Rossini Forever
La Cenerentola. Rossini. Del 16 de mayo al 1 de junio. Gran Teatre del Liceu
En pleno contexto de escalada de tensiones y frivolidades políticas, se agradece que el Gran Teatre del Liceu nos regale un bálsamo de comicidad rossianana rebosante de jovialidad y simpatía, más allá de inocuas lecturas en la senda ideológica el wokismo imperante.

La noche del estreno, Giacomo Sagripanti nos sorprendió desde los primeros compases de la obertura con una lectura estilizante i pulcrísima, que se recreó en el preciosismo y las transparencias de los conjuntos rossinianos, sin restar, con ello, vitalidad y dinamismo al conjunto de la partitura. Le secundaron espléndidamente los maestros de la orquesta liceísta que, en reiteradas ocasiones, sonó con un virtuosismo tímbrico propio de las mejores formaciones de cámara.
El conjunto de solistas reunidos en el primer reparto no podía ser más espléndido. La mezzo Maria Kataeva abordó el rol titular con una soltura de medios canoros y escénicos que hizo las delicias del público. Javier Camarena, a pesar de estar empeñado en hacer evolucionar su voz hacia papeles de mayor peso, demostró poseer unas facultades sin parangón para el repertorio rossiniano, brindándonos un Don Ramiro de antología. Espléndido también el Dandini de Florian Sempey, así como también el Don Magnífico de Paolo Bordogna, aunque su intensidad y volumen canoros fueran menores que el primero. El Alidoro de Erwin Schrott, en sus puntuales intervenciones, brilló por su nobleza y rotundidad vocal, así como por su autoridad escénica. Completaron el reparto escénico unas impecables y graciosas Isabella Gaudí y Marina Pinchuk, en los respectivos roles de Clorinda y Tisbe.
El Cor Madrigal, que sustituyó al titular de la casa, demostró un excepcional nivel en sus secciones masculinas. La escenografía de Carmine Maringola, elegante y fantasiosa a la par, sacó el máximo provecho de unos recursos reducidos a la mínima expresión. El vistoso vestuario (Vanessa Sannino), de predominantes tonalidades pastel y corte invertido, así como la puntual iluminación de Cristian Zucaro otorgaron al conjunto un lucido vigor plástico. Mientras que la dirección de Emma Dante supo exprimir hábilmente la trama fabulosa de la historia y el vitalismo rítmico rossiniano, conjugando un cuerpo de bailarines y figurantes automatizados con gran eficacia y dinamismo escénico. Al finalizar, generosos aplausos certificaron la buena labor conjunta y la imperecedera vigencia de la añorada música del genio de Pesaro.
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