Volvió la paloma a volar. Canciones españolas de Sebastián Iradier
Sebastián Iradier (2016). Canciones españolas. Columna Música. Ref.: 1CM0349
Se reedita una extensa colección de Canciones Españolas firmadas por Sebastián Iradier con el objeto de celebrar el 20º aniversario de Músicos Sin Fronteras.
Este proyecto nace del ahínco de varios miembros de la ONG Músicos Sin Fronteras por recuperar la olvidada memoria de Sebastián Iradier (1809-1865), uno de los compositores más aclamados de su época al que hoy, ay, apenas se le recuerda por El arreglito y La paloma, dos de los mayores hits de cualquier repertorio para lucimiento lírico que se precie.
Iradier (o Yradier, como le gustaba firmar desde que se “afrancesó” el nombre tras cosechar un merecido éxito mundial) fue muy amigo de sus amigos. De ello da buena cuenta la portada de este disco, un testimonio pictórico de un recital poético de José Zorrilla rodeado por innumerables intelectuales y artistas del momento. Da la casualidad de que el citado vate era íntimo de nuestro protagonista, al que podemos tratar de identificar entre los muchos retratados que compone este cuadro de Antonio María Esquivel. Pero Iradier cultivó otras amistades más internacionales: Rossini, Lalo, Liszt, Glinka, Bizet… Este último, sin embargo, se aprovechó del talento de aquél para plagiar su celebrado Arreglito para “componer” su particular Habanera de la ópera Carmen. A su vez, Lalo haría lo propio con La neguita en su famosa Sinfonía Española.
Pero el bueno de Iradier nunca se quejó. Al contrario, siempre agradeció que otros se beneficiaran de su arte. Tal era su generosidad que solía invertir sus ganancias en ciertas campañas de beneficencia –claro, siempre con la bendición de sus principales benefactores en la Corte Real–. No muy lejos en el tiempo, otros colegas de profesión como el propio Beethoven habían hecho lo mismo donando la recaudación del estreno de algunas de sus obras a los inválidos de guerra. Julián Gayarre, tenor navarro contemporáneo de Iradier, regaló en su día un frontón y una escuela a su pueblo natal, mientras que el grupo Los Xey (aquellos que popularizaron a capella el clásico Buen Menú) hizo otro tanto comprando un pulmón de acero para el Hospital de San Sebastián. Hablábamos al inicio del origen de estas Canciones Españolas y no es otro que el de, siguiendo esta encomiable estela de altruismo, obtener fondos para ayudar a los niños que malviven bajo unas desfavorables condiciones de desarrollo. Sin duda Iradier aprobaría la reedición de estas canciones por tan noble razón.
No obstante, el otro gran motivo que empujó al tenor José Ferrero –secundado por Bartomeu Jaume al piano– a grabar este disco fue la urgente necesidad por rescatar el nombre de Iradier del pasado y devolverlo con justicia al lugar entre las artes que la fama le dio entonces. De Iradier dicen que su Paloma es uno de esos temazos que (casi) todo el mundo reconocer pero al que nadie atribuye una autoría clara. Popularizada en sus respectivas versiones por gente tan dispar como Duke Ellington, Elvis Presley, Dean Martin, Joan Manuel Serrat ¡y hasta Julio Iglesias! –y, en el gueto operístico, celebrada por Plácido Domingo, María Callas, Beniamino Gigli y Victòria dels Àngels, entre otros grandes del género–, La paloma reinterpretada por Ferrero y Jaume subraya aún más esos aires de habanera tangueada que tanto gustaban a Iradier. Tanto es así que es fácil confundir en su repertorio títulos como La sevillana, La mononita, La rubia de los lunares o Una declaración, piezas todas ellas de temática amorosa que nada deslucen al lado de otras canciones más aflamencadas como La perla de Triana y Los caracoles. El vals será otro de los géneros más explotados por el autor, como se trasluce en El jaque, peculiar escena que narra la detención de un grupo de bandoleros en manos de una ronda justiciera. Iradier no podía quedar en deuda con sus maestros, asimilando a su manera la influencia de la ópera italiana (La lágrima) y los lieder de salín –no en vano El molino remite a Schubert (y no sólo por el título) y en Una rosa se atreve a fusionar con poca sutileza una jotica de toda la vida, con repique de campanas en boca del tenor incluido–. Va siendo hora de poner en su sitio a los grandes del Romanticismo español que, tras su muerte, apenas nadie reivindica como merecen.
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