Lluvia de estrellas en Peralada
El Festival Castell de Peralada es una de las citas estivales más esperadas para los amantes de la lírica, la ópera y el ballet. Con 36 ediciones en su haber y un marco de ensueño romántico – el castillo y sus jardines en el municipio ampurdanés de Peralada -, este certamen se ha convertido en uno de los atractivos musicales más exquisitos y consolidados del panorama estatal
Después de un julio con producciones operísticas y espectáculos de ballet, la primera semana de agosto ha concentrado un desfile de grandes voces líricas, coincidiendo con la clausura del festival. El martes dia 2, la soprano búlgara Sonya Yoncheva, quien pocos días antes fue aclamada como Norma en el coliseo barcelonés de Les Rambles, recaló en la iglesia del Carme del castillo de Peralada para ofrecer un selecto y variado recital, acompañada por el pianista Malcolm Martineau. Los días sucesivos, la siguieron Josep Carreras, en el gran auditorio de los jardines, y las sopranos Lise Davidsen y Ermonela Jaho, en el mismo templo.
Un merecido homenaje
Josep Carreras pertenece a aquel estrellato lírico español que, junto a voces tan emblemáticas como Victoria de los Ángeles, Montserrat Caballé, Teresa Berganza, Alfredo Kraus, Plácido Domingo, Jaume Aragall o Joan Pons, tantas veladas de gloria ha cosechado a lo largo y ancho de los principales escenarios del planeta durante la segunda mitad del pasado siglo. Desde finales de los años ochenta, sus vínculos con este certamen ampurdanés han sido estrechos. Aquí cantó antes de diagnosticarse su leucemia (en las veladas musicales que fueron el embrión del actual certamen) y poco después de superarla, en su reaparición de 1988. En el mismo escenario, estrenaría también importantes títulos operísticos como Medea (1989) y Samson et Dalia (1990) y cantaría junto a grandes intérpretes como Caballé, Aragall o Isabel Rey.
Por todo ello, a sus 75 años, este festival ha querido homenajearlo con un nuevo concierto y la entrega de la medalla honorífica del certamen. Un evento que tuvo lugar el pasado 3 de agosto, ante un público que llenaba casi al completo las gradas del auditorio ubicado en los jardines del castillo gerundense. Acompañado de la Orquestra del Gran Teatre del Liceu, bajo la batuta del servicial David Giménez, el tenor catalán volvió a reencontrarse con su público para ofrecer una velada musical ajustada a sus actuales condiciones vocales, en compañía de la soprano Martina Zadro, todo un descubrimiento para la mayoría del auditorio.
El programa del concierto alternó un repertorio de canciones ligeras y números líricos por las que el cantante catalán transitó con eficacia y seguridad crecientes. Le pudimos escuchar entonar canciones napolitanas, fragmentos de zarzuela catalana y temas populares de autores como Llach o Gardel, mientras su partenaire se reservó los números de mayor calado operístico como el bolero verdiano de I Vespri Siciliani o el aria de la joyas del Faust de Gounod, todas ellas resueltas muy dignamente. El clamor del público fue in crescendo hasta arrancar una tercera parte de concierto fuera de programa, compuesta nada menos que de ocho propinas, con temas tan populares como Paraules d’amor, de Serrat o un emotivo My Way, de Sinatra, a cargo del tenor catalán (quien hilvanó algún dúo no anunciado con una de esas cantantes salidas de los talent shows televisivos), o el celebérrimo O mio babino caro, de Puccini, a cargo de la soprano croatoeslovena.
A pesar de acumular ya tres cuartos de siglo, Carreras defendió con dignidad su cometido, dando aún muestras de un exquisito sentido del fraseo, un centro afianzado y puntuales agudos esmaltados – si bien todo ello, cabe subrayarlo, con soporte amplificado. Más que suficiente para poner en pie a un público rendido en reiteradas ocasiones. La orquesta del Liceu se sumó, con discreción, al homenaje, firmando algunas páginas emotivas como el Adagio del Spartacus, de Aram Khachaturian. La nota más deslucida de la velada fue la entrega de la medalla, despachada por la presidenta del festival de forma un tanto fría, tosca y desprotocolarizada.
