El Stradivari «Gibson» de 1713
Ladrones, serenos, luthieres y periodistas son los protagonistas de esta historia verídica y comprobada, acaecida en el año 1936 y de la cual ya se hizo eco la prensa de la época. Su recuperación en 1987 puso fin al retiro forzoso de 51 años de ese emblemático violín.
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En septiembre de 1985, Rachel Goodkind, hija del célebre escritor Herbert K.Goodkind, autor del libro de referencia Violin iconography of Antonio Stradivarise puso en contacto con el luthier experto Charles Beare, de Londres, notificándole por carta que una conocida suya estaba en posesión del Stradivari “Gibson” robado a Huberman en Nueva York hacía 50 años.
Al leer la noticia e intuyendo el principio de una gran aventura, Charles Beare llamó inmediatamente por teléfono a Rachel confirmando que si viera el violín, sería perfectamente capaz de identificarlo, ya que él mismo estaba en posesión de los históricos archivos del ya fallecido luthier neoyorquino Rembert Wurlitzer, y las fotos del Gibson estaba entre ellos.
La historia empezó cuando el día 28 de febrero del 1936 el violinista Bronislaw Huberman (1882-1947) estaba ensayando en el camerino del Carnegie Hall. Huberman estaba practicando con su Stradivari antes del concierto, y luego lo volvió a guardar en su estuche doble, decidiendo utilizar el Guarneri del Gesù para el recital. Su actuación comenzó con un concierto para violín de J. S. Bach, continuando, después de un breve descanso, con la Sonata de César Franck. Fue durante esta segunda intervención cuando su secretaria se dio cuenta de que en el estuche no estaba el Gibson, y así se lo contó a Huberman durante los aplausos del final de la sonata. Se avisó inmediatamente a la policía, mientras que Huberman continuaba el concierto sin que el público supiera nada.
La crítica del concierto aparecida unos días después no hacía referencia alguna al robo, aunque un titular en el apartado de los sucesos rezaba: “El violín de Huberman robado en el Carnegie”, describiendo cómo cogieron el violín pero sorprendentemente dejando seis arcos de gran valor e importancia dentro del estuche. Por cierto, se rumoreaba que por lo menos cada arco estaba valorado en 1500 dólares (¡del año 1936!).
Se inició una exhaustiva investigación al respecto, ya que además de la importancia del violín y de su propietario, había un seguro sobre el instrumento realizado con la compañía Lloyds de Londres por un importe de 30.000 dólares (del año 1936), que Huberman reclamó y acabó cobrando al no aparecer el instrumento.
Una anécdota curiosa es la que tuvo que sufrir otro gran concertista a raiz de este robo: Nathan Millstein estaba en esas fechas de gira por Estados Unidos y la policía lo hizo bajar a la fuerza del tren que le llevaba de una ciudad a otra, deteniéndolo por varias horas, ya que, sin saber nada todavía del robo declaró que dentro de su estuche había un Stradivari.
Del ladrón no se supo nada… hasta 50 años más tarde
El autor del famoso robo, Julian Altman, entonces un joven violinista de 20 años, siempre supo la gravedad de la situación y ello le obligo a vivir una vida profesional muy marginal. Tocaba en grupos y formaciones de poca importancia y en locales de dudosa reputación, clubes nocturnos y bares de ir a tomar la última copa. Por lo que respecta al violín, se vio forzado a realizarle cualquier mantenimiento y reparación por sí mismo, ya que el haber acudido a un luthier, éste le hubiera delatado.
Altman se casó, tuvo una hija y después se acabó divorciando de su primera esposa al cabo de varios años. Posteriormente se volvió a casar pero también se acabó separando de su segunda esposa, Marcelle Hall, con la que vivió 20 años, casándose poco antes de la muerte de Julian, entonces en prisión por otras causas.
Ya muy mayor y enfermo, en su lecho de muerte, estaba tan torturado por los remordimientos que hizo llamar a Marcelle Hall, su ex esposa, para “tratar un tema de la máxima importancia”: confesó que en su juventud había llegado a sus manos el violín de forma “moralmente dudosa”. Fue entonces cuando Marcelle se puso en contacto con Rachel Goodkind, iniciando el proceso de “devolución”. Marcelle obligó a Rachel a mantener el más absoluto secreto respecto a su identidad mientras se negociaba el tema, y le confesó que el moribundo Altman le juró que aquel violín era el auténtico Stradivari robado en el Carnegie Hall hacía cinco décadas y que “estaba obligada a hacer algo al respecto”.
El principio del final
Y he ahí el fondo de la cuestión: Marcelle Hall era una dama respetable y honesta y quería hacer las cosas bien hechas, pero por otro lado creía que sería adecuado el recibir algún tipo de recompensa por ello, dado el paso que iba a dar. No quería iniciar ninguna negociación sin pactar esa recompensa previamente. El primer paso sería estar segura de que se trataba realmente del violín “Gibson” de Stradivari. Se hicieron llegar unas fotos Polaroid a Charles Beare que, a la vista de las mismas, declaró tener muy pocas dudas de su autenticidad.
El día 26 de febrero de 1986, 50 años exactamente de la fecha del robo del siglo, Charles Beare se encontraba en Nueva York a causa de su asistencia a unas subastas de instrumentos. Aprovechó para establecer un encuentro clandestino con Rachel Goodkind y su “amiga”, pero desafortunadamente ésta no se presentó argumentando no encontrarse muy bien.
