El canto apolíneo de Piotr Beczala irradia el Gran Teatre del Liceu
Después de su reciente éxito en el Teatro Real, con la producción inaugural del Faust de Gounod, el cotizado tenor Piotr Beczala ha ofrecido un selecto concierto el pasado 24 de noviembre en el Gran Teatro del Liceu.
Piotr Beczala Piotr Beczala Piotr Beczala Piotr Beczala Piotr Beczala Piotr Beczala

Bajo la entusiasta batuta de Marc Piollet, el cantante polonés rehuyó un programa de circunstancias y abordó un repertorio exigente y de gran calado lírico; tardo romántico la primera parte (Verdi, Bizet y Moniuszko), verista, la segunda. Un programa que evidencia la evolución vocal de este excepcional intérprete, una carrera construida con gran inteligencia y madurez de medios. Son muchos los atributos que hacen de Beczala un cantante de Champions League: amplia y homogénea tesitura, timbre áurico, agudo radiante y, por encima de todo, una línea de canto aristocrática y magistralmente modulada. El suyo es un canto que, sobre la base de un portentoso instrumento, hace de la elegancia y el refinamiento expresivo su marca de la referencia. Una voz enteramente apolínea, alejada de todo exceso efectista y de dramatismos estentóreos.
Lo demostró ya en las primeras páginas de esta memorable velada liceísta, con dos exquisitas interpretaciones verdianas: “Quando le sere al placido” (Luisa Miller) y “Celeste Aida” (Aida), esta última coronada con un sobreagudo en pianissimo, tal como marca el original verdiano. Sutil y embriagadora, su interpretación de “Le fleur que m’avais jetée” (Carmen) fue seguida de una emotiva aria de Halka de Stanislaw Moniuszko, ilustre representante representante del nacionalismo musical polaco. Durante la segunda parte, las arias veristas de Puccini (“Recondita armonia”), Cileà (“L’anima ho stanca”) y Giordano (“Come un bel dì di maggio”) desataron progresivamente el entusiasmo de un público que estalló con el popular “Nessun dorma”, magistralmente cincelado. En el turno de las propinas, ofreció tres lustrosas páginas, rematadas con una inesperada “Mama, quel vino è generoso” (Cavalleria rusticana) que puso al público de pié.
La orquesta titular del teatro dio muestras del dulce momento que está atravesando, siguiendo puntualmente las indicaciones de Piollet, aunque probablemente algún ensayo de más hubiera permitido dar mayor brillo a algunas de las páginas instrumentales de la segunda parte del programa.
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