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© Miguel Lorenzo / Mikel Ponce

Evidentemente, las miradas estaban puestas en el barítono italiano Leo Nucci, que a sus 77 años de edad ha interpretado mas de 500 veces al desdichado bufón que protagoniza esta ópera de Verdi que muchos consideran «la más perfecta», entre ellos el propio director musical de la OCV Roberto Abbado. Esta no ha sido la primera vez que Nucci canta en la capital del Turia. Hace dos años lo hizo en el Palau de la Música junto a Isabel Rey y el Italian Chamber Opera Ensemble.

Desde su debut en 1967, el artista transalpino ha actuado en los teatros de ópera más prestigiosos del mundo y en varios conciertos históricos como el que se celebró en La Scala a raíz de sus treinta años de colaboración. En cierta manera, también se podría afirmar que en Valencia hizo historia al repetir la hazaña de ofrecer un bis en medio de la representación y cantar nuevamente el dueto Si vendetta, tremenda vendetta, esta vez con la soprano Maria Grazia Schiavo (Gilda). «¡Qué locura, la de Madrid, qué locura!» parece ser que fue lo que dijo en la rueda de prensa al producirse este hecho en el Teatro Real de Madrid hace ahora cuatro años.

Si bien su presencia fue el detonante principal del apabullante éxito de la tarde noche de estreno, en el terreno vocal no fue menos brillante la actuación de la soprano antes mencionada que dio una verdadera muestra de dominio técnico y delicadeza expresiva a la hora de retratar a su personaje. El tenor canario Celso Albelo, que tanto nos gustó hace un año en el papel de Fausto, cumplió con su cometido como Duque de Mantua, y al reparto restante habría que ponerle nota, muy en especial al sólido bajo Marco Spotti por su Sparafucile.

Con las mujeres del Coro de la Generalitat de gira por la Comunitat Valenciana, la labor coral recayó exclusivamente en las voces masculinas que resolvieron su papeleta con la habitual elegancia al igual que la orquesta y su director titular en lo que a la interpretación musical se refiere.

El ovetense Emilio Sagi enfatizó en todo momento el dramatismo de la ópera con un suelo inclinado como núcleo central de su escenografía. Fragmentándose y desapareciendo a los pies de los cantantes, también desaparecía su sustento, símbolo de su creciente soledad y derrota final. Una acertada iluminación y el predominio de las tonalidades grises, negras y rojas hicieron el resto.

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