Tradición y novedades en el Concierto de Año Nuevo 2025 bajo la batuta de Riccardo Muti
New Year’s Concert 2025. Wiener Philarmoniker. Director: Riccardo Muti. Sony Classical
Pocas tradiciones pueden equipararse a la de comenzar un nuevo año de la mano del Concierto de año nuevo de la Filarmónica de Viena, ese oasis de delicias musicales que se abre paso entre resacas nocheviejeras, puntos de partida de nuevos y voluntariosos deseos y otras lindezas navideñas.

Para la edición de este año, que hace nada menos que la número 85, ha vuelto a asumir la batuta el napolitano Riccardo Muti, en su séptima presencia en este evento, miembro como es del grupo selecto de directores que mayor número de veces han asumido la dirección del mismo a lo largo de su dilatada historia.
Dado que este año se cumple el bicentenario del nacimiento de Johann Strauss hijo, el programa se centró mayoritariamente en sus obras, marcando así un tono distintivo respecto a ediciones anteriores, en las que junto a los grandes clásicos ineludibles se incorporaban (no siempre con plena justificación) obras cuya interpretación resultase novedosa en un formato que, por su especificidad, suele tender a la reiteración.
Pero no paran ahí las novedades: un hecho histórico de esta 85ª edición lo constituye la inclusión, por primera vez, de una obra creada por una mujer: la compositora vienesa Constanze Geiger, amiga de Johann Strauss y creadora del Vals Ferdinandus a la muy tierna edad de 12 años. A esta interpretación la precedió otra novedad significativa del concierto: la Marcha Fidele Brüder, perteneciente a la opereta La muchacha de las violetas del también vienés Josef Hellmesberger hijo.
Huelga decir que, tras haberla dirigido más de 500 veces, el maestro Muti y la Filarmónica de Viena se conocen tan bien como un matrimonio veterano y feliz donde no son necesarias muchas consignas: a Muti le basta con desplegar toda su elegancia y precisión para marcar las pautas sin demasiadas dosis de autoritarismo, centrándose más en matices puntuales, marcados con esa personalidad que le caracteriza. En sus manos está una maquinaria perfectamente engrasada, de la que sabe perfectamente extraer todo lo necesario. Con mimbres como esos, el triunfo está asegurado.
Como es menester, el bis postrero con las sempiternas Marcha Radetzky y El Danubio azul puso punto final al concierto en el habitual ambiente festivo, dulce preludio a otro de esos viejos hábitos del nuevo año: buscar en el dial el concurso de saltos de Garmisch, sin el cual un primero de enero nunca sería lo mismo… Y hasta dentro de 365 días, en que la batuta la portará el canadiense Yannick Nézet-Séguin, director titular del Metropolitan de Nueva York. Que todos lo veamos, con salud y buena música.
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