahnfried, el reposo a la locura, como denominó a la residencia para él construida gracias a la generosidad de su adorador Luis II de Baviera.

Tres días después de cumplirse los 130 años de aquella première absoluta, el Nuevo Festival (así se le conoce desde la reapertura en 1951, precisamente con este título) programaba la primera de las seis representaciones de esta edición, en que se despide del sancta-sanctorum que corona la Verde Colina la propuesta escénica del noruego Stefan Herheim. Un concienzudo trabajo que a nadie ha dejado indiferente en sus cinco convencionales veranos de rodaje.

Ante todo, por la minuciosa labor de narrar en distintos planos –secuela de su controvertido maestro Götz Friedrich– la por sí enrevesada leyenda medieval artúrica que inspiró a Wagner el poema escénico considerado su testamento operístico y vital. Precisamente en torno a esa idea testamentaria se ha movido Herheim; concentrando en el reducido espacio de Wahnfried las montañas de Monserrat y los jardines del perverso Klingsor en Ravello.

Centrando en la tumba de Wagner el escondite del milagroso grial, y al músico, como si se tratase de una subjetiva cámara cinematográfica, en el testigo omnisciente encargado de narrar la historia del lugar. Y al tiempo, del propio Festival: desde su creación hasta nuestros días. Para ello Herheim recurre a situaciones y personajes reconocibles de la cinematografía. Aladas citas viscontianas Ludwig, Muerte en Venecia o La Caída de los Dioses para el primer acto (desde la construcción del lugar hasta la llegada del siglo XX), a homenajes explícitos en el segundo, que concluye con la caída de Hitler, al cine musical –La calle 42, Escuela de sirenas, convirtiendo a la Kundry, seductora de Parsifal, en la voluble Marlene Dietrich de El Ángel Azul. Como broche, el final de la historia se traslada hasta el Parlamento alemán, en busca de una milagrosa conciliación.

'Parsifal' © Bayreyther Festspiele GmvH/Enrico Nawrath

La convicción del planteamiento, la deslumbrante ejecución de los espacios –a los sucesivos momentos de Wahnfried: residencia, hospital o simples ruinas, se suma la precisa réplica escenográfica del Parsifal de 1882– y la brillante dirección actoral fueron reconocidas por el público a Herheim y su equipo con entusiasmo. Aunque las mayores ovaciones se las anotó el bajo coreano Kwangchul Youn por un sólido trabajo como Gurnemanz, elevado a categoría de gran protagonista de la ópera.

Tras él, destacaron en sus cometidos dos barítonos alemanes Detlef Roth (Amfortas) y Thomas Jesatko (Klingsor), y alguna voz de menor notoriedad en escena, como la soprano Julia Borchert, una de las mujeres flor. El tenor de Hamburgo Burkhart Fritz se mostró al límite de sus posibilidades con un Parsifal que le desbordaba. Como le ocurrió a la mezzosoprano de Minnesota Susan Maclean, obligada a gritar para sacar adelante una Kundry que a nadie convenció. El joven director suizo Philip Jordan contó con la admiración traducida en vítores del público por su acertada mano con la orquesta que, como el coro titular, sólo pueden recibir elogios por su entrega.

 

 

 

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