Mortier en todos los frentes
[Edición impresa DaD #14 oct-nov 2010]
Se suponÃa que la llegada de Gerard Mortier al Teatro Real iba a ser animada. Pero la confirmación supera las expectativas. Parece que tenemos Mortier hasta en la sopa. ¿Eso es bueno o malo?

Gerard Mortier. © G. Caballero
Depende, como todo. Mortier presenta su temporada en todo tipo de tribunas, Mortier presenta cada una de sus óperas (ya lleva tres), Mortier presenta un libro sobre ópera, Mortier aparece en el principal diario de la capital con una frecuencia que está pasando de ser simplemente empalagosa a convertirse en una plasta, Mortier concede entrevistas en las revistas especializadas de música clásica sonriendo si se trata de medios dóciles o contraatacando con fiereza jesuÃtica cuando los entrevistadores le siembran el campo de minas, Mortier acapara intervenciones en diversos ámbitos programadores (Toledo, Sevilla).
Y por si todo esto fuera poco, sus adversarios amplifican el ruido mediático anunciando futuras conjuras. ¿Es para tanto? ¿No estaremos mostrando los rasgos caracterÃsticos de una vida cultural provinciana con esta mezcla de amor-odio ante el personaje venido de fuera?
Lo normal serÃa que se le dejara trabajar, al menos un par de temporadas, y luego evaluáramos. Hasta el momento, Mortier ha mostrado unos diseños razonables de programación pero sin tirar cohetes. No se ha mostrado como ese rabioso modernizador que algunos temÃan ni ha dicho nada que asuste a nadie, más allá de que no le gusta Puccini y lo pregona.
Debe quedar claro que el personaje nada muy bien entre el ruido mediático, pero si tiene un aspecto de charlatán innegable, también debe quedar claro que su cultura y su experiencia son muy serias y bastante más elevadas que la media del producto nacional bruto. Su simple presencia en Madrid ya ha elevado el nivel de reconocimiento de lo que pasa en España en el ámbito lÃrico fuera de nuestras fronteras; y los envidiosos, arbitristas y francotiradores no deberÃan tener más crédito que el que merecen. Mortier es un lujo cultural y un sÃntoma de que Madrid gana posiciones.
Pero también es justo reconocer que el cambio no es tan grande, que los anteriores directores artÃsticos (sin excepción) del Teatro Real han realizado un trabajo estimable y merecen un hueco en la memoria del Teatro; y que estarÃa bien dejar al primer coliseo lÃrico español la tranquilidad de que se adapte a la realidad cultural del paÃs y que afine sus apuestas operÃsticas. Nos gusta ver a nuestros grandes nombres bien acogidos en las más altas responsabilidades en paÃses extranjeros, pero debemos tratar a las personalidades internacionales de la misma forma si queremos ser un paÃs normalizado en el concierto de los grandes.
No podemos repetir el bochorno de lo que le sucedió a Lissner. Y si hay alguien que piensa que Antonio Moral lo hizo muy bien en el Real, se puede consolar perfectamente acudiendo al Auditorio Nacional a ver cómo se las compone con toda la música occidental, desde la medieval hasta la contemporánea, ahà sà hay un desafÃo inédito; sobre todo porque entre los grandes méritos de Moral a la hora de programar, nunca han sobresalido los extremos.
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