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Egipto vende en el Gran Teatre del Liceu. La Aida vediana sigue encabezando la lista de títulos con más funciones en el coliseo de Les Rambles y la temática faraónica no deja de alimentar nuevas propuestas a los responsables artísticos de la casa. La pasada temporada asistimos al estreno europeo de Antony & Cleopatra de John Adams y el pasado 25 de mayo levantaba el telón un nuevo montaje del Giulio Cesare haendeliano, con William Christie al frente del foso y Calixto Bieito en la dirección escénica.

Interpretar música barroca en un escenario de tan vastas dimensiones como el Liceu supone ya de por sí un reto para músicos y cantantes. Si a ello añadimos una de las partituras más exigentes del catálogo teatral händeliano y un director escénico que no acostumbra a poner las cosas fáciles a los intérpretes, el desafío resulta aún mayúsculo. No obstante todo ello, el equipo liderado por Christie logró superar con nota este lance, ofreciendo una lectura fresca e incisiva de esta historia de intrigas y pasiones ambientada en el Egipto ptolemaico.

El director franco-americano arrancó con unos tiempos vivos y enérgicos que luego fue aclimatando al desarrollo de la acción dramática. La orquesta del teatro, ajustada a las dimensiones y a los criterios historicistas de una formación barroca, respondió ejemplarmente a las indicaciones del veterano maestro, logrando un sonido cohesionado, empastado y de envidiable nitidez discursiva. Le fueron a la par, el espléndido equipo de cantantes, encabezados por la vibrante Cleopatra de Julia Fuchs, soberbia tanto en el canto como en su actuación dramática. No quedó atrás en su cometido el contratenor de la casa, Xavier Sabata, quien encarnó un César de colosal talla vocal y actoral, como pocos se han visto antes en las tablas de este escenario. Achilla contó con la magistral veteranía de José Antonio López, mientras que el joven Sesto halló una entregada y entusiasta recreación en la aplaudida Helen Charlston. Teresa Iervolino logró otorgar la ajustada dignidad musical al rol de Cornelia, a pesar de los desaguisados infundidos por la dirección escénica a este maltrecho personaje. El joven Tolomeo de Cameron Shahbazi abordó las exigencias de su rol con determinación y brío, cosechando un notable éxito que, sin duda, se acrecentará con la edad y la interiorización dramática. Jan Antem, como Curio, y Alberto Miguélez, como Nireno, completaron muy satisfactoriamente este competente reparto.

En lo que a la dramaturgia se refiere, más allá de las referencias del texto y unas puntuales proyecciones, ningún rastro del Antiguo Egipto. En su lugar, presidía el escenario un gran cubículo metálico rectangular, ubicado sobre una plataforma giratoria. Un artefacto que tanto hacía las funciones de habitáculo, en el primer acto, como de soporte para la proyección de vídeos e imágenes de cierto efectismo en el segundo y el tercero. La acción dramática destiló, sin sorpresas ni novedades, el ya manido abanico de recursos bieitianos: histrionismo psicopático; violencia gratuita a doquier; desnudos y obscenidades múltiples; borracheras, vómitos y meadas; apoteosis del cutrismo y apología de la estética macarra. Amén de autocitas, como los sanitarios dorados de su debut liceísta, hace un cuarto de siglo. Entonces absolutamente subversivos; hoy día, un recurso ajado que no trae a colación.

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