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Joyce Di Donato © Bill Cooper

Un montaje que, si bien aligera levemente el título original, nos permite reencontrarnos con el esplendor musical de una obra culminante – casi testamentaria, podría decirse – del catálogo melodramático del Cisne de Pesaro.

Durante la segunda década del siglo XIX, la música rossiniana se convirtió en un fenómeno que arrasó a lo largo y a lo ancho de los escenarios europeos, desarrollando una suerte de recursos en el seno del teatro musical que marcarían el sendero de varias generaciones de compositores europeos. Semiramide fue la última de creación operística de Rossini para la escena italiana, estrenada en Venecia, durante los carnavales de 1823. Se trata de una obra de grandes dimensiones, con papeles de gran envergadura y de comprometida exigencia vocal, cosa que constituye todo un reto, para cualquier coliseo que se precie, el hecho de llevarla a escena.

El mes de febrero, la cotizada mezzo Joyce DiDonato debutaba el rol titular de esta misma producción en la Ópera Estatal de Baviera y, el pasado noviembre, hacía lo propio en el Convent Garden. En este último escenario, la cantante estadounidense demostró haberse familiarizado absolutamente con el personaje, exhibiendo una gran desenvoltura escénica y apurando, con perspicacia y profundidad, el calado dramático de la intrigante reina. En el registro vocal, salió airosa y triunfante de las diabólicas ornamentaciones rossinianas concebidas originalmente para la mítica Isabella Colbran. Abordó con gran empeño expresivo y dominio técnico sus números solistas, así como también los concertantes. Tal derroche de compromiso y magisterio dejó en anécdota la dureza puntual de unos pocos agudos y algún episódico desajuste en la dosificación del fiato

Repetía con ella el cartel de Munich, la incombustible Daniela Barcellona, quien, convertida en toda una autoridad del repertorio belcantista, bordó con gran intuición dramática y desparpajo canoro el papel travestido de Arsace. A su vez, desde su primera intervención, brilló con luz propia el Idreno de Lawrence Brownlee. El tenor norteamericano, que también debutó esta producción en la Ópera de Baviera, hizo las delicias del público con un canto elegante y refinado, dotado de firmes agudos y de una envidiable unción expresiva.

El bajo italiano Michele Pertusi reemplazó con gran solvencia vocal y autoridad escénica a Ildebrando d’Arcangelo en el rol de Assur, mientras que el rumano Bálint Szabó encarnó un sólido y vigoroso Oroe. También resultaron muy cumplidores los tres jóvenes cantantes del Jette Parker Young Artists Programme: Konu Kim (Mitrane), Simon Shibambu (Voz del espectro de Nino) y Jacquelyn Stucker (Arsace), esta última convertida en poco más que un saco a cuestas en esta versión escénica de Alden.

El director estadounidense opta por situar la acción en algún régimen autoritario indeterminado de Oriente Próximo, de claras resonancias musulmanas y exsoviéticas, con la recurrente presencia visual de una estatua colosal del rey asesinado y diversos retratos familiares. Más allá de la evocación de estos paralelismos históricos, el trabajo escénico de los personajes resulta más bien plano y lleno de lugares comunes, confiado en gran medida a la suerte de los intérpretes.

Antonio Pappano fue el responsable de concertar musicalmente la función del pasado 25 de noviembre, logrando un óptimo rendimiento de las huestes corales e instrumentales de la casa. La fluidez y la claridad discursiva se impusieron en la lectura del director británico, optando siempre por un discurso equilibrado, generoso para con las voces y atento en subrayar la riqueza colorista de la orquestación rossiniana. Si bien algo falto de carnalidad en algunos pasajes, su pulcritud fue irreprochable.

La actuación fue aplaudida ostentosamente por el público que llenaba al completo el coliseo londinense.

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