La oportunidad de la huelga
La cultura no puede desaprovechar la oportunidad de sumarse a una protesta generalizada de tal magnitud como es la convocatoria de huelga general del 14 de noviembre.
Esta huelga también debe mostrar el intenso grado de descontento y, por qué no decirlo, de drama, que sufren decenas de miles de personas del mundo de la cultura. Si no aprovechamos la oportunidad de añadirnos a protestas tan generales y masivas, pocas opciones vamos a tener de reclamar la atención sobre unos sectores de los que la sociedad aparta enseguida la mirada cuando las cosas se ponen mal.
Es una ocasión de mostrar nuestra utilidad, de poner de relieve que la cultura no sobra ni es el último lujo de una sociedad cómoda.
Más allá de la huelga
Pero no deberíamos conformarnos solo con eso. La crisis económica actual es de tal magnitud que los sectores culturales y, sobre todo, las personas que lo forman van a verse obligados a un cambio de posición radical. La gente de la cultura está sufriendo mucho (no más que otros sectores, claro) y va a sufrir mucho más, y este sufrimiento cambiará hábitos y comportamientos, desmantelará estructuras y machacará redes e instituciones.
Pero, pese al traumatismo y sus secuelas más acentuadas, la gente seguirá necesitando cultura, unos para hacerla y otros para usarla y consumirla. Al margen de cómo sea ese escenario que ya comienza a dibujarse con la escala de una devastación, la gente de la cultura reaccionará y no es mala cosa comenzar a dibujar un mapa de esos territorios ignotos en los que la cultura adquirirá resistencia si aprende a valerse por sí misma.
Antecedentes
En los momentos cómodos, los sectores culturales han titubeado y no han sabido reaccionar a los ataques y trampas de la jungla del mercado y de sus valedores ya desde esos últimos años que para algunos eran de bonanza económica. Tanto gobiernos del PSOE como del PP, o incluso de otros grupos políticos en ámbitos de Comunidades Autónomas o Ayuntamientos, han jugado a desvirtuar los mecanismos financieros que el Estado debe a la cultura. La subvención, por ejemplo, se ha convertido en sinónimo de perversión, sobre todo cuando se destinaba a la cultura, por más que la razón diga que se trata de un mecanismo financiero como cualquier otro y se maneja igual de bien o mal que cualquier otro. La creación de instituciones de ámbito cultural público ha sido siempre lo último en iniciarse y lo primero en liquidarse; y esto ya era así con los gobiernos del PSOE, lo que ha facilitado la tarea de que administraciones del PP lo dieran casi como un consenso, una primera costra a retirar de la piel seca.
El cerco se cierra
El actual gobierno que dirige Mariano Rajoy, legitimado no solo por su mayoría absoluta sino por la inquietante dimensión de la crisis económica que heredaba, ha creado una trampa perfecta para la cultura, algo que no se corresponde ni con sus propuestas electorales ni con una pretendida coherencia neoliberal.
Veamos: la idea misma de la subvención se ha terminado dibujando como algo maldito, se le achacan todos los males y se la da por fracasada. Simplificación que no difiere mucho de la de decir que los créditos o los talones bancarios han fracasado y son obra del demonio. Se le reprocha que es clientelar, como si no hubiera otros canales de hacer llegar a las redes clientelares un flujo de dinero que los fidelice.
Para “acabar” con este “sistema” (repitamos que no es ningún sistema), proponen una nueva Ley de Mecenazgo; es decir, que la cultura sea asumida por el sector privado y se vaya del público. Es un cambio cuestionable, pero forma parte del ideario del partido que ha ganado las elecciones y hay que apencar con él, nadie debe llamarse a engaño. Pero, claro, la Ley de Mecenazgo “es como el Ave Fénix, todo el mundo dice que existe pero nadie la ha visto” (Mozart/Da Ponte dixit). Además, cuando llegue, si llega, chocará con que a los empresarios no les sobra el dinero y su generosidad o el impulso filantrópico tardarán muchas reencarnaciones en llegar de manera significativa a los sectores implicados.