Por su parte, Charles Beare se puso en contacto con Toplis & Harding, los investigadores que en su momento llevaron a cabo las pesquisas en busca del Stradivari robado, pero estos ya no guardaban los archivos, con lo que no pudo llegar a saber qué compañía de seguros pagó el importe a Huberman en 1936. Al no haber podido obtener la información, pidió ayuda a un conocido que trabajaba en Lloyds de Londres, que finalmente sí encontró que fueron ellos mismos los que liquidaron el importe.
El abogado de Marcelle Hall se puso en contacto con los abogados de Lloyds en Nueva York para iniciar la devolución. Ambas partes pactaron que la persona adecuada para identificar el violín sería Charles Beare. Esto era sin embargo solamente el principio. Tuvo que pasar todo un año antes de que las negociaciones preliminares hubieran sido establecidas, y mientras tanto el violín seguía sin aparecer ni ser mostrado.
Final “made in Hollywood”
Finalmente el día 8 de mayo de 1987, Charles Beare, acompañado por dos abogados de Lloyds, se dirigieron en una limusina alquilada para la ocasión hacia la localidad de Bethel, en el estado de Connecticut, donde residía Marcelle, todos muy nerviosos y ansiosos por como iba a finalizar el tema. De camino hacia la casa de Marcelle Hall, Charles Beare iba pensando el redactar en un par de párrafos cómo había sido la recuperación del violín, pero ni de lejos podía llegar a pensar lo que se encontraría al llegar a Bethel, y ni mucho menos la publicidad que se le dio al tema posteriormente.
En vez de a una tranquila y respetable dama y a su abogado, se encontraron en medio de una gran fiesta, que tenía todas las trazas de haber empezado más o menos en el atardecer del día anterior, y junto a las quince o veinte personas que estaban presentes, había que sumarles un equipo completo de la cadena de televisión NBC. Marcelle Hall resultaba ser una cálida, abierta, extrovertida y alegre señora de mediana edad, entusiasmada de que el gran día hubiera finalmente llegado. Por supuesto, también estaba Rachel Goodkind invitada para tan gran ocasión.
En una de las salas en el interior de la mansión, Charles Beare abrió finalmente la tapa del estuche, sacando a la luz el violín Gibson. Mientras lo examinaba detenidamente no se percató de que tanto los invitados a la fiesta como su anfitriona todavía tenían serias dudas acerca de la autenticidad del violín, a pesar de lo que en el lecho de muerte había jurado y perjurado Julian Altman. Las primeras y pocas palabras que Beare pronunció acerca del violín fueron: “no….. problem”. Entre el “no” y el “problem” pasaron unos escasos dos segundos, los suficientes para pasar de la decepción y casi desmayo general hasta la euforia y felicidad colectiva.
Beare sacó el violín afuera, al jardín, para verlo con luz natural, lejos del gentío y del burbujeante champán. Contempló solemnemente ese violín tan emblemático y remarcable, pensando como el joven Huberman, allá por el año 1911 lo adquirió a la firma W.E. Hill & Sons de Londres. Éstos llegaron a escribir acerca del Gibson: “El barniz rojo está en un estado de gran pureza, tal como lo aplicó el maestro Stradivari”. Ahora, contemplándolo, apenas se podía adivinar algo de su glorioso pasado bajo una gruesa capa de polvo, resina y suciedad. La tapa estaba particularmente desvirtuada a primera vista, presentando una fea grieta mal reparada bajo la resina y porquería. La punta superior derecha estaba completamente raspada por reiterados golpes de arco, así como parte de la inferior. Sin embargo se adivinaba claramente que aquello era una obra de arte, y su madera particularmente bella todavía daba signos de majestuosidad.
Dos horas más tarde, los respectivos abogados firmaban un documento de acuerdo mutuo. Una chica presente en la fiesta llegó incluso a tocar una pieza con el Gibson, revelando sus cualidades sonoras dignas de un auténtico Stradivari. Se hicieron algunos pequeños discursos bajo los focos de las cámaras de la NBC y, aunque el champán todavía circulaba entre los asistentes, ya iba siendo hora del volver a Nueva York. Entre muchas otras cosas pactadas en el acuerdo firmado, se acordó que el violín se llevaría a Londres, al taller de Beare para ser limpiado y restaurado, y posteriormente, en caso de estar terminado a tiempo, incluso ser expuesto en la antológica exposición que se preparaba en Cremona sobre Stradivari, en el año en 1987.
Tres meses más tarde, el “Gibson” de 1713, con su restauración ya finalizada, se colocó dentro de una vitrina de un palacio cremonés junto a otro bello Stradivari, el “Soil” de 1714, perteneciente a Itzak Perlman. Entre los invitados a la inauguración antológica de Cremona estaba Marcelle Hall, satisfecha de haber “legalizado” la situación del violín y haberlo devuelto a la luz pública. Sin embargo una pregunta no dejaba de asaltarla y preocuparla: ¿realmente su difunto esposo había comprado el violín al auténtico ladrón, tal como finalmente declaró que había hecho, o bien por el contrario fue él mismo el autor de la fechoría? Él insistió en que lo había adquirido. Quizá fuera así. Por una vez en su vida quizá decía la verdad…
Epílogo
La hija de Julian Altman (y única descendiente con vida) ganó dos juicios en contra de su madrastra, Marcelle Hall, en la que se declaraba que tenía derecho a parte de la recompensa obtenida por el violín. Pero después de tanto tiempo y dado el desprendido carácter de la alegre dama, estaba todo prácticamente dilapidado de tal forma que Marcelle acabó viviendo en la caravana de un camping.
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