Uno de los hitos de la cultura en la España postfranquista fue la conquista de un Ministerio de Cultura (1979) frente al anterior de Información y Turismo con alguna competencia cultural anexa. Lo mismo sucedió en los ayuntamientos democráticos con las “concejalías de cultura” frente a las tradicionales “de festejos”. Las CCAAs ya nacieron con Consejería de Cultura de serie. Fue un avance.
El problema que se vislumbraba entonces era doble:
- cómo sería la financiación de esas competencias
- el establecimiento de políticas adecuadas. La financiación cultural – muy pobre aún, en CyL estamos hablando de un 0,5% del presupuesto regional destinado específicamente para la cultura. En Cataluña se está pidiendo el 2%- se va resolviendo con aportaciones propias de cada autonomía y la colaboración del Estado y a veces los organismos europeos. Al menos algo se ha puesto en marcha.
En cuanto a las políticas culturales podríamos decir que de forma inmediata se pusieron a finales de los años ochenta aquellas que denominamos «de oferta». La más elemental hace referencia a las ayudas a la producción artística, permite posibilitar que los creadores construyan su obra. Es financiada con escasez y mucha burocracia pero ya está en marcha. La segunda política “de oferta”, más compleja, es la distribución, la exhibición y programación de espectáculos, exposiciones, publicaciones, trabajos visuales. Pienso que en materia plástica y visual se ha recorrido un buen camino, se ha descentralizado y hasta cierto punto democratizado la toma de decisiones mediante consejos consultivos. En las artes escénicas mi generación entregó «todo el poder» a la figura del «programador». Hay mujeres, pero la cultura organizativa es tan paternalista que incluso las mujeres la ejercen generalmente, es el paradigma. Ahora estamos empezando a intuir los males de ese modelo tan dirigista ejercido desde ámbitos técnicos o politécnicos, los programas se parecen como dos gotas de agua en localidades muy diferentes.
¿Mea culpa? Pues sí, nos equivocamos cuando en los ochenta y noventa no supimos integrar de forma más decidida la producción y la exhibición de todo tipo de espectáculos escénicos y musicales en los niveles locales y regionales.
Quizá ha llegado ya la hora de apostar de forma más decidida por las políticas «de demanda». Apoyar al cliente y/o usuario a acceder de forma más fácil a la obra cultural que se ofrece. Hay un componente educativo en toda «programación’ que no se está ejerciendo. No se educa al público actual y futuro, la dirección artística de los equipamientos y programas no se ve aún en su faceta de “curador/a” como pasa en las artes plásticas y visuales.
Quizá haya que empezar por bajar el listón de la dificultad de acceso que supone el precio – por ejemplo- para algunos colectivos: desempleados, jóvenes, jubilados, ámbito rural, minorías no representados por el algoritmo “wasp” (white, anglosaxon, protestant) programador, buscando un símil USA.
Ahí es donde aparecen los «bonos culturales» actuales: Francia, Italia. Intentos en Cataluña, Euskadi, bono joven de Madrid. En Castilla y León ya ha dicho Mañueco que eso es «sanchismo» y el bono cultural ni está ni se le espera, pero si hay uno turístico emitido por la misma consejería.
Cataluña y Euskadi no avanzaron lo suficiente, el ayuntamiento de Madrid si y a partir de los 16 años hasta los 26.
Francia concede una cantidad importante, 400 euros, que los jóvenes usan para cine, libros, comics – es una potencia mundial en este arte- y en Italia una cantidad superior que usan con éxito en espectáculos, libros y cursos formativos no oficiales.
El actual gobierno nos habla de conceder un bono de 400 euros a quienes cumplan 18 años. La derecha dice que no lo ve bien si sale la tauromaquia de la oferta. En la izquierda no se ve bien que no se tenga en cuenta la renta familiar. Nadie explora una tercera vía: que se concedan exclusivamente a los jóvenes de 18 a 26 años, estudiantes o desempleados que realicen tareas de cooperación social, cultural y de solidaridad en organizaciones no lucrativas formalmente legalizadas y establecidas, desde Cruz Roja a una asociación cultural local o rural. Sería un aliciente importante y además se incidiría en un aspecto educativo imprescindible: la colaboración y el crecimiento grupal de nuestros jóvenes en una sociedad digital que fomenta el individualismo más descarado.
Debate abierto…contribuyan.
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