Leonskaja en Granada, parte 2: Música de cámara
13 de julio. Festival de Música y Danza de Granada. Auditorio Manuel de Falla. Elisabeth Leonskaja y Cuarteto de la Staatskapelle Berlin.
Aun sin el “marco incomparable” de la Alhambra, pues era en el interior del Auditorio Manuel de Falla, uno de los conciertos de cámara más apetecibles a priori de todo el Festival -que ya es decir- por la música programada y por sus intérpretes.

El repertorio: dos de las piezas más complejas jamás escritas para cuerda y piano: el último de los 3 Cuartetos con piano de Brahms, nº 3 Op. 60, y el Quinteto con piano, Op. 34, también de Brahms. Entre ambas obras un efectista y compensatorio “Quartettsatz” o “movimiento de cuarteto”, catalogado como nº 12, D 703, de Schubert. Obras escogidas por la idoneidad del encaje entre ellas y los músicos más que por su semejanza estilística pues, aunque ambos compositores son románticos están a uno y otro extremo del arco vital del s. XIX. Es verdad que las tres obras coincidían en la sehnsucht (anhelo) del modo menor.
Los músicos: Leonskaja es toda una atracción por sí sola, diversificándose en esta edición, (el viernes como solista frente a la Orquesta de Castilla y León) hoy, junto a este destacado cuarteto de cuerda formado por los solistas de sección de la orquesta Staatskapelle de Berlín, que desde hace años forman grupo estable.
Estas obras icónicas interpretadas por músicos que lo son igualmente. Las ideas a priori pueden estropearnos la vida o pueden ser desbancadas por una realidad aún más bella por sorprendente; y el evento musical del que hablamos no dejó de ser sorprendente en todo. Desde la irrupción del primer acorde menor del Cuarteto con piano vemos de qué se trata el concierto de hoy: el sonido de Leonskaja es a la vez cuerpo y caricia, y todos los demás se unen a ese hecho.
La pianista tiene una forma de enfrentarse al teclado que es todo lo contrario de un enfrentamiento: un continuo con su cuerpo, un estar dentro de las teclas con sus brazos, estar casi dentro del arpa del piano… Además, no hay rastro de amaneramiento, sino un conocimiento musical que procesa cada gesto y le da su sentido correspondiente. Todo esto produce que el sonido sea entidad corpórea. En ese caldo de cultivo sonoro era más fácil crear la vida de la cuerda frotada, hacer que se fundieran todas las cuerdas de todos los instrumentos. El primer violín, Wolfram Brandl, de incontestable calidad virtuosística (fue durante muchos años primer violinista de la Berliner Philharmoniker) parece que infunde en sus compañeros la cualidad de su vibrato (siempre, algo electrizante) y su estilo arrebatado y virtuoso, muy violinístico (quizá tuvo algunos vaivenes de afinación algo sorprendentes). El segundo violín, Krzysztof Specjal, mostró ser confiable y preciso, apoyo discreto o llamativo según el contexto; la viola, Yulia Deyneka, alardeó de sonido, sensibilidad y acierto en sus melodías; y Claudius Popp, el violonchelista, perfecto en su papel de bajo, fue robusto de sonido y perfecto de afinación, si bien es posible que algunas de sus melodías quedaran fragmentadas. Quizá este aspecto fue lo que se pudo echar de menos: cierta inconsistencia en los fraseos de largo recorrido en las obras con piano.
Y es que estas obras de Brahms son complejas por motivos varios: no son fáciles de tocar ni técnica ni estilísticamente, implican una uniformidad técnica y sonora del grupo (lo que sí demostraron los intérpretes con creces), pero, además, desde el punto de vista estructural, de la pequeña a la gran forma, son muy densas; el entramado compositivo se desmigaja en innumerables referencias a todo lo largo de cada movimiento de forma dramática y contrapuntística a un tiempo. Cómo conseguir que esa forma de componer arcaica (haciendo referencia a Bach, pasando por Beethoven) se entienda en un lenguaje moderno en los propios tiempos de Brahms y, todo ello, alejado de nuestro tiempo actual. La belleza sonora es sin duda una forma de abordarlo, pero es desde luego una forma no suficientemente profunda, para el autor del que se trata y en sus piezas más sesudas.
Destacamos el virtuosismo trepidante y peliagudo de la interpretación del Cuarteto nº 12, “inacabado”, donde los de cuerda se hallaron cómodamente compenetrados, destacando lo más etéreo y vibrante de este movimiento.
Pero el concierto fue todo delicadezas sonoras; caricias etéreas o corpóreas. Ni un rastro de agresividad o dureza por ninguna parte: las articulaciones, los acordes, los pianos, los fuertes, los sforzandi, los unísonos casi inconcebibles de unificados, las terminaciones. Calidad en la cualidad sonora.
Fue todo una sorpresa agradable, porque la realidad supera a la imaginación y la misma sorpresa, en ocasiones como esta, es bella.
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