Una auténtica experiencia sinestésica
Con un lleno absoluto, el Auditori de Barcelona acogió uno de los conciertos que Teodor Currentzis ofreció en la Península al frente de la espléndida formación musicAeterna. El programa fue la Sinfonía núm. 2 “Resurrección” de Gustav Mahler, obra de gran exigencia y compromiso que dio lugar, más que a una audición, a una sobrecogedora experiencia sinestésica.

Con un lleno absoluto, el Auditori de Barcelona acogió uno de los conciertos que Teodor Currentzis ofreció en la Península al frente de la espléndida formación musicAeterna. El programa fue la Sinfonía núm. 2 “Resurrección” de Gustav Mahler, obra de gran exigencia y compromiso que dio lugar, más que a una audición, a una sobrecogedora experiencia sinestésica.
Es un mal común de nuestros tiempos, especialmente en el ámbito operístico, revisitar el repertorio clásico y manosearlo a libre antojo, sin escrúpulos, por tal de imponer el credo particular de cada intérprete. Que si hacer de Lohengrin un perverso machista, de Carmen una entrañable misionera o de un Réquiem como el de Mozart una banda para comparsa folklórica. Toda ocurrencia es poca con tal de valerse del muerto para hacerse un lugar entre los vivos. Mucho menos frecuente es encontrar personalidades capaces de dejarse la piel en la labor de substanciar un diálogo hermenéutico que ahonde en aquello esencial de toda partitura que, como bien sentenció Mahler, siempre es lo no escrito. Currentzis es uno de estos casos excepcionales, como muy bien dejó demostrado el pasado 24 de marzo ante un asombrado público catalán.
El director griego se sumergió en la vacilante inquietud mahleriana para pintarnos un fresco de ímpetu rubensiano que alcanzó su clímax en el apoteósico estallido del quinto movimiento, capaz de convertir por momentos al más acérrimo de los ateos. El incisivo y brioso ataque de las cuerdas, portentosas a su vez de languidez y ligereza; las texturas contrastadas y galvanizadas de los motivos musicales; la brillantez áurica del metal y la unción discursiva de la madera, amén de una ufana y exultante percusión, exploraron los recónditos pentagramas mahlerianos para transmutarlos en atisbos de pulsión hecha luz. Una lectura no exenta de atrevimiento y audacia, a la par que destellante de certidumbre y sutileza. Todo lo cual servido con un subyugante discurso sonoro de los que arrebatan los cinco sentidos, e incluso aquel sexto que es el propio de los poetas: el sinestésico.
Nada de esto hubiera sido posible sin la complicidad y maestría de los componentes de su orquesta, la exquisita prestación de las solistas Sophia Tsygankova y Maria Barakova, así como la extraordinaria labor del coro Ibercamara preparado por Mireia Barrera. Sin lugar a dudas, éste ha sido uno de los hitos musicales de la presente temporada catalana.
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