Un Otello insípido y descafeinado
En plenas celebraciones del 400 aniversario de la muerte del más universal de los dramaturgos, William Shakespeare, el Gran Teatre del Liceu se ha querido sumar a la efeméride conmemorativa presentando una nueva producción del Otello verdiano proveniente de la Deutsche Oper berlinesa.

Otello © A. Bofill
Después de varias cancelaciones de los intérpretes anunciados al inicio de temporada, el veterano José Cura salvó los muebles al teatro abordando por enésima vez el papel del moro veneciano, acusando doblemente la falta de ensayos y la alta exigencia vocal del personaje. Sin poder hablar de fiasco, se constató unánimemente que, a pesar de las tablas escénicas y el buen oficio del tenor argentino, el papel de Otello desborda sus capacidades vocales actuales. Lejos de todo brillo, sus intervenciones quedaron diluidas ya de buen principio -con un descafeinado “Esultate”- en una puesta en escena absolutamente anodina, sin lograr levantar el vuelo durante el resto de la representación. Poco pudo hacer la exquisita soprano albanesa Ermonela Jaho para avivar la escena; su canto, delicado y bellamente cincelado, chocó con un personaje desdibujado que se movía entre una actitud desafiante y una sumisión acomplejada. El Jago del italiano Marco Vratogna, a pesar de lucir una voz estentórea y resolver airosamente sus comprometidos pasajes vocales, estuvo faltado de la personalidad y el calado dramático que el personaje requiere.
Correctos vocalmente, aunque de escaso calado dramático, los coprimarios, encabezados por el Cassio de Alexey Dolgov, el Roderigo de Vicenç Esteve Madrid y la Emilia de Olesya Petrova, a los que cabe sumar la notable actuación del coro titular de la casa y de las tiernas voces del envidiable coro infantil Amics de la Unió de Granollers. El maestro Philippe Auguin intentó imprimir empaste dramático y expresivo desde el foso, llegando a tapar las voces en más de una ocasión, aunque no logró tejer la alquimia necesaria para cohesionar el conjunto.
Gran parte de la responsabilidad del malogrado estreno la tuvo el insípido e intrascendente montaje firmado por Andreas Kriegenbrug, quien, tirando de tópicos sobados, ambientó la obra en un pretendido campo de refugiados, concebido a partir de un inmenso andamiaje de fondo en forma de literas, con televisores de pantalla plana. La dirección de actores, no pudo ser más insípida e insubstancial. Ni rastro del espíritu dramático que tan hábilmente supo imprimir Arrigo Boito.
A pesar de las ostentosas operaciones de marketing desplegadas por el equipo de comunicación del teatro, la producción estuvo lejos de colmar las expectativas de un público que aún tenia bien fresco el recuerdo del extraordinario montaje del pasado agosto en el Festival de Peralada, mucho menos ambicioso -¡y costoso!- e infinitamente más logrado. No en balde, temiendo la airosa reacción del público -que llegó a protestar más de un interprete-, el equipo escénico se quedó entre bambalinas a la hora de los saludos.
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