Siempre nos quedará París
Ballet de la Ópera de París. Coreografías de George Balanchine, Jerome Robbins y Hans Van Manen. Teatro Real. Del 21 al 26 de enero.
Grandes estrellas del Ballet de la Ópera de París protagonizan una exquisita gala en el Teatro Real.
Ballet de la ópera de Paris
¿Qué puede un cuerpo? Esta pregunta se la hacía el filósofo Spinoza tan convencido de la dificultad de su respuesta, como asombrado por las cotas de perfección que era capaz de alcanzar. Cuando vemos un ballet sabemos que un cuerpo puede saltar con altura sin apenas emitir sonido al caer, girar con eje o expresar en la quietud. Un cuerpo puede bailar como lo hacen los bailarines del Ballet de la Ópera de París.
¿Qué puede una institución? Esta pregunta se la tienen que hacer demasiados organismos españoles y los de la danza, aquejados de una especie de estado de quiebra desde su nacimiento, no han dejado nunca de hacérsela.
Tras la excepcional Orfeo y Eurídice, de Pina Bausch el público madrileño no ha tenido ocasión de ver una obra de gran formato protagonizada por el Ballet de la Ópera de París. En esta ocasión, el Teatro Real ha programado más bien una gala, ésas que suelen disfrutarse en las ciudades de países en los que el público puede ver tan a menudo grandes ballets, que por eso puede darse el lujo de paladear pequeños extractos de grandes obras protagonizados por estrellas traídas de otros países.
El indiscutible estilo de la escuela francesa unifica un programa ecléctico y, por lo demás, muy americano. Aunque todas las obras expuestas forman parte del repertorio oficial de la Ópera de París, está protagonizado fundamentalmente por extractos coreográficos del estadounidense Jérome Robbins y los de George Balanchine (que, aunque de origen ruso, fue el creador del New York City Ballet). La fragmentación hace gala en estas noches invernales, y si el gran escenario barroco de la capital luce menos desangelado es gracias a la plasticidad y talento de los bailarines, que derrochan técnica y comprensión a partes iguales.
Se abre el telón con Afternoon of a faun, una obra que de la mano de Myriam Ould-Braham y Audric Bezard, permite apreciar el afán de Jerome Robbins por adaptar la controvertida apuesta de Nijinsky. Esta obra contrasta con A suite of dances, el solo originalmente diseñado para Barýshnikov que defiende el carismático Hugo Marchand en perfecta sintonía con el Bach que interpreta el chelista Aurélien Sabouret. La sobria arquitectura coreográfica de 3 Gnossiennes, de Hans Van Manen resulta una oda a la contención del movimiento que luce con extrema precisión en la interpretación de la argentina Ludmila Plagiero.
La noche de los partenaires eclosiona con Rubíes, el segundo acto de la flamante Joyas. De la mano de la ágil Dorothée Gilbert se despide la noche al son del mejor Stravinsky, y acompañados de un cuerpo de baile que llena el escenario.
Con este final recuperamos al Balanchine original ese que, cuando le preguntaban los periodistas ¿qué significa tu ballet?, les espetaba con toda su vehemencia: «el ballet es solo un entretenimiento». Disfrútenlo.
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