La Scala recupera el Giulio Cesare haendeliano
Sesenta y tres años después, el Giulio Cesare in Egipto de Haendel regresó de nuevo al emblemático Teatro alla Scala de Milán. Y lo hizo con un reparto estelar y una nueva producción concebida por Robert Carsen, dirigida musicalmente por el maestro Giovanni Antonini.

© Teatro alla Scala
En plena época de revival operístico haendeliano y a tan solo un mes de inaugurar la nueva temporada, la Scala milanesa recuperó uno de los títulos más emblemáticos de este compositor alemán que escribió óperas italianas para un público inglés. Para ello reunió algunos de los intérpretes internacionales más renombrados en este repertorio, especialmente por lo que se refiere a la cuerda de los contratenores. El estadunidense Bejun Mehta fue el encargado de dar vida al portentoso personaje de Giulio Cesare, un rol concebido originalmente para el famoso castrato Senesino, al que Haendel dedica unas pàginas de inspiradísima unción canora y de un endiablado virtuosismo pirotécnico. En la función del pasado 2 de noviembre, Mehta no sólo salió airoso de su cometido, sino que lo hizo con un dominio absoluto en todos los registros expresivos así como con una desenvuelta caracterización escénica. Su homólogo egipcio fue encarnado por el consumado contratenor francés Christophe Dumaux, profusa y justamente aclamado por el público milanés. Su Tolomeo fue un antihéroe de manual, de intenso vigor expresivo y hondo calado dramático; una de las más brillantes actuaciones de la velada. El siempre exquisito Philippe Jaroussky fue el encargado de dar aliento al atormentado Sesto, labor en la que derrochó un preciosismo canoro al alcance de muy pocos. Completó el cast de contratenores el pulcro e irreprochable Nireno de Luigi Schifano.
Danielle de Niese no pudo ser una Cleopatra más glamourosa. Dotada de un irresistible talento dramático, la soprano australiana derrochó encanto escénico y vitalidad canora a la par, entregándose a su labor en cuerpo y alma. La suya fue una Cleopatra de viva carne, dotada de profundidad psicológica e irresistiblemente seductora (su escena de la bañera, en el tercer acto, rayó el erotismo con gran elegancia). Su interpretación vocal halló sus momentos de mayor relieve en los números de virtuosismo más explosivo. A su vez, Sara Mingardo encarnó una Cornelia de nobles y profundos acentos, quizás de voz un tanto pequeña, aunque de expresión digna del patetismo más intenso e hiriente salido de la pluma del genio haendeliano. Los bajos italianos Renato Dolcini (Curio) y Christian Senn (Achilla) completaron un reparto de lujo con una interpretación de gran autoridad escénica y solidez vocal.
Robert Carsen, fiel a la narrativa del libreto y sin caer en contradicciones ni incoherencias, actualizó la acción dramática, situándola en los tiempos contemporáneos. El ejército romano era aquí figurado por las tropas de una colación occidental, mientras que los egipcios eran representados, anacrónicamente, como musulmanes. No obstante, el ambiente del Antiguo Egipto estuvo evocado en diversos cuadros con decorados a la antigua usanza en los que aparecían representados los relieves que adornaban los muros de los templos, con sus figuras arquetípicas, ataviadas pero con utensilios modernos como fusiles o cámaras cinematográficas. Estas decoraciones se alternaban con ambientes y elementos de corte más contemporáneo como vallas de alambre, salas de comandancia, salones de reuniones con grandes sofás, campamentos militares, gimnasios o baños, incluso un escenario de cine en el que se proyectaron algunas escenas de míticos films inspirados en los personajes históricos de César y Cleopatra. La dirección de actores, como ya es marca de la casa, estuvo cuidada al milímetro, logrando dar aliento dramático y dinamismo a los recitativos y, sobretodo, a las extensas arias da capo. Carsen contó para ello con la entregada colaboración de los solistas y el coro.
Antonini supo imprimir a la orquesta y al conjunto de voces todo el garbo y la vitalidad dramática de un barroco trepidante, en vivo contraste entre la exaltada expresión virtuosa y el más profundo y penetrante aliento intimista. Una tensión musical que no decayó en ningún momento de la velada, sostenida por la intachable prestación de la orquesta titular del teatro y de un coro que, a pesar de una tibia actuación inicial, fue ganando enteros a medida que avanzó la función.
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Christian Senn vive hace 20 años en Milán, pero es chileno y se mantiene muy vinculado con su país de origen.