Fátima Miranda, el secreto mejor guardado de la marca España
Fátima Miranda presentó los días 28 y 29 de noviembre en la Casa Encendida, en complicidad con Marc Egea armado de una zanfona, el estreno en España de su nuevo espectáculo, «aCuerdas». El estreno mundial fue en Guarda (Portugal) el pasado mes de octubre.
Sale uno de un espectáculo de Fátima Miranda con un cúmulo de preguntas que, al no poder responderse, se acumulan, danzan en bucle y se interfieren: ¿Cómo es posible que esta artista no rompa las puertas de los teatros? Pregunta tonta, ya que Fátima tiene un éxito incontestable siempre y llena cualquier recinto de los que se ponen a su disposición. Sí, de acuerdo, pero, ¿por qué no da el salto a un grado superior? ¿Por qué no se la presenta en teatros de miles de personas? Respuesta: no sé, quizá sí ocurra, de hecho Fátima Miranda recorre el mundo regularmente. En realidad no llego a saber de dónde vienen tantas preguntas; pero me imagino que surgen del enorme desfase entre la potencia artística que emana de esta mujer y un alcance que intuyo que debería ser mucho mayor.
Pero hay algo misterioso que me ronda: creo que sus rendidos admiradores se conjuran para que Fátima Miranda siga siendo algo secreto, continúe siendo suya. La veneran con una pasión de la que no están exentos los celos. Están dispuestos a compartirla con, a lo sumo, dos o tres centenares de personas, pero recibo la impresión de que no soportarían compartirla con decenas de miles. Fátima es su secreto y su presa, y la guardan a la vez que la miman.
Cuando se asiste a una sesión de Fátima Miranda, el espectáculo comienza observando a los espectadores: nerviosos en la cola que guardan con la paciencia de los que esperan una hermosa recompensa. Se reconocen, buscan sigilosa y egoístamente el mejor puesto de observación. Son gente culta, a menudo cultureta, y conocen los guiños y los recovecos de los actos de Fátima; prudentes y selectos (no faltan altos cargos culturales), parecen fríos, pero un veterano, como yo, percibe no solo que disfrutan sino que comulgan: Fátima Miranda es suya, que no se la quite nadie.
Y tienen razón, el público siempre tiene razón, como decían los veteranos del negocio. Porque lo que lo que sucede allí es magia, talento en grado sumo, entrega, profesionalidad y, sobre todo, una singularidad tan extrema que impide esa clasificación que haría las cosas más fáciles a la hora de lanzar a este monstruo del espectáculo y de la cultura.
¿Es clasificable lo inclasificable?
Porque, ¿qué es Fátima Miranda? Las definiciones básicas dicen que es cantante, performer y artista conceptual con amplias gotas de perfume canalla. Y en todo esto, Fátima es soberana; es conocido su fabuloso uso de la voz con técnicas que ella ha exprimido de diferentes culturas y tradiciones hasta convertir su voz en un milagro. Para espíritus puntillosos, hay referencias en su trabajo a las vanguardias del siglo pasado, pero Fátima ha situado su uso extensivo de la voz en la “centralidad del tablero” (si me permiten el uso de esta cita ahora de moda entre los que podemos). Es performer, desde luego, es decir, usa la escena como un territorio en el que se funden ideas, conceptos, experiencias y sugestiones de la vida que nos rodea. ¡Y qué performer! ¡Dónde habría dejado esta mujer a Marina Abramovic si la hubieran permitido competir en ligas similares!
Pero es, además, un monstruo del escenario. Su número final en aCuerdas, un enloquecido “trailer” en el que la palabra se adueña del “tablero”, es un milagroso prodigio. Largo, larguísimo para el esfuerzo que realiza, y apenas un suspiro para el espectador, en él, Fátima consigue evocar desde la poesía fonética hasta Florinda Chico o Tip y Coll, desde Oulipo hasta Woody Allen, desde el cabaret procaz hasta el Club de la Comedia; y todo ello sin dejarse atrapar nunca por ningún estereotipo. Si en algún momento roza la obscenidad (ese recurso infalible), al instante salta con la agilidad del saltamontes y ya la tenemos en el ámbito de la coña culta; pero son segundos, todo cambia a la velocidad del cine mudo y todo, absolutamente todo, es maravilloso, ingenioso, brillante, erudito y vulgar, chabacano y elegante…
No hay respiro en un número que quizá dure media hora y te deja sin aliento porque no estás dispuesto a perderte ni un suspiro. El esfuerzo de la actriz es aquí máximo, no hay virguerías vocales, solo el esfuerzo para la garganta de expresar rudeza y velocidad, chiste y parodia, sugerencia de discurso y agonía. ¿Cómo lo hace? Se pregunta uno mientras que agradece el privilegio de estar ahí en ese momento y no en cualquier otro lugar del mundo. ¿Qué habría hecho esta mujer si el tiempo y el espacio le hubieran permitido coincidir con Raymond Queneau?
Y el agudo sentido del espectáculo de Fátima le lleva hacia un final en el que, por primera vez, rompe la cuarta pared y le dice a su público que lo ama; no con estas palabras, pero ellos entienden. No es la diva lejana, les dice que los espera tras los aplausos. Y es verdad, más que la artista es la amiga que los ha citado en su casa, ¿y dónde vive Fátima Miranda si no es en una escena? Los abrazos y besos son sinceros porque Fátima está feliz de verlos. Es una artista sublime en la cima de su proyecto: ese que hace que todo su saber y su generosa entrega tengan su pleno sentido en ese encuentro con su público. Los divos y divas de consumo y pandereta y el degenerado sector del espectáculo escénico han pisoteado esta simple verdad hasta hacer ridículo ese milagro. Y Fátima, que se ha colado por una rendija, lo vuelve a hacer posible en estos teatros de cámara y en este país que oscila entre el derrumbe y la maravilla oculta.
Y el rumor de una zanfona…
No sería justo dejar de mencionar al colega y cómplice que Fátima ha buscado para este aCuerdas. Se trata del zanfonista y artista sonoro Marc Egea. Como si estuviera en la gran cocina del pueblo, Egea crea un marco sonoro permanentemente versátil pese a la aparente monotonía de su ancestral instrumento. Hay momentos en que parece flotar una guitarra eléctrica por encima de ese bajo zumbón proporcionado por el pedal manejado por esa manivela de molinillo de café. Pero, además de los sonidos y el uso maestro de un instrumento “imposible”, Egea sonoriza un largo espectáculo, variado, misterioso y mágico.
Y Fátima no necesita más, un buen compañero, un entorno misterioso y rico en sugestiones y “su público”. Y es que aCuerdas es un espectáculo modesto teatralmente, está a la altura de los tiempos que corren. Yo diría que pobre si no supiera que para Fátima Miranda no hay pobreza, porque el simple encuentro entre personas y la capacidad de fascinarse es ya un lujo.
Pero, eso sí, que no se entere nadie fuera de esos círculos de varios centenares de iniciados. Es egoísta, claro, pero estamos todos muy jodidos y Fátima Miranda es la mayor plusvalía cultural y artística que puede gozar ese número selecto de aficionados que solo hablan de lo que es y representa esta joya a sus más cercanos allegados. Las siguientes generaciones se lo reprocharán amargamente, pero a estas… que les quiten lo “bailao”.
«aCuerdas»- Summary/Resumen(16 min): voice and hurdy-gurdy/zanfona from Fátima Miranda on Vimeo.
Vídeos de Fátima Miranda: http://vimeo.com/fatimamiranda
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