La poética rusa en movimiento estacional
El pasado 4 de julio, la 33ª edición del Festival Castell de Peralada se inauguró con uno de los mejores ballets del mundo, el Ballet del Teatro Mariinski. Una escogida selección de las huestes del coliseo ruso, se desplazaron desde San Petersburgo hasta Peralada para hacer las delicias de los amantes de la danza y de las artes en general.

© M. González/Festival de Peralada
La noche inaugural, los bailarines rusos nos ofrecieron una singular versión de las Cuatro estaciones vivaldianas, pasadas por el sintetizador electrónico de Max Richter y coreografiadas por el joven creador Ilya Zhivoi; una producción estrenada el 2017 y galardonada con el premio Golden Sofit. Se trata de una propuesta fresca y moderna, de un esteticismo que bebe de los estilos antiguos para dar proyección a los movimientos modernos. No es un ballet de ruptura sino de íntimo diálogo entre tradición y modernidad, tanto en lo que compete al trabajo coreográfíco como en los terrenos de la música y el diseño del vestuario.
Zhivoi exprime la correspondencia entre el ciclo estacional y el ciclo vital a partir de un depurado trabajo a cargo de una decena de bailarines, con una concepción clara y diáfana de la escena que, sin renunciar a la pureza de líneas, encuentra un sutil equilibrio expresivo gracias a la fluidez de un movimiento vitalista, sostenido con grandes dosis de inspiración poética. La suya es una estética lírica, intimista, de un virtuosismo comedido, lejos de toda explosión efectista, trazado con líneas delicadas y elegantes de suma plasticidad. Todo ello, realzado con una escenografía minimalista, clara, sencilla y eficaz, en la que los vestidos vaporosos y de libres movimientos fluyen y cambian de color en cada una de las estaciones.
Entre el impecable oficio del joven elenco de bailarines rusos, brilló con luz propia la increíble Ekaterina Kondaurova, cuyo repertorio incluye los principales roles de los grandes títulos de danza clásica y también del repertorio contemporáneo. Su intensa personalidad escénica, cultivada con un asombroso dominio técnico combinado con un sentido aristocrático e incisivo del gesto y de los movimientos – realzados por su esbelta figura y sus grandes y expresivas manos -, hizo que el conjunto de la producción gravitara a su alrededor y se impregnara de un elevado sentido poético.
Tan solo cabe lamentar la decisión de realizar un descanso, a todas luces innecesario – el espectáculo no alcanzaba los 60 minutos de duración-, que interrumpió el clímax de la secuencia estacional a la mitad del espectáculo, trucando de este modo parte de su encanto envolvente y circular. Una lástima.
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