Crudo Verismo
Usandizaga: Las golondrinas. Gerardo Bullón, Raquel Lojendio, Ketevan Kemokildze, Jorge Rodríguez Norton, Javier Castañeda, Mario Villoria. Artistas de circo. Dirección de escena: Giancarlo del Monaco. Dirección musical: Juanjo Mena. Teatro de la Zarzuela, 9 de noviembre de 2023.
Hace casi exactamente siete años de estrenó en este Teatro la producción de Las golondrinas que ahora se repone. Fue, y sigue siendo, un gran espectáculo del que hablamos en su día.
Hoy, y antes de entrar en otras consideraciones y juicios, queremos saludar la presencia como protagonista masculino de la obra del barítono Gerardo Bullón, de cuya calidad vocal nos hemos hecho lenguas más de una vez y al que no conseguíamos escuchar en un papel protagonista de importancia. Hoy hemos podido, por fin, sacarnos esa espina, pues ha cantado una parte importante, nada fácil, sometida a las exigencias del más puro estilo verista, pues verista es con todas sus consecuencias la línea vocal, que se incluye además en una narración melodramática de altos vuelos, como es la que sostiene el armazón musical de esta obra.
Bullón es un barítono más bien lírico pero bien sombreado, de noble sonoridad, de resonancia rotunda y firme, de rara homogeneidad tímbrica, lo que deriva de una estupenda igualdad de registros y del manejo de una técnica irreprochable que le permite regular y matizar con comodidad y soltura y frasear con gusto. Nada académico, puede que a su canto le falte el último bastión para llegar a la exquisitez. Canta con desahogo y franqueza y su voz corre fácil y llega, en virtud del timbre y la colocación, en una exposición siempre natural del canto, a cualquier lugar de la sala; con graves siempre redondos y naturales.
Son virtudes que ha puesto de manifiesto en este papel protagonista, tan duro, escabroso, tirante y exigente, que exige una expresión vecina al más puro verismo. Tanto en su primer solo, el conocido Caminar, caminar, como en los diálogos con las dos protagonistas y en sus exclamaciones postreras (¡Se reía! ¡Se reía!), Bullón, especialmente entregado y siguiendo los dictados de la dirección de escena, que ha reforzado sin cabe la expresión exacerbada y el grito. Tuvo excelente compañera en Raquel Lojendio, que intervenía ya en la misma parte de Lina en las representaciones de 2016. La voz, de una lírica-ligera en un principio, ha crecido y ha ganado en peso siendo ahora un poco más oscura, lo que le ha facilitado que pueda acceder al último acto con reservas para sus exclamaciones y con un colorido vocal más intenso y rotundo. Es artista y brilló a su mejor nivel.
Cecilia fue en esta ocasión la georgiana Ketevan Kemokildze, cuya voz se ha oscurecido en los últimos tiempos sin perder belleza tímbrica. Sucede que pronuncia regular el castellano y se le entiende más bien poco -menos de lo que se le entiende por lo común a una voz femenina- y además su tesitura de mezzo lírica aparece dividida en tres estratos tímbricamente distintos: un grave abierto, un centro, al que llega tras un brusco cambio de posición, un agudo intenso y penetrante. Actriz considerable. Cumplieron bien en partes inferiores a sus méritos, el tenor lírico Jorge Rodríguez Norton como Juanito y el bajo Javier Castañeda como Roberto. Mario Villora, barítono del Coro, volvió a cantar y bien la breve parte de un pretendiente de Cecilia.
La Orquesta de la Comunidad tuvo un buen día a las órdenes de las siempre elásticas y elegantes indicaciones de Juanjo Mena, muy identificado con la partitura, que matizó lo indecible, siempre acompasadamente con las voces. Las del Coro, que dirige con tanto acierto, Antonio Fauró, sonaron afinadas y empastadas. Sonó espléndidamente el Preludio del acto tercero.
La interpretación tuvo por todo ello nivel y casó bien con las indicaciones escénicas de Giancarlo del Monaco, que marcó un muy alto nivel expresivo en busca de un verismo desaforado y ha sabido meternos en el interior de la trama y de las mentes y cavilaciones de sus tres protagonistas. Para ello se ha forzado, se ha amplificado hasta el extremo su psicología. Así, Puck pasa de ser un celoso y conturbado enamorado, devorado por su febril amor por Cecilia, a representar una especie de loco maníaco. Sus gestos, como los de ésta, ambiciosa y desabrida, y los de la dulce y enamorada Lina son poderosamente amplificados en busca de una permanente demostración de sus pulsiones.
En este marco no puede extrañar que el director de escena nos quiera mostrar lo evidente y al cierre, antes de que el payaso huya despavorido por el patio de butacas, nos regale con la visión del cadáver de la infiel, que yace en el lecho después de ser estrangulada. Con ello se pone, sin duda, un broche demoledor, de extrema tensión, al drama. Aunque nosotros habríamos preferido un final más respetuoso con el libreto y la música. A veces la alusión puede tener el mismo valor y pegada que el grandguignol. El movimiento escénico fue modélico, por su precisión y su naturalidad; lo mismo que el ambiente circense, perfectamente retratado son sus idas y venidas; quizá demasiadas. La presencia continua de los saltimbanquis es excesiva y por momentos perturbadora. Los ejercicios, los movimientos permanentes de los titiriteros, aún en instantes de melodioso y concentrado lirismo, como el desplegado en los muy bellos dúos entre Lina y Cecilia o ésta y Puck, impide que nos centremos por completo en la música.
Frente a ello, hay que destacar la estilización, la belleza de los figurines de Jesús Ruiz y la implantación de un ritmo narrativo de cine mudo que discurre sobre decorados y ambiente de grises y de blancos, con cuadros de hermosa composición en el marco del del Teatro. Lo que contrasta poderosamente –magnífico golpe de efecto- con el colorido y la luminosidad –que alcanzan también a la enorme imagen de payaso con su perro que preside el fondo- de la Pantomima, estupendamente organizada por la coreógrafa Barbara Staffolani. Un espectáculo muy logrado en este sentido en el que participan los propios cantantes.
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