Un Doctor Atomic tan real como expresionista
El Teatro de la Maestranza ofrece Doctor Atomic, estreno en nuestro país de la ópera del compositor norteamericano John Adams.
He de reconocer que anoche asistí a la puesta en escena de esta ópera sin apenas preparación previa, como lo habría hecho allá por 2005 quien asistiera a su estreno absoluto. Cuando conocí que el Teatro de la Maestranza había apostado por este título para llevarlo a sus tablas en lo que sería su estreno en España, decidí no prepararme específicamente para ello. Si es verdad que conocía el argumento, de pasada, y otros trabajos anteriores de John Adams, especialmente sus óperas Nixon in China y The Death of Klinghoffer, pero no la ópera en cuestión. Y he de reconocer que la experiencia ha valido la pena, y mucho. Descifrar una ópera a la vez que disfrutas de ella solo es posible si el espectador nunca antes ha tenido contacto con la obra en cuestión, y en la actualidad, donde un repertorio bastante hermético recorre los escenarios de medio mundo esto se produce en contadas ocasiones.
Doctor Atomic no resulta rompedora si se compara con otras obras del mismo compositor. A los pocos minutos de escucha pueden reconocerse los elementos esenciales que dan el sello personal a las composiciones de Adams. El argumento sorprende en cuanto a su sencillez, e incluso más allá de la repercusión histórica que tuvieron los hechos que se relatan, puede parecer incluso ingenuo, sin profundidad. Pero resulta que sobre esa base débil del argumento se sostienen los cimientos de una completa obra de arte.
A mi parecer, la puesta en escena elegida para esta ocasión es totalmente acertada, y encaja perfectamente en la concepción general de la obra, llegando a ser uno más de los elementos esenciales. Por supuesto, otro de estos elementos esenciales es la música. Libreto y música aparecen íntimamente conectados. Cada cambio de carácter en el diálogo tiene su repercusión musical. Nada destaca por su arbitrariedad. Absolutamente todo está planeado y meditado.
En apenas un día de tiempo escénico se consigue dar una insondable profundidad a cada personaje. Cosa que, a priori, parece imposible de creer dada la mal entendida simplicidad del argumento. Aquí entran de lleno las posibilidades musicales. La partitura, tanto orquestal como vocal, es harto difícil. En ella tienen cabida momentos de indiscutible factura minimalista combinados con otros de profunda raíz wagneriana (entendida desde el punto de vista del tratamiento orquestal) e incluso expresionista, desde el que se explotan los caracteres de los diferentes personajes. Son pocos los personajes que aparecen en el escenario, entre los que se incluye al coro, pero no debemos olvidar otros personajes que no aparecen en escena y que cuentan con representación musical como son la humanidad y su capacidad de autodestrucción representadas en la bomba atómica.
En la escena, el barítono Lee Poulis dió vida al científico Robert Oppenheimer, director del “Programa Manhattan”. Llevó su personaje a un nivel altísimo, destacando vocalmente en Batter my heart, cercana a la sonoridad posromántica y cantándola a pie de patio. La soprano Jessica Rivera interpretó con seguridad y mesura a Kitty, la atormentada esposa de Oppenheimer. Estuvo pletórica ante la dificultad de un personaje que presenta grandes dificultades técnicas debido a los continuos cambios de registro.
El tenor vizcaíno Beñat Egiarte sorprendió en el papel del científico Robert Wilson, dando un toque de controlado lirismo a un conjunto de personajes de carácter más bien dramático. Jovita Vaskeviciute, que se encargó del rol de Pasqualita, la empleada india de los Oppenheimer, demostró sus dotes vocales, sobre todo en el segundo acto, durante el que se mantuvo en escena la mayor parte del tiempo. Solventes los bajo-barítonos Peter Sidhom y Jouni Kokora y el barítono Christopher Robertson, que interpretaron los papeles de Groves (el jefe militar del proyecto), el científico Edward Teller y el meteorólogo Frank Hubbard, respectivamente.
Como apuntábamos anteriormente, el coro juega un papel importantísimo, y acorde a él es la dificultad que entraña su partitura. Dirigidos, como es habitual, por Íñigo Sampil, el Coro de la A. A. del Teatro de la Maestranza superó otra prueba más, esta vez de proporciones mucho mayores, demostrando la enorme calidad que se esconde bajo este conjunto de voces anónimas. La Real Orquesta Sinfónica de Sevilla volvió a demostrar su habilidad para adaptarse a cualquier tipo de repertorio. La dirección de Pedro Halffter estuvo mucho más acertada de lo que venía siendo habitual, demostrando que este es un repertorio con el que encuentra mayor afinidad. Aun así, determinados fragmentos líricos fueron arrastrados en demasía hacia una interpretación demasiado posromántica, lejos de lo que, a mi parecer, pretendió el compositor.
Dejo para el final mi comentario personal acerca de la puesta en escena escogida para la ocasión. Ya viene siendo habitual hablar de la escenografía como el elemento operístico que menos acierto consigue, implicando demasiados elementos extra-operísticos y alejándose demasiado del argumento inicial de la ópera. En esta ocasión, todo aquello que tantas veces se critica vuelve a utilizarse: proyecciones en video, minimalismo escénico, alejamiento entre escena y público, etc., pero de un modo totalmente creíble, de modo que se convierte en personaje indispensable de la obra. Multitud de metáforas visuales, que además de la música y el texto aportan credibilidad a una historia real que por su crudeza y relativa lejanía temporal nuestra mente intenta no dar la verosimilitud que posee. Un acierto el uso del tul de boca para presentar las proyecciones delante de la escena y el juego de espacios usado en el primer acto para representar las diferentes estancias. El segundo acto, más minimalista si cabe, contó tan solo con un escenario deformado en curva y multitud de figurantes moviéndose en escena, representando visualmente la angustia de los momentos previos a la prueba de la explosión de la bomba atómica.
Desgraciadamente, gran parte del público no supo valorar todo lo que anoche tuvo lugar sobre las tablas del Maestranza, algunos ni siquiera dieron oportunidad al segundo acto, pues abandonaron su butaca en el intermedio. Otros, sin embargo, abandonamos el teatro confiando en que la música sigue viva y conmoviendo a quien la sabe apreciar en cualquiera de sus facetas. Lamentablemente, somos pocos los que estamos dispuestos a ello.
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Señor Gordillo, el público no es tonto, y sinceramente, si se fue, sería por algo. La obra es lenta desde el principio, llegando a ser hasta soporífera en el segundo acto. De hecho el cambiar de estilo escenográfico entre un acto y otro hace que sea mas insufrible el segundo acto, por lo menos el primero, era mucho más dinámico. El libreto es totalmente estático y sin ritmo narrativo. A cualquier cosa le llaman ópera ahora. No hay acción dramática alguna, y si hay que recurrir a hablar de la dieta del general para rellenar minutos, es porque el libretista estaría bastante aburrido ese día escribiendo y tenía hambre en ese momento.
Por otra parte, es normal que Pasqualita destacara vocalmente sobre todo en la segunda parte, en la primera no canta.
No se si es que el señor Halffter le paga por hacer estas críticas, porque si no, no entiendo como le pudo gustar toda la ópera de principio a fin (será al único).