Repuestos coreanos para la maquinaria de Bayreuth
Antes de abordar el capÃtulo de sucesos, quiero reafirmar un año más mi deferencia hacia la tan vapuleada producción de Tristán e Isolda firmada por Christoph Marthaler a la que, después de seis veranos, le ha llegado el momento de despedirse.
Como a Lohengrin y Parsifal: hay que hacer hueco en 2013 a la nueva TetralogÃa, que estará acompañada del Holandés, encargado de abrir certamen, Tannhäuser y Lohengrin. Como argumentos en defensa del montaje acudo en primer lugar a la delicada dirección de actores, con especial cariño a la Isolda, ausente de la realidad como la Julieta Serrano almodovariana, relegada por su marido y al borde de un ataque de nervios. Y además, la limpieza de elementos en los tres espacios superpuestos, que posibilitan una fácil asimilación de lo que se está viendo.
Dicho esto, pasamos a los hechos, alegando ante todo que humanos somos, nuestra actitud ante las cosas cambia dÃa a dÃa. En lo referido a las artes escénicas, con la ópera a la cabeza, este es uno de sus privilegios y uno de sus grandes milagros. Pero también uno de los riesgos, y una mala tarde la puede tener cualquiera. Eso al menos es lo que debieron pensar los fieles seguidores de Peter Schneider tras asistir ayer a la representación de Tristán e Isolda, uno de los tÃtulos más frecuentados por el director vienés a lo largo de su carrera –recordaba a Doce Notas después de la velada la producción del Liceo que dirigió en el teatro barcelonés y luego en Madrid a Montserrat Caballé y René Kollo–, con la integral operÃstica de Wagner entre sus platos fuertes. Sin ir más lejos, en el palenque de Bayreuth, donde debutó en 1981 con un Holandés errante junto al realizador Harry Kupfer, para rematar el decálogo del Canon wagneriano sólo le falta por enfrentarse a Meistersingers, Tannhäusser … y Parsifal. Respecto a este último tÃtulo, nos confesaba ser su mayor deseo, al tiempo que manifestaba las dudas de poderlo conseguir, ya que la siguiente oportunidad, prevista para 2016, cuando él haya cumplido los 77, la tiene ya adjudicada Andris Nelsons.
Algo pasó esta vez, que convirtió la función, sobre todo los actos primero y tercero, en un sÃmil de lucha entre el foso y la escena. Una pugna en la que todos pudieron salir perjudicados en alguna medida. Empezando por la propia orquesta pero, como siempre acaba ocurriendo en estos casos, las grandes vÃctimas son las voces, dado la fragilidad de las cuerdas. En este caso, la del norteamericano Robert Dean Smith, que se mostró corto de recursos para responder a las prestaciones exigidas al tenor heróico que pide Tristán. Pero también la del bajo barÃtono finlandés Jukka Rasilainen como Kurwenal, su criado, a pesar de haber dado cuenta de su idoneidad para el cometido.
Para demostrar su desenvoltura, igual que la de Dean Smith y Schneider basta con prestarle atención a la grabación videográfica. Pero ayer las cosas no salieron igual. Mejor suerte tuvo, después de un despiadado comienzo respondiendo con gritos a las exigencias de la orquesta, Iréne Theorin como Isolda, que bordó el final de la jornada inicial, se mantuvo en el segundo acto y, a pesar de la incomodidad impuesta por cantar en posición horizontal desde una cama, puso el broche de lujo con el mild un leise, su personal adiós a la vida.
Del conjunto canoro hay que dejar constancia del bajo Kwangchul Youn, sustituto como Rey Marke de la opción inicial, el holandés Robert Holl, que unió su nombre al papel en los tres últimos años en que se vio el montaje de Marthaler. Kwangchul Youn, coreano del sur como el barÃtono Samuel Youn han saltado este año al primer plano. Kwangchul regresando con fuerza a un papel que habÃa debutado en esta plaza en 2006; Samuel, aceptando el reto de sustituir a Evgeny Nikitin como el Holandés errante en la obra que abrió temporada. A partir de ahora, Bayreuth procurará surtirse de repuestos coreanos. Está claro que funcionan.
Lo lamentamos. No hay nada que mostrar aún.
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