Nino Rota en clave concertante y Hector Berlioz en gran formato a orillas del Rin
La WDR Orchester de Colonia y Andris Poga ofrecen una lectura desigual del ‘Divertimento Concertante para Contrabajo’ y la ‘Sinfonía Fantástica’ en la Kölner Philharmonie
En estas fechas todo se apelotona, si cabe más, en la Altstadt de Colonia: la catedral, la estación central, las grúas, dos museos concatenados, algún vestigio romano, el rascacielos de la WDR, el Rin con su trasiego regular de cargueros fluviales, el puente atestado de candados, a lo que cabe añadir un puñado de mercados navideños. En menos de 400 metros a la redonda se concentran las atracciones más emblemáticas de la metropoli renana, por lo que hasta el turista más remolón puede llevarse una primera impresión bastante certera de la ciudad sin necesidad de pulverizar el podómetro de su eyewatch.
La sede de la WDR Sinfonieorchester, conocida como la Kölner Philharmonie, también guarda estrecha vecindad con el omnipresente Dom. A diferencia de este último, la Kölner Philharmonie no es excesivamente fotogénica desde fuera y muy probablemente pase del todo inadvertida a los miles de turistas que estos días patean la Heinrich-Böll Platz. El motivo: la sala de conciertos se halla parcialmente enterrada y oculta bajo dicha plaza a modo de anfiteatro romano. No podría ser de otra manera, tratándose del subsuelo de una antigua colonia romana como delata el elocuente apócope toponímico Colonia (Claudia Ara Agripiniensum).
A falta de fotogenia exterior todos los encantos los atesora el interior del auditorio. La cavidad cónica jalonada por decenas de hileras concéntricas propicia una visión cenital y próxima a la vez del escenario. El pronunciado desnivel del patio de butacas invita a pensar en las entrañas de un volcán, cuya caldera arroja cada tarde coladas sonoras y fonoclastos.
El cielo, leáse el techo de la Philharmonie, es a su vez la explanada en la que colindan el Museum Ludwig y la citada Filarmónica. Lugar de paso habitual de los turistas que descienden desde la explanada catedralicia a las orillas del Rin. Lugar de paso, decíamos, excepto cuando hay concierto o sesión de ensayos. En tales ocasiones dos encargados de seguridad y un cartel tan explícito como inusual (véase la foto) se encargan de recordar a los transeúntes, que el trajín de los patinetes o las cabriolas de los skaters se deja notar en la parte superior de la caja acústica y pueden importunar el adecuado seguimiento del concierto. Solución: durante dos horas prohibido pisar, no la hierba, sino la calzada.
En la ocasión que ahora reportamos, servidor puede dar buena fe de la diligente guardia sonora: ni el más leve derrape alcanzó mis oídos. Nos referimos al concierto que protagonizó el pasado 4 de diciembre la West Deutschland Rundfunk Sinfonienorchester (WDR Orchester) a las órdenes de Andris Poga, coparticipado en su primera mitad por un solista poco habitual en los repertorios al uso: el contrabajo. El bieloruso Stanislau Anishchanka se encargó de dar vida al Divertimento concertante para contrabajo y orquesta del filmogénico Nino Rota. Esta obra compuesta entre 1968 y 1973 es una de las no pocas aportaciones del compositor milanés al repertorio sinfónico, más allá de la gran pantalla. Doble premiere personal: por primera vez servidor escuchaba una pieza concertística para contrabajo y por primera vez, en directo, una obra de Rota de factura no cinematográfica.
Anishchanka dialogó y concertó a pedir de boca con la orquesta, a la que conoce de buena tinta, merced a su condición de contrabajo solista titular de la misma. Curiosamente en los cuatro movimientos, no me pareció detectar pulsación alguna sin arco, ningún guiño al jazz como sería previsible. Escritura de corte neoclásico con ese inconfundible sello Rota, en el que lo burlesco y lo sentimental no necesariamente están reñidos. Es más, se necesitan, se buscan. Obra animada y desenfadada, salvo en el tercer movimiento de tinte más elegíaco. El inicio de la partitura en algunos pasajes recuerda a la Sinfonía Clásica de Prokofiev. Concertante en el sentido más literal de la expresión. Buena conducción de Poga desde el atrio, ensamblando bien las juntas y las cuadernas de esta rareza sinfónica.
La segunda parte la copaba una obra de gran calibre. El estreno en 1830 de la Symphonie Fantastique de Hector Berlioz es una de esas fechas que ayudan a periodizar la historia de la música. Ni que sea solo por su planteamiento programático, el asistente a la primera audición debió de quedarse anonadado y espeluznado con solo leer las notas del programa o la simple correlación de movimientos: Revêries, Passions, Un Bal, Scène aux Champs, Marche au Supplice, Songe d’une Nuit du Sabbat. De la interpretación del pasado sábado uno esperaba mayor irracionalidad sobre el escenario y más rienda suelta a esa fantasía desbocada, de la que presume la sinfonía en su título.
La versión de Poga se me antoja excesivamente medida y cartesiana, máxime cuando lo que demanda esta obra es en buena medida lo contrario: desmesura y arrebato. La dirección hierática y desapasionada tampoco ayuda al oyente a sumergirse en el torbellino de fiebres, desengaños y ensueños que asolan al joven artista por espacio de una hora. Especialmente descafeinado el segundo movimiento, donde el vals no llegó a emocionar ni a abrumar. Tampoco resultó convincente el quinto y último movimiento. Ese final agónico y voluptuosamente dramático, ese Dies Irae que irrumpe apocalíptico, esas campanas estremecedoras no terminaron de acelerar el pulso del oyente.
Por contra, en el epicentro de la sinfonía, en el largo Adagio, que escinde en dos la sinfonía de Berlioz, Poga y los sinfónicos de la WDR infundieron dimensiones mahlerianas a este bello Scène aux Champs. Aquí sí el joven director letón trascendió las notas con sabiduría y marcado lirismo, reivindicándose en el movimiento lento. Con un excelente equilibrio de tempo y dinámica, apuntalando entradas y salidas, contribuyó a realzar la parte menos espectacular de la partitura, pero a su vez, también, la más conmovedora. ¿Cómo pudo uno hasta ahora pasar por alto el sobrecogedor vaticinio del corno inglés? Cuanto más se escucha esta obra, más cae uno en la cuenta de hasta qué punto resultó el opus 14 de Berlioz fuente inagotable de inspiración de ulteriores compositores posteriores. Por instantes, por compases, uno parece escuchar anticipos de Wagner, de Liszt, de Mahler, de Ravel…
De este primer concierto a orillas del Rin (quien sabe si bajo su manto freático, incluso) nos quedamos con ese candoroso interludio encajonado entre dos enigmáticos solos de corno inglés. Recuerdo bello, sutil y paradójico: la voz de un simple instrumento compendia en unas pocas notas el germen de la mastodóntica Sinfonía fantástica. A fin de cuentas quizás lo más fantástico de dicha obra no se deba al Dies Iraes, a la Marche au Suplice, ni a sus fanfarrias, campanas o timbales. La verdadera fantasía de este coloso subyace en las tímidas y frágiles notas de un instrumento esquivo e inadvertido, parco y subyugador.
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