Delicatessen musicales en el Mar del Norte
Concluye la 64 edición del Festival de Aldeburgh, fundado por Benjamin Britten

Aldeburgh. ©J.A. Llorente
Sólo los melómanos ingleses parecen valorar en su justa medida ciertas manifestaciones musicales. Lo hacen en el terreno lírico con su cita de Glyndebourne, que abrió el pasado mes y cierra a finales de agosto con The turn of the screw. El estreno absoluto de esta ópera de Britten tuvo lugar en 1960, en el marco del Festival de Aldeburgh, sobre el que continúa planeando la sombra del compositor, que lo puso en marcha en 1948. La idea inicial era dar a la luz su música, contextualizada en una propuesta en la que tuvieran cabida distintas manifestaciones: desde las propuestas escénicas y sinfónicas a encuentros camerísticos y lecturas en torno a distintos aspectos musicales.
Aldeburgh y su festival
Aldeburgh es una idílica población a orillas del Mar del Norte, donde los tonos pastel de las viviendas de los pescadores conviven con la sobriedad del ladrillo arquitectural victoriano: el mismo material que aun destaca en el Jubilee Hall, donde empezó a fraguarse la historia del festival. Y el que se ha elegido para los espacios con sabor industrial de Snape, donde Britten escribió Peter Grimes, la ópera que le confirmó como compositor operístico, en el que se encuentran dependencias para acoger a los creadores y estudiantes residentes, así como salas de exhibición y reuniones.
Además de, claro está, los auditorios que absorben la mayor parte de la programación, que en sus tiempos fueron factorías para maltear cebada, base de la cerveza de la región de East Anglia, donde Aldeburgh se ubica. La localidad se prepara para el gran homenaje a Britten de 2013, cuando se cumpla el siglo del nacimiento del compositor. Para entonces está prevista la apertura de un gran espacio, que vendrá a sumarse a la Red House, la que fuera su residencia, donde hoy se muestran documentos y recuerdos acumulados por él y su compañero, Peter Pears, y que permitirá una exhibición más exhaustiva del legado de ambos.
El resultado se traduce en otra de esas delicatessen británicas, cuya edición número 64 acaba de concluir, anotándose en diecisiete días medio centenar de ofertas, que Pierre Laurent Aimard (ver entrevista), su director desde hace dos temporadas, se ha encargado de ensamblar. Un Festival que en sus dos primeros días brindaba entre otras la posibilidad de escuchar a Sir Simon Rattle con la Sinfónica de Birmingham en la que se curtió, o al tenor Ian Bostridge encabezando reparto de una Violación de Lucrecia dirigida por Oliver Knussen.
Aunque la mejor prueba de que el espíritu del festival sigue latente, lo encontramos en la pluralidad y el equilibrio del fin de semana central. Así, el testimonio en torno a la obra de Marco Stroppa, compositor en residencia este año, contrastaba con la excelente ejecución de una selección de Cantantas y Motetes de Bach a cargo de La Nuova Musica, dirigida por el contratenor David Bates. Incluso, esa misma noche, retrocediendo aun más en el tiempo, con Christophe Rousset en el doble papel de organista y clavecín, secundado por la viola da gamba de Ysabelle Saint-Yves y dos jóvenes sopranos de Les Talens Lyriques, todos al servicio de las Lecciones de Tinieblas de Charpentier y Couperin. En este caso, en la iglesia en cuyo cementerio están enterrados los artífices del festival: Britten y Peter Pears, además su amiga y compositora Imogen Holst, hija del creador de Los Planetas.
Aunque el mayor interés estuvo centrado en los conciertos que se pudieron escuchar, en tres días seguidos, de los tres grandes ciclos liederísticos de Schubert : Die Schöne Mullerin, Winterreise y Schwanengesang, este último precedido por el de An die ferne geliebte, de Beethoven. Un auténtico tour de force protagonizado por el barítono de Weimar Matthias Goerne, digno discípulo de Dietrich Fischer Dieskau y Elisabeth Schwarkopf . Goerne, habitual de nuestros escenarios –en 2013, para las conmemoraciones wagnerianas regresará al del Real con un Parsifal concertante– demostró su poder vocal y su resistencia físicasin límites. Contaba para ello con la complicidad en el piano del francés Pierre-Laurent Aimard, que prefiere guardar en secreto sus planes españoles para ese año, que tendrían también que ver con el Real.
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