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© Ángel Tejo

Fernando Pascual (violín), Jorge Fanjul (violonchelo), Aida Velert y Oscar Oliver (piano).

Alrededor de unas 300 personas se acercaron al auditorio valenciano para escuchar a estos intérpretes que nos deleitaron con la Sonata para piano en mi bemol op. 7, la Sonata para violín y piano en la mayor op. 12, la Sonata para violonchelo y piano en fa mayor op. 5 y el Trío con piano en sol mayor op. 1. Un concierto con un programa largo pero al que los músicos supieron dar continuidad y fijar la atención de un público al que se vio disfrutar.

La primera en salir al escenario fue la joven pianista Aida Velert, que ofreció una más que digna Cuarta sonata para piano, cuyo primer movimiento Allegro molto e con brio desborda el concepto del mismo. De grandes dimensiones, no pudo con la valenciana, que se impuso con templanza y gran expresividad, entregada totalmente a la música de Beethoven. Del cristalino primer tiempo y descansada de tan gran labor se adentró en un Largo con gran espressione al que, sin duda, no le faltó esto último, llenando la sala de especial dramatismo en un alarde de musicalidad. Le siguió un Allegro de carácter menos clásico, adentrándose en los recursos del Romanticismo, pero al que no le faltó la gracia y los guiños, con modulaciones bien interiorizadas para dar el punto de drama que requería. Por último, el Rondo-Poco allegretto e grazioso hizo las delicias de un público que no perdió el interés en ningún momento, atento a la claridad con la que las manos de Velert se movían por el teclado y al fraseo bien moldeado. En definitiva, una demostración de madurez, quizás faltaron matices, pero la riqueza de los detalles se impuso en una interpretación que no dejó indiferente a nadie.

En segundo lugar, el violinista Fernando Pascual se unió a Aida Velert para hacer sonar la Segunda sonata del compositor germano. El Allegro vivace destacó por la gran sincronía entre los intérpretes fruto de una gran precisión rítmica, además de un buen estudio de los planos sonoros y los roles de cada instrumento en cada momento. El carácter más clásico de esta pieza estuvo bien asimilado y transmitido mediante el juego pregunta respuesta, con mucho gusto. El segundo movimiento, Andante, più tosto allegretto, mantuvo la sala en vilo, con momentos de intensa pureza musical y fraseos largos y degustados, que transmitieron delicadeza extrema y melancolía recogida. El tercer movimiento fue, como su nombre indica, muy agradable de escuchar. El Allegro piacevole centró la atención pese a su liviandad y su musicalidad más fútil, evocando periodos posteriores. Con todo ello, el binomio Pascual-Velert encandiló en una interpretación que, pudiéndose tachar de escolástica, resultó una reivindicación de lo clásico y de la mesura.

Si la primera parte destacó por una armoniosa contención clásica, bien enmarcada en su estética del primer Beethoven, la segunda nos dejó momentos de melenas al viento, perdiendo esta moderación que minutos antes había sido digna de elogio. Jorge Fanjul al violonchelo y Oscar Oliver al piano interpretaron la Primera sonata en un pasional estilo a manos del violonchelista que nos hizo recordar al Beethoven más romántico. Ya el Adagio sostenuto ed espressivo dio sobradas muestras de la entrega de la que seríamos testigos. Una fogosidad que se remarcó en el Allegro molto più tosto presto, con instantes de virtuosismo y robustez sonora. Destacaron los diálogos y la gran expresividad, en ocasiones entorpecida en la escucha del público por los movimientos y sonidos extramusicales que se transmitieron desde el escenario, fruto sin duda de una ofrenda absoluta a la música del compositor de Bonn. El último movimiento, Rondo-Allegro, destacó por su energía, con una calidad, una sonoridad y unos planos, que despertaron el interés del oyente, avivando la atención del público, con una interpretación bien esmerada por parte de Oliver.

En una inusual programación, que hizo extensa ambas partes del concierto, se escuchó para terminar el Segundo trío para piano, violín y violonchelo. El público pudo apreciar las dotes del trío formado por Oliver, Pascual y Fanjul, que encantó por su exquisito gusto, de una transparencia totalmente dentro del estilo de transición. El Adagio-Allegro vivace se mostró como un rico juego de dinámicas, entradas y contestaciones en un ambiente relajado y que más bien parecía una reunión de amigos, demostrando la madurez de la formación. Destacó el adagio, donde el piano realmente cantó en las manos de Oliver. A este movimiento le siguió un Largo con espressione, que supuso una verdadera comunión entre los integrantes; a modo de himno las frases fueron soltándose ante un público expectante embelesado por el bello fraseo y la delicadeza en la que de manera cantábile se desarrolló la idea musical. El Scherzo-Allegro, dando significativa envergadura al trío, fue juguetón y en su sitio. Para terminar con un Finale-Presto que supuso el colofón a una tarde de buena música, destacó por rotundo y conjunción de los elementos. En el último movimiento se plasmó un buen juego de acentos y momentos en los que el violonchelo se fundía con la mano izquierda del piano. El trío se mostró solvente y con gran empaque, haciendo eso que tantas veces es difícil de ver, música.

Hay que felicitar a los intérpretes por la dificultad que supone despertar ante público el atractivo hacia Beethoven, más que acostumbrados a su escucha en las salas de concierto. Así pues, el sábado pasado pudimos sentir algo de nuevo, fresco, una relectura de estas obras en un ciclo beethoveniano que no ha hecho nada más que empezar, y viene pisando fuerte.

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