MAESTRO ABREU Y DUDAMEL: UN LENGUAJE UNIVERSAL LLAMADO MÚSICA
Sobre Abreu y su Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela llevaba años oyendo hablar. La figura de José Antonio Abreu despertó enseguida en mí la inquietud por quien ha dado todo por y para el arte e intenta hacer que lo suyo sea un proyecto común para los demás.

(Foto: Christina Körte)
La solidaridad de un hombre como Abreu, que ha llevado a Venezuela a crear ejemplos tan sobresalientes como Gustavo Dudamel, tiene ahora una merecidísima recompensa a añadir: el Premio Príncipe de Asturias de las Artes 2008.
Escribo estas líneas después de felicitar a la gente que hizo posible que esta magna idea se materializara. Abreu está presente en todo momento, siempre que su apretada agenda se lo permite. Su última distinción especial provenía de la Royal Philharmonic Society londinense. Una especie de aura emana de él, siempre agradecido tras recibir innumerables elogios. Cita a Heidegger, habla de los principios del hombre, aboga por la unión y la necesidad de lo bello, lo profundo del ser y la inmensidad del corazón.
En cifras, el “Sistema” ha creado 220 orquestas (150 juveniles y 70 infantiles) y mediante sus 190 escuelas atiende a más de trescientos mil niños.
Gustavo Dudamel, a quien conocí durante su gira española, destacó en el podio y nos hizo sentir la fuerza y el color de los instrumentistas de la “Simón Bolívar”. En un desenfreno de virtuosismo, Dudamel y los suyos atraparon al público de Valladolid y de Madrid entre las notas musicales de Chaikovski y Stravinsky. La sencillez y la humildad de estos muchachos se plasman en la música con una frescura innata.
Gustavo volvió a la capital, en esta ocasión acompañado por Gidon Kremer y la Orquesta Nacional de España. Presentó, además, a los medios su último trabajo en D.G., Fiesta (un viaje musical por las regiones hispanoamericanas). Tenemos el sonido de conocidos como Ginastera y su ballet Estancia o el evocador Mambo de West Side Story, compuesto por Leonard Bernstein. También redescubrimos los sorprendentes Danzón nº2, de Márquez, un extracto de la Suite para cuerdas nº1, de Romero, y Mediodía en el Llano, de Estévez. En la rueda de prensa, aflora su espontaneidad y, ante la pregunta de cómo motivaría a los jóvenes a escuchar música clásica, responde: “Yo escucho música pop (me gustan Pink Floyd y Queen), estuve en el concierto de Marc Anthony, bailo salsa y me emociono con Beethoven”. Añade que “no hay que ver la música clásica como aburrida” y que “Mozart compondría música pop si viviera en nuestros días”.
De su vitalidad en el podio da rienda suelta, comentándonos que “la música no debe ser una rutina para el músico, sino su vida”. La juventud es el reflejo de la interpretación en Venezuela y “en media hora están agotadas todas las localidades porque los jóvenes tocan para jóvenes”. Su idea es no irse de su país más de cuatro o cinco meses, aunque sus compromisos le mantengan al frente de la Sinfónica de Gotemburgo, la Filarmónica de Los Ángeles (Titular a partir de la temporada 2009-2010) o como invitado alrededor del mundo.
Para su nueva visita madrileña, ideada hace dos años, “Gidon Kremer propuso el Concierto para violín y orquesta, de Beethoven”. En esta ocasión se planificó con el añadido virtuoso y especial sonoridad de Alfred Schnittke y la Quinta Sinfonía, de Prokófiev. Es un maestro de “quintas” (sonríe), aunque me asegura tener programadas “cuartas” (Chaikovski, Brahms, Mendelssohn…).
¿Cómo resultaron el ensayo general del viernes y el matutino concierto del domingo? Sinceramente, impactantes. Dudamel consiguió aquello que nos comentó anteriormente, que consiste en “sacarle jugo al espíritu de las orquestas”.
Kremer produce, a veces, un sonido áspero pero intenso ayudado por un excelente instrumento. Las cadencias de Schnittke recuerdan a un Shostakovich en estado puro, con intensas y afiladas notas que se entrelazan con las románticas impresiones beethovenianas. No se ha hecho justicia a Schnittke, con un lenguaje complejo que da pie a bandas sonoras que alternan la delicada melodía con sonoridades experimentales.
El ritmo define a Dudamel y la música fluye con él mediante un imponente control de la batuta y su incisivo manejo del brazo izquierdo. Logra un gran efecto sobre el conjunto, acentuando aquí y allá, y nutriendo la maquinaria orquestal. La pasión que desprenden su pequeña figura y sus endiablados rizos contagian no sólo a los músicos, sino al público.
Finalizó un concierto realmente memorable, con un maestro de 27 años lleno de vida y posibilidades. A la salida, uno de los músicos solistas resumió en una frase el evento: “Nos ha enamorado a todos”.
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