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El de Fred Hersch (Museu Es Baluard, 11 de octubre) probablemente sea hasta la fecha el mejor concierto auscultado este otoño por quien suscribe la crónica que prosigue. Cada vez más, valoro el laconismo de los intérpretes, parcos en palabras y locuaces al instrumento. Fred Hersch es un pianista de poso y pausa. Asió el micro en varias ocasiones, cierto, pero sus acotaciones fueron las justas para contextualizar la música, que así lo requería. Al finalizar, se retiró como si nada, haciendo mutis sin el menor atisbo de divismo, presumiendo de invisibility. Don donde los haya en los tiempos que corren.

Quien fue mentor de Brad Mehldau se adueñó del viejo aljibe militar de Palma con motivo del comienzo del XVIII Jazz Voyeur, alternando temas propios con reelaboraciones de Monk y Jobim. El suyo es un estilo espasmódico, como si aminorará infinitesimalmente cada tic del metrónomo, una vacilación imperceptible. Un particular modo de entender eso que los clásicos llaman rubato. Término resultón al que acudimos con frecuencia, sin en el fondo saber bien bien qué es. La mejor respuesta la dio Liszt a un alumno preguntón: “el árbol y las raíces permanecen quietos, pero las hojas se dejan agitar libres por el viento, he aquí el rubato…”

Pero no nos andemos por las ramas. Hersch no es excesivamente especulativo, pero muchos de sus temas no se identifican de primeras, hay que otorgarle unos compases de espera. Enmaraña para después trenzar con sutileza la red y afiligranarla, si le place. Me maravilló especialmente ese Peacocks engastado del famoso Arabesque de Debussy y no muy alejado armónicamente de Chopin. Como si la ensoñación pianística fusionara los dos genios. ¿Y qué puede haber más caleidoscópico y arabesco que el plumaje de un pavo real?

En el apartado de tributos, anotar el Retrato em Branco e Preto de Antonio Carlos Jobim y alguna joya de Thelonious Monk, dos referentes del pianista de Ohio. Quien acompañara en sus mocedades a leyendas como Stan Getz, Joe Henderson o más recientemente a Charlie Haden tuvo también tiempo para juguetear con el folclore norteamericano (incluyó sendas piezas de su álbum Songs from home) y servirnos en bandeja algunas de sus composiciones más icónicas y fonogénicas como el delicioso Free flying. Más liviano y desenvuelto, este último, sazonando su fraseo con exquisito espasmo (al límite del contratiempo me atrevería a escribir). Llegado el momento todo tiene cabida en este reconcentrado y heterodoxo monólogo jazzístico. Por momentos me pareció discernir un pasaje de My fair lady. Uno de esos que curva inconscientemente nuestras comisuras.

El también intimista e inclasificable outsider mallorquín Damià Timoner pregonó a Hersch con un sucinto repaso a su discografía para guitarra sola. Más de cuatro décadas le contemplan por los escenarios meridionales. Y hablando de trastes y seis cuerdas…, nos quedamos sin Bill Frisell en el Voyeur (canceló la gira europea por enfermedad). El voyeurista pudo, eso sí, consolarse con la proyección del Maquinista de la General de Buster Keaton sonorizada con música enlatada del insigne guitarrista norteamericano. Dentro del ciclo pudimos también vibrar con el documental Chasing Trane, ambos presentados por Fernando Merino.

‘Feuilles mortes et ménage à jazz’

El festival Alternatilla alcanza su novena edición (nueve menos que el Voyeur) en su particular recorrido por el jazz europeo. Aliándose cada año con un país concreto radiografía durante 15 días la música negra actual del Viejo Continente. Este mosaico se plasma a finales de noviembre y principios de diciembre en un particular calendario de adviento: cada día algún teatro de provincias abre sus puertas al jazz, para acercar el género a los recovecos menos transitados del archipiélago. Desde Sa Panxa de Sant Ferran (Formentera) y Can Ventosa (Eivissa) al Teatre des Born de Ciutadella (Menorca) pasando por una decena de municipios mallorquines. Un collage, que este año, con razón, puede denominarse así, siendo el país invitado: Francia.

