András Schiff en Granada. El concierto perfecto
Jueves, 4 de julio. Palacio de Carlos V. Festival de música y Danza de Granada
András Schiff se marca un concierto sin programa especificado (“obras de Bach, Haydn, Mozart y Beethoven”); cualquier cosa menos improvisado.
El Palacio de Carlos V es el escenario perfecto, lo mismo para Bruckner que para Mozart, igual de bien queda una orquesta filarmónica que un piano de cola; qué porte, qué presencia, qué elegancia, qué discreción; su piedra matizada, sus capiteles, su dintel corrido, su planta. Qué pena que el público asistente al Festival tenga que sentarse en unas sillas enanas de plástico amarradas entre sí para que nadie pueda desplazar un ápice su asiento, aunque quien lo ocupe mida 1,90; y aunque no se haya calculado bien el espacio entre las filas y apenas se pueda pasar a través sin invadir de forma poco educada el espacio de quien ya está sentado.
Sale a escena Sir András Schiff ataviado con camisa-chaqueta hasta el cuello y pantalón negros. Lento de andares, deja de lado el micrófono preparado y se presenta directamente tocando para, a continuación, con voz queda, ir descubriendo las obras del programa, hablando de sus pormenores a medida que las interpreta.
Éste fue el programa: ‘Aria’ de las Variaciones Goldberg, a modo de presentación; y siguiendo con Bach, Capriccio sobre la despedida del querido hermano BWV 992, en seis movimientos; Suite francesa BWV 816, con siete movimientos; Concerto italiano, BWV 971 en tres movimientos; Fantasía en re menor Kv 397 de Mozart; Variaciones en fa menor Hob XVII:6, de Haydn; y Sonata op. 53 ‘Waldstein’ de Beethoven. Más las propinas: Sonata en do mayor, Kv 545 de Mozart, primer movimiento; Melodía húngara, D 817 de Schubert; e Intermezzo op. 117 nº 1 de Brahms.
Está claro que la energía que no parecía que tuviese para andar o hablar al principio, la reservaba para toda la actividad física y mental que iba a desplegar.
Con sus comentarios y su tocar, poco a poco vamos viendo la intención tácita pero meridiana del maestro. Una justificación de la selección de las obras del concierto y una explicación de su forma de interpretarlas. Nos ofrece las obras en un contexto y se puede apreciar en distintos niveles de profundización cómo su interpretación forma parte de un estudio histórico del repertorio. Desde las acciaccature de Bach (notas de adorno interpretadas según indicaciones historiográficas) pasando por el ligero uso del pedal; desde la exposición de los diferentes estilos del barroco (alemán, francés e italiano) en las obras seleccionadas de Bach y su consecuente interpretación, hasta la evolución de esos estilos en Mozart y Haydn. Hasta Beethoven.
Qué podemos decir de Schiff que no se haya dicho ya. No es solo su capacidad técnica alucinante (el control absoluto de cada dedo y del todo, la articulación, la sonoridad, la agilidad, el equilibrio, la compostura, todo hasta en la velocidad y la dinámica extremas), es cómo pone esa capacidad al servicio de la elegancia y la belleza. Todo esto unido a su ambición de conocimiento da una dimensión profunda a su forma de tocar y ofrecer la música.
Así, en la Sonata “Waldstein” hizo un despliegue de todas esas capacidades sorprendiendo en cada detalle. Pero el clímax del concierto llegó cuando, justo antes de la coda del tercer movimiento, Sir Schiff empleó un pedal masivo en todo el tema final como despedida que hacía multiplicar la sonoridad del instrumento de forma mágica. Parece ser que Beethoven (y esto no lo dijo el intérprete) escribió esta sonata inspirado por un nuevo piano con cuatro pedales y de sonido más potente que los suyos habituales. Y se cerró el círculo del programa: después de la discreción con el pedal en las obras de épocas anteriores, después de haber dicho que sentía no tocar un clave para Bach (¡A quién le importará tocando así el piano!), después de todo lo anterior, en esta última obra resultó todavía más efectista y sorprendente el despliegue sonoro. Como probablemente ocurrió en época del compositor de Bonn cuando tocó en público la propia sonata en un instrumento tan novedoso. Schiff tenía ese truco de mago de escena guardado para cerrar.
Entre la música, el magisterio, la gracia (hablando en inglés y traduciendo al italiano para una mayor comprensión de todos), las declaraciones personales (parece no ser partidario del Brexit) y los trucos de magia… llega este final de concierto y para entonces el público ya está completamente embelesado. El patio de sillas en pie le sonsacó las propinas, hay que decir que sin mucha dificultad. Y ya después del tercer bis salió al escenario, pero se colocó lejos del piano, quizá para impedirse a sí mismo seguir tocando a pesar de los aplausos.
Porque él y el escenario se aman y nosotros lo vimos. Unforgettable, indimenticabile, inolvidable.
Natalia Berganza
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