Frente a este contrasentido de abandonar un sistema y no llegar a otro, contrasentido ya claramente político, es decir, creado por los políticos y solo por ellos por torpeza o dogmatismo, podría quedar una salida bruta, por ejemplo, buscarse la vida sin ayuda de nadie, lo que podría ser una fórmula de supervivencia para sectores culturales con actividad pública.
Pero, tampoco. El gobierno decreta una salvaje subida del IVA para la cultura de cuyos efectos desproporcionadamente dañinos y ridículamente significativos para el alivio de las cuentas públicas ya se ha dicho todo.
Con todo ello, el círculo se cierra: Ni te ayudo ni te ayudan ni te ayudas. Quien no vea en esto un indigno ajuste de cuentas con el sector cultural será por propio interés en no verlo. Las víctimas de esta lacerante cacería no van a ser solo las gentes de la cultura, también se volverá contra el propio Partido Popular, que quedará marcado como un obstáculo maligno para cualquier posibilidad de recuperación cultural. Que nadie se congratule por ello, sobre todo porque los absurdos comportamientos anteriores del PSOE tardarán en ser olvidados y el juego de las alternativas parece angostarse.
¿Y ahora qué?
Todo esto ha caído como el granizo sobre un tejido cultural que, por primera vez tras la Guerra Civil, había crecido y se había creído que la cultura era ya una seña imprescriptible de nuestra convivencia como país. En esto, la cultura ha acompañado dignamente a la ciencia, el deporte, la educación o la sanidad.
Destruir todo esto, encarnado por los mejores esfuerzos de cientos de miles de personas, es gravísimo, equivale a una estafa social. No es solo una cuestión de recortes y de ajustes, es abrir una brecha de dolor, sustracción de esperanzas y ruptura de carreras que no se repara.
España ya realizó ese sinsentido una vez en el siglo XX, fue con motivo de la Guerra Civil y la execrable postguerra. Pero creíamos que no volvería a pasar. Y es posible que no pase del todo si la gente de la cultura reacciona.
Es imprescindible defender las instituciones y la salud financiera de los estamentos culturales, de todos, dentro, naturalmente, de la lógica de restricciones que a todos nos atañen. Y es sencillo todavía hacerlo, sumarse a una protesta como la huelga general es indoloro, asociarse para levantar la voz apenas lleva más tiempo que tomar unas cañas con unos amigos. Explicar hasta la ronquera las razones de nuestro compromiso cultural no es más complejo que escribir un texto (como este, por ejemplo) o mantener una buena conversación de grupo, hablando y escuchando, que eso es la cultura.
Quizá más adelante todo sea más difícil y con superiores riesgos. Así que cada cual evalúe la postura a tomar.
Además, el mundo nos mira: los candidatos a las pasadas elecciones americanas nos citaban para ponernos como trapos; en los cenáculos de Bruselas o Berlín, España inquieta y preocupa. Con la misma lógica, cualquier coro que eleve bien la voz será escuchado como nunca lo había sido.
¿Nos vamos a parar?
Pero, además de defender al sector cultural y a su brillante historial reciente (digan lo que digan algunos), no estará de más que muchos de los que nos dedicamos a esto asumamos que se puede y se debe hacer cultura con lo que sea y como sea, que la cultura no debe parar en ningún momento y que no habrá dificultad o quebranto que justifique quedarse mudos o paralizados.
Pensemos en las generaciones europeas de principios del siglo XX, que soportaron dos tremendas guerras y los Schoenberg, Stravinsky, Bartók, Falla, Hindemith, Berg, Krenek, Dallapiccola, Webern, Gerhard, Poulenc, Milhaud, etcétera, etcétera, etcétera siguieron componiendo. Y cito solo a compositores musicales porque es mi campo, que los literatos, cineastas, dramaturgos, artistas plásticos y demás añadan su propia lista.
Así que, adelante, el 14 de noviembre tenemos una cita y después, mucho trabajo. Que nadie diga que las mejores generaciones de la España reciente van a dejarse abatir.
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