Durante los casi 20 días de festival pudimos asistir a tres conciertos y escuchar en ellos a cuatro vocalistas: Camille Bertault y Leïla Duclos, recién llegadas del país vecino, además de la catalana Eva Fernández y la mallorquina Malena Moncadas, ambas en formación de trío.

El discreto y modesto cine teatro de Llubí, en las antípodas del glamour capitalino, albergó la soirée parisienne del 29 de noviembre. La sobria cuarta pared salió de su letargo nada más Leïla Duclos se aposentó del taburete y empezó a rasguear, desenfrenada, su guitarra al más puro estilo Django Reinhardt. La nueva perla del jazz manuche o gypsy jazz tardó escasos compases en transmitir su pulso al talón del público mallorquín. A ello contribuyeron también, y mucho, su pianista de cabecera, Fady Farah, y sus bodyguards para la ocasión: Enric Fuster (batería) y Joan Garcías (contrabajo).

Exquisito y contagioso swing que se presta más a la escucha pedestre que sedente. Cuando el público ya estaba por desprenderse de la butaca, Camille Bertault se unió al festín, aportando guiños de vanguardia y excentricidad… Y hasta un inserto bachiano (una variación Goldberg) magistralmente vertida al piano por Fady Farah y tutureada por Bertault al más puro estilo McFerrin. En la tercera manga Bertault y Duclos compartieron tablas y fusionaron sus voces para obsequiarnos un combate de scat. Y en pleno intercambio de interjecciones ininteligibles llegamos a las dos propinas finales: Feuilles mortes (sans parole), puro scat y como no, La vie en rose.

Pese a no tener pasaporte francés Eva Fernández retornó a Mallorca y al Alternatilla con su formación de trío para seducir al público pollencí, un día antes del concierto de clausura a cargo del acordeonista Richard Galliano. En la penúltima ventana (7 de diciembre, Església de Sant Domingo de Pollença) la cantante catalana agasajó al público con una exquisita degustación de finger music, mayoritariamente de creación propia. Vocalista y saxofonista sin par. Con su inconfundible saxo soprano al cuello, soplando o abrazándolo como un peluche, según la ocasión, exhibió su excelentes dotes de frontwoman, en un estilo nada distante del de su paisana Silvia Pérez Cruz (harta estará de la comparación). Con qué delicadeza desmenuza los versos propios y ajenos, redoblando su efecto en algunas ocasiones con una contrarréplica en la boquilla. Letras breves y nada pretenciosas, pero que calan y en las que el oyente, sobre todo la oyente, puede fácilmente reconocerse.

Elegantísimos Josep Munar y Enric Fuster, a la guitarra y a la batería respectivamente. Como si exprimieran la potencialidad sonora de versos, que camuflan en sus sones amenos las pequeñas miserias de nuestra cotidianeidad. Un sano ejercicio de purga con una música que seduce desde sus primeros punteos, susurros o roce de baquetas, confundiendo y entremezclando alegrías y penas. Todo desde la dulzura y la aparente sencillez. Lástima, quizás, no haber dilatado algo más los excursos al saxofón a tenor de la maestría esbozada.

Malena Moncada, vocalista y pianista local, debutó en jornada matutina en el Convento de Muro (23 de noviembre) con un recital conformado en su mayoría por versiones. Bujosa y Diego Hervalejo, le apuntalaron respectivamente al contrabajo y la batería. Un totum revolutum en el que no faltaron ni la bossa nova, ni Antònia Font, ni el Tee for Two y hasta se coló Serrat. Swing y rubato para acompañar también el vermut dominical, ¿por qué no? Swing y rubato divinas palabras, qué sería de nosotros, los críticos, sin ellas.

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