Una voz absoluta
Si la velada de homenaje del día 3 fue el broche de oro a una trayectoria gloriosa, la jornada siguiente vino a certificar un estrellato de glorias futuras, encarnado en la voz de la excepcional e inconmensurable soprano Lise Davidsen. Una cantante que, aterrizada de triunfar en el templo wagneriano de Bayreuth, nos ofreció uno de los recitales más extraordinarios que el abajo firmante recuerda haber vivido en este auditorio.
Ante un recogido y privilegiado público, la soprano noruega desbordó las expectativas del más exigente de los paladares, sacando a relucir un instrumento de una densidad, un caudal y un volumen arrolladores – ¡la quinta esencia de la soprano wagneriana!-, dotado además de una gran belleza tímbrica y un radiante cromatismo en toda su extensión, amén de una facilidad para el agudo y una cavernosidad en los graves realmente apabullantes. Por si esto fuera poco, lejos de revelarse una fuerza de la naturaleza en estado bruto, demostró poseer un dominio técnico asombroso, casi insultante, que le permite modelar y cincelar a su antojo su generoso don vocal. De ahí el prodigio que pudo escucharse el pasado 4 de agosto en la Iglesia del Carme de Peralada, acompañado pulcramente al piano por Sophie Raynaud: un instrumento sobrenatural al servicio de una expresión franca, exquisita, de la más refinada factura liederista, tonificante por su naturalidad musical y penetrante en su hondo calado poético.
El exultante vigor de sus páginas wagnerianas del Tannhäuser (Dich teure Halle) y Die Walküre (Du bist der Lenz), así como de Der Freischütz de Weber (Leise, leise), se intercalaron con un lirismo de corte más intimista y de exquisita volada poética en las canciones de Brahms, Richard Strauss y Edvard Grieg, de quien se confesó una auténtica enamorada. No faltaron incursiones verdianas (Lady Macbeth y Desdémona), así como un antológico Vissi d’arte pucciniano que, en el turno de propinas, puso la piel del alma de gallina al conjunto del auditorio. Inmensa y absoluta, Davidsen cimentó las raíces de su leyenda en Peralada.
Dramatismo musical en estado puro
La soprano Ermonela Jaho puso el colofón lírico al festival de Peralada, la pasada tarde del 5 de agosto. En el mismo templo donde aún resonaban los armónicos de la noruega, esta cantante albanesa, de quien aún se recuerdan los laureles de su exquisita Butterfly en el verano de 2017, nos brindó una exhibición de lirismo teatral sin paliativos.
Dueña y señora de un dominio magistral de los recursos expresivos, tanto musicales como dramáticos, la intérprete se volcó en desgranar un programa centrado en los grandes maestros del verismo (Leoncavallo, Mascagni, Giordano, Cilea, Puccini…) que recoge en gran medida los frutos de su reciente trabajo discográfico Anima Rara. Un repertorio que Jaho siempre lleva a su terreno, estilizando los tempi y enfatizando la intensidad expresiva en el manejo de los reguladores. Un canto que aúna voltaje expresivo y sensibilidad belcantista, llevándolo todo casi al límite del manierismo y envolviéndolo con una retórica escénica donde cada gesto, cada mirada y cada suspiro están enteramente volcados en subrayar el dramatismo expresivo de cada palabra. Una intérprete, en suma, a la que hay que mirar, además de escuchar.
Unas virtudes que pronto se ganaron la entrega absoluta del público y que le permitieron dar brillo dramático a las páginas románticas de Donizetti (excepcionalmente emotivo su recreación del Lamento per la norte, de Bellini), Gounod (Serenade) o Massenet (Adieu, notre petite table) y, a su vez, explotar el lirismo belcantista de las composiciones más veristas. Un ejemplo paradigmático de sensibilidad e inteligencia artísticas al servicio de las cuotas más elevadas de recreación operística. Lástima que el acompañamiento pianístico de su sobrina no pasara de lo rudimentario.
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