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danza urbana

© Manuel Castells. (Universidad de Navarra)

El Museo de la Universidad de Navarra es un espacio paradigma de la comunicación de las artes. El ciclo Museo en danza, en cuya segunda edición han participado artistas de la talla de Carmen Cortés, alimenta una programación que se nutre del arte del movimiento y que ya acumula una intensa programación a sus espaldas.

Desde sus inicios, el MUN ha afrontado con naturalidad un problema que no se agota a pesar de haber sido tantas veces planteado: ¿cómo integrar a la danza (ese arte que es en sí movimiento) en un espacio tradicionalmente reservado a obras en estado de quietud (entiéndase, pintura, escultura y fotografía fundamentalmente)?

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En realidad, el debate entre quietud y movimiento está en el ADN de la danza desde que ya sus primeros representantes se preguntasen obsesivamente por su relación con la pintura, el que fuera considerado el arte noble por excelencia. De la misma manera que la fotografía se ha planteado si es posible captar el movimiento, la danza se ha peleado con la exactitud de sus poses en un esfuerzo por dotar de rigor su naturaleza escapista.
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La última de las confluencias de esta aventura, presentada por el coreógrafo de origen argentino Dani Pannullo, nos invita a rastrear las relaciones entre artes aparentemente contrapuestas. Así, arropado por un dispositivo teórico de gran calibre, rompe la dinámica habitual en la que suele hacerse danza en los museos; en lugar de bailar frente a obras expuestas, el coreógrafo lleva la fotografía al escenario por medio de una intensa proyección que no cesa en los sesenta minutos durante los que se prolonga su propuesta.

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La proyección se centra en la ingente obra del carismático fotógrafo Ortiz Echagüe, cuya aportación constituye el núcleo originario de la colección que alberga el Museo. El carácter escénico de sus fotografías paisajísticas, así como su universo fotográfico africano, han servido de inspiración primaria para el coreógrafo.

La profundidad argumental a la que nos tiene acostumbrados esta Compañía envuelve desde el inicio Atlas, map of moves. La obra se inicia con una voz en off que resulta ser la única femenina que aparece en escena, y que lanza al espectador un conjunto de preguntas trascendentales inspiradas en Artaud.

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Estas disquisiciones, acordes con el espíritu de la modernidad que hace que desde las vanguardias tantos autores se sientan en la obligación de explicar sus obras, encaran sin ambages algunas de las brechas abiertas de la danza: ¿se puede considerar danza cualquier forma articulada de movimiento (o, si se prefiere, ¿hay un nexo entre lo profesional y lo amateur?); ¿sigue presente la diferencia entre danza culta (esa que se hace en los escenarios) y popular, (la que se baila en la calle)?

Estas preguntas nos sumergen en una propuesta que se construye sobre dos grandes ejes: el primero es la forma de habitar las ciudades y de construir espacios públicos, donde se impone la urban dance, y el segundo es la frágil diferencia entre danza y deporte que destilan actividades como el parkour.

danza urbana Está claro que los bailarines tienen algo de atletas y que, más allá de un entrenamiento similar, suelen deleitarnos con altas dosis de acrobacias, y está claro también que algunos gimnastas se mueven como bailarines. Algo que podemos apreciar no sólo ese je ne sais quoi escénico que tienen deportes como la natación sincronizada o la gimnasia rítmica, sino incluso en el fútbol, del que nadie duda que es también un espectáculo.

Bajo el paraguas de complejas referencias teóricas, Atlas busca puntos de anclaje que son todavía un work in progress y que, como tal, están inevitablemente inacabados. El espectador aún puede tener dificultades para encontrar lugares comunes en un mapa en el que prima la cartografía de lo fragmentario. A este complejo caleidoscópico se une un elenco de bailarines que transmiten el frescor de la calle y la naturalidad de los movimientos nacidos en el espacio público, pero que no siempre consiguen plegarse a las exigencias del ritmo escénico.

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Con todo, el Museo y sus múltiples escenarios siguen siendo el espacio óptimo para encontrar lugares comunes.

Dirección y coreografía: Dani Pannullo Dancetheatre Co/Producción: Ritmos del mundo, Museo Universidad de Navarra, Nacho Gutiérrez, Claudia Morgana/Vestuario: Maison Mesa/Diseño gráfico: Zeta/Espacio sonoro y visuales: Antonio Mosquera (Tzootz Research)/Iluminación: Lola Barroso/Intérpretes: Alberto Gómez, Daniel González, Gilbert Jackson, Julián Gómez, Leonardo Sepúlveda, Miguel Espada.

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