Humo. Brokeback Mountain en el Real
Concluida la última nota de esta ópera… no es fácil adivinar qué ha podido atraer hasta su estreno en Madrid a decenas de crÃticos musicales extranjeros y a un puñado de directores de teatros de ópera internacionales.
Charles Wuorinen, Brokeback Mountain. Daniel Okulitch (Ennis del Mar), Tom Randle (Jack Twist), Heather Buck (Alma), Hannah Esther Minutillo (Lureen), Ethan Herschenfeld (Aguirre / Hog-Boy), Celia Alcedo (Madre de Alma), Ryan MacPherson (Padre de Jack), Jane Henschel (Madre de Jack), Hilary Summers (Camarera). Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. Dir. musical: Titus Engel. Dir. de escena: Ivo van Hove. Teatro Real, 7 de febrero. Hasta el 11 de febrero.
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Concluida la última nota de esta ópera, un Fa sostenido en fortissimo cantado por el personaje de Ennis del Mar en solitario tras un rotundo acorde de arpa, piano y percusión, y descendido ya el telón, no es fácil adivinar qué ha podido atraer hasta su estreno en Madrid a decenas de crÃticos musicales extranjeros y a un puñado de directores de teatros de ópera internacionales. O por qué esta versión operÃstica de Brokeback Mountain ha ocupado tantas páginas de tantos periódicos de todo el mundo. ¿Dónde estaba exactamente la noticia? No podÃa tratarse, a buen seguro, de que Charles Wuorinen –un nombre con cierto prestigio minoritario en Estados Unidos, y con el inevitable premio Pulitzer a sus espaldas, pero apenas conocido o interpretado en Europa– estrenara una ópera. Tampoco de que Annie Proulx, otra galardonada con el Pulitzer, hubiera escrito su libreto, ni de que Ivo van Hove fuera el responsable de la puesta en escena o Titus Engel de la dirección musical. Y la presencia de cualquiera de los cantantes del reparto parecÃa asimismo incapaz de justificar por sà sola un interés tan desorbitado. Ni siquiera el argumento podÃa despertar la más mÃnima curiosidad, ya que debÃa de ser bien conocido de antemano por todos, no tanto, muy probablemente, por haber leÃdo el relato original de Proulx, publicado en su origen en las páginas de The New Yorker, como por haber visto en su momento la premiadÃsima pelÃcula dirigida por Ang Lee, uno de los grandes éxitos cinematográficos de 2005.
No es tampoco la primera vez que una misma trama viaja del cine a la ópera, o que realiza el recorrido inverso. Asà las cosas, la respuesta más probable, amén del indudable buen trabajo previo agitando las aguas llevado a cabo por los responsables de prensa del Teatro Real, apunta a la propia especificidad del argumento como la causa última para haber originado tanto revuelo. Brokeback Mountain, como es bien sabido gracias a la pelÃcula, trata de la furtiva relación homosexual entre dos vaqueros, mantenida a lo largo de los años en encuentros esporádicos que rememoran el tiempo iniciático que pasaron juntos, solos y aislados, siendo aún muy jóvenes, en la montaña que da tÃtulo al relato y –ahora también– a la ópera. Sus vidas son convencionales, ambos se casan y tienen hijos, pero son aparentemente infelices excepto cuando lo dejan todo y se pierden juntos en medio de la naturaleza, lejos del resto del mundo.
Todo este trajÃn de crÃticas y crónicas a que ha dado lugar la conversión de este argumento, por lo demás bastante banal, en libreto de ópera dice muy poco a favor de esta en cuanto forma de expresión artÃstica. Es como si la ópera, condenada a pervivir anclada en tantas convenciones seculares, fuera un género a remolque de otros, situado muchos metros por detrás del cine o del teatro a la hora de abordar o hacer visibles determinados temas: en este caso, una relación homosexual en un mundo tradicionalmente tan hetero, tan macho, como el de los vaqueros estadounidenses. Pero, ¿tiene acaso más supuesto morbo ver a dos vaqueros besándose o manteniendo relaciones sexuales en el escenario de un teatro de ópera que en el de un teatro convencional o en la pantalla de un cine? Si es asÃ, hay que insistir en ello, flaco favor le hacen a la ópera quienes han participado en todo este tinglado mediático o, peor aún, quienes se han dejado arrastrar por él.
Sorprende también, claro, que una ópera ambientada en Wyoming, con un compositor y una libretista norteamericanos, se estrene en Madrid, del mismo modo que la pasada temporada causaba asombro que el Teatro Real fuera el escenario elegido para dar a conocer una nueva ópera sobre Walt Disney del compositor, también estadounidense, Philip Glass. Ambos estrenos –y sendas flores de un dÃa– se hallan, de hecho, interrelacionados y forman parte del equipaje con que abandonó a toda prisa Gerard Mortier la New York City Opera después de presentar su dimisión. Las dos óperas fueron encargadas en su origen para representarse en aquel teatro, no en Madrid, y habremos de convenir que Walt Disney o una historia de vaqueros en las montañas de Wyoming parecen tener, al menos de entrada, mejor acomodo a aquel lado del Atlántico. Pero el gestor belga, todo un experto en arrimar siempre el ascua a su sardina, hizo de ambos encargos una cuestión personal y acabaron aterrizando en Madrid en la misma maleta y con idéntica naturalidad con la que Mortier nos ha traÃdo otros tÃtulos procedentes esta vez de lo que podrÃamos llamar su fondo de armario, es decir, producciones encargadas por él mismo, y ya estrenadas y rodadas previamente, en teatros o festivales en los que habÃa ocupado una responsabilidad artÃstica antes que en Madrid. Es el caso, sin ir más lejos, del Tristan und Isolde dirigido escénicamente por Peter Sellars, cuya producción alterna sus funciones estos mismos dÃas en el Teatro Real con Brokeback Mountain. AsÃ, en la partitura de esta última, publicada por la editorial Peters, puede leerse en la página 3 esta curiosa leyenda: «Encargada por la Fundación del Teatro Real de Madrid (y coencargada por la New York City Opera)». Desde septiembre de 2013, la New York City Opera ya no existe, como puede leerse en la lacónica nota necrológica que aparece en lo poco que queda de su página web. Lo cual nos lleva a imaginar otra respuesta, un tanto rocambolesca, a la pregunta planteada más arriba: todo este desmedido interés que se ha generado ha sido una manera de brindar un homenaje póstumo por parte de los profesionales del medio a un teatro de ópera que, arrastrado por la crisis, se ha visto obligado a cerrar sus puertas para siempre después de setenta años de historia, casi siempre a la sombra de la poderosa Metropolitan Opera. La «ópera del pueblo», como la llamó Fiorello La Guardia, el alcalde de la ciudad cuando se inauguró en 1943, ya es historia, y Brokeback Mountain, que iba a representarse originalmente en ella, puede entenderse casi como un homenaje póstumo. Quién sabe.
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[Publicado en Revista de libros el 10/02/2014]
Foto: © Javier del Real /Teatro Real
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