Doce Notas

Mortier en todos los frentes

Gerard Mortier. © G. Caballero

Depende, como todo. Mortier presenta su temporada en todo tipo de tribunas, Mortier presenta cada una de sus óperas (ya lleva tres), Mortier presenta un libro sobre ópera, Mortier aparece en el principal diario de la capital con una frecuencia que está pasando de ser simplemente empalagosa a convertirse en una plasta, Mortier concede entrevistas en las revistas especializadas de música clásica sonriendo si se trata de medios dóciles o contraatacando con fiereza jesuítica cuando los entrevistadores le siembran el campo de minas, Mortier acapara intervenciones en diversos ámbitos programadores (Toledo, Sevilla).

Y por si todo esto fuera poco, sus adversarios amplifican el ruido mediático anunciando futuras conjuras. ¿Es para tanto? ¿No estaremos mostrando los rasgos característicos de una vida cultural provinciana con esta mezcla de amor-odio ante el personaje venido de fuera?

Lo normal sería que se le dejara trabajar, al menos un par de temporadas, y luego evaluáramos. Hasta el momento, Mortier ha mostrado unos diseños razonables de programación pero sin tirar cohetes. No se ha mostrado como ese rabioso modernizador que algunos temían ni ha dicho nada que asuste a nadie, más allá de que no le gusta Puccini y lo pregona.

Debe quedar claro que el personaje nada muy bien entre el ruido mediático, pero si tiene un aspecto de charlatán innegable, también debe quedar claro que su cultura y su experiencia son muy serias y bastante más elevadas que la media del producto nacional bruto. Su simple presencia en Madrid ya ha elevado el nivel de reconocimiento de lo que pasa en España en el ámbito lírico fuera de nuestras fronteras; y los envidiosos, arbitristas y francotiradores no deberían tener más crédito que el que merecen. Mortier es un lujo cultural y un síntoma de que Madrid gana posiciones.

Pero también es justo reconocer que el cambio no es tan grande, que los anteriores directores artísticos (sin excepción) del Teatro Real han realizado un trabajo estimable y merecen un hueco en la memoria del Teatro; y que estaría bien dejar al primer coliseo lírico español la tranquilidad de que se adapte a la realidad cultural del país y que afine sus apuestas operísticas. Nos gusta ver a nuestros grandes nombres bien acogidos en las más altas responsabilidades en países extranjeros, pero debemos tratar a las personalidades internacionales de la misma forma si queremos ser un país normalizado en el concierto de los grandes.

No podemos repetir el bochorno de lo que le sucedió a Lissner. Y si hay alguien que piensa que Antonio Moral lo hizo muy bien en el Real, se puede consolar perfectamente acudiendo al Auditorio Nacional a ver cómo se las compone con toda la música occidental, desde la medieval hasta la contemporánea, ahí sí hay un desafío inédito; sobre todo porque entre los grandes méritos de Moral a la hora de programar, nunca han sobresalido los extremos.

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