Triunfo de Coll con Lilith en su regreso a València
València. Palau de Les Arts Reina Sofía. 25-V-2022. Jacob Kellermann, guitarra. Orquesta de València. Directores: Christian Karlsen y Francisco Coll. Obras de Debussy, Coll y Janáček. 25 de mayo
El guitarrista Jacob Kellermann actuó el 25 de mayo en el auditorio del Palau de Les Arts, junto a la Orquesta de València, bajo la batuta de Christian Karlsen. El sueco interpretó el concierto para guitarra y orquesta de cámara Turia, de Francisco Coll, uno de los compositores más reconocidos a nivel internacional. Además, dirigió el estreno absoluto de su obra Lilith -retrasado debido a la pandemia-, encargo de la propia orquesta, fruto de su residencia en temporadas anteriores
Prélude à l’après-midi d’un faune, de C. Debussy, fue la encargada de abrir un concierto con un cartel selectivo, enigmático y simbolista. El francés, artífice de una de las revoluciones musicales más influyentes de principios del siglo XX, difuminó las fronteras entre la tonalidad y la atonalidad, entre el ritmo libre y el pulso. La pieza comenzó con el conocido, seductor y cromático solo de flauta, que emergió desde el más absoluto silencio, y que fue sutilmente interpretado por la solista Mª Dolores Vivó, embriagando al público durante diez minutos. En ella el francés hace una ilustración bastante libre del poema de Mallarmé. Representante de la culminación y al mismo tiempo de la superación del simbolismo francés, sus poemas estaban llenos de color, impresiones y alegorías, y contaban con un gran poder evocador, lo que atrajo fuertemente a Debussy y le llevó a forjar una robusta amistad con el vate. La cándida y afable interpretación de la orquesta nos describe la “impresión” que le dio al compositor la lectura del poema: un viaje a través de los deseos y anhelos de un fauno.
La primera de las piezas de Coll en el programa, Turia, es una reminiscencia del folclore español, una dialéctica del toreo que marca la relación entre el solista y la orquesta. Coll, Kellermann y Karlsen (quienes ya formaron parte de su estreno en 2017) evocaron con su interpretación una violencia estetizada con gestos musicales dramáticos que se ponen de relieve con caricias constantes. La interpretación del guitarrista, musculosa y visceral, se vio envuelta por una orquesta que lo acompañó de manera sagaz y precisa.
Fue en la segunda parte del concierto cuando llegó, para el gusto de muchos, el plato fuerte de la velada. Pudimos disfrutar del estreno absoluto de una Lilith hechizante y provocadora donde las haya. Cargada de simbolismo, en ella Coll vuelve al origen del mito de la mujer fatal. La que fue la primera mujer de Adán, se rebeló al no querer yacer debajo de este durante el acto sexual. La protagonista de la leyenda reúne significados antagónicos: es un demonio a la vez que una diosa. Coll, proyectando esta misma dualidad, crea una textura orquestal un tanto tenebrosa y compacta, densa. Parece que la orquesta manejó bien las pretensiones del compositor y ejecutó una interpretación que llegó a conseguir ese color casi de corte espectralista -como bien indicó J. Castañer en las notas al programa-. Se percibió en la formación una mayor convicción en la interpretación de esta pieza, y porqué no decirlo, una mayor posesión, quizás debido al carácter de la obra, y a que quizás se encajaron adecuadamente las ideas del compositor. Las intervenciones del piano desafinado un cuarto de tono representaron la vehemencia, el deseo y la transgresión, haciendo referencia a las palabras de Bataille: “el crimen requiere de la noche”.
La Sinfonietta para orquesta, de L. Janáček, fue la encargada de cerrar el programa. Dedicada a las fuerzas armadas checoslovacas, el autor pretendió expresar mediante ella al hombre contemporáneo libre y a su coraje y determinación en la lucha. La orquesta ofreció una versión con una visión profunda, de texturas refinadas, nítidas y cristalinas en todo momento. Supo transmitir con eficacia el esplendor panorámico de la apertura dirigida por trompetas y tubas a través del espectro estéreo. La pintura de la escena en cada uno de los cinco movimientos fue vívida. La actuación de la formación impulsó los ostinatos del segundo movimiento con fuerza, y construyó el clímax central del tercer movimiento con una energía explosiva. Los diversos cambios de tempo en el breve cuarto movimiento se resolvieron con eficacia, exprimiendo cada gota de variedad de sus muchas repeticiones de la melodía de apertura. Es aquí donde se pudo ver a un director que llevó el final a extremos de tensión positivamente expresionistas, haciendo del regreso de las fanfarrias iniciales un momento de grandeza apocalíptica. En definitiva, un concierto que podríamos calificar de ejemplar, de no ser por la acústica de la sala que, distando de lo ideal, impidió que las interpretaciones brillaran y llegaran con toda su carga a la audiencia.
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