Madama Jaho
Fiel a su cita operÃstica, el Festival Castell de Peralada presentó una nueva producción de Madama Butterfly que no dejó a nadie indiferente.

Madama Butterfly. CortesÃa del Festival
Cuando Puccini descubrió la historia de Madama Butterfly, hacia el verano de 1900, en el londinense Teatro Duke of York, su escaso conocimiento del inglés no fue impedimento para que la historia de la geisha japonesa traicionada por un marinero americano le conmoviera profundamente. Y es que, aún más de un siglo después, el potencial dramático de la historia de David Belasco, inspirada en el relato de Luther Long, es capaz de superar cualquier barrera circunstancial o idiomática.
Nueva muestra de ello la tuvimos la pasada noche del 7 de julio en Peralada, con el estreno de la producción escénica del director andorrano Joan Anton Rechi, quien nos presentó, como queriendo explotar la devastación americana ocasionada en Japón, una la acción dramática trasladada en los años inmediatamente anteriores y posteriores a bombardeo atómico de Nagasaki. Durante el primer acto, el cambio de ubicación de la acción, situada en un figurado consulado americano de ostentosas columnas corintias, funciona dramáticamente gracias, en gran medida, a las referencias a una pequeña maqueta de la nueva vivienda adquirida por el marine, asà como al dinamismo escénico de los personajes propiciado por el movimiento de un donut giratorio. No obstante, los dos últimos actos nos muestran un escenario arrasado por el bombardeo nuclear que poco casa con el ambiente descrito en libreto y la atmósfera musical tejida por el meticuloso Puccini en su evocadora orquestación. Por ejemplo, la escena de las flores del final de tercer acto, substituidas aquà por prototipos artificiales y esparcidas entre las ruinas, encaja muy poco visualmente con el estallido de sensualidad del foso, como tampoco resulta creÃble que la protagonista retarde su suicidio después de que la orquesta ya lo haya anunciado.
Sin embargo, afortunadamente, estos leves desajustes escénicos resultaron circunstanciales ante la fuerza dramática de la obra y el extraordinario trabajo del espléndido reparto de intérpretes solistas. Entre estos últimos, brilló la con luz propia la inmensa Butterfly de Ermonela Jaho. La soprano albanesa hizo una recreación histórica de la infortunada geisha, interiorizando la fragilidad del personaje y ofreciéndonos una interpretación a flor de piel de su evolución psicológica hacÃa el abismo. Con un canto matizado, sumamente incisivo y delicado, la cantante logró exprimir cada nota de la partitura dotándola de un Ãntimo aliento dramático, frágil e ingenuo en el primer acto, afligido y exasperado a medida que se desmorona su inocente candor amoroso. Fue, sin duda, una de las interpretaciones más completas y conmovedoras del personaje que recuerda el abajo firmante.
Junto a ella, pudimos escuchar el vigoroso Pinkerton del norteamericano Bryan Hymel. Cantado con fogosidad y buena desenvoltura escénica, el tenor de Nueva Orleans lució un caudaloso instrumento, de firmes agudos e intensidad dramática, que fue de menos a más a medida que avanzó la representación. El Sharpless de Carlos Ãlvarez fue de manual: profundad y elegancia expresivas, magisterio canoro y autoridad escénica. No defraudó tampoco la espléndida Suzuki de la cantante catalana Gemma Coma-Alabert, perfectamente compenetrada con la soprano albanesa en su larga escena del segundo acto. Entre el competente equipo de coprimarios, destacaron el Goro del siempre eficaz Vicenç Esteve Madrid y el ostentoso PrÃncipe Yamadori del joven barÃtono catalán Cales Pachón.
El coro del Liceu tuvo algún leve desajuste durante el primer acto, aunque firmó una interpretación memorable del coro de pescadores en la segunda parte. La dirección musical del israelà Dan Ettinger supo imprimir buen pulso dramático a la obra y acertó en subrayar las texturas y las atmósferas de la preciosista orquestación pucciniana, si bien, no en todo momento, la Orquesta Sinfónica de Bilbao fuera capaz de seguir sus indicaciones.
Al finalizar, la ovación unánime del público en pie validó nuevamente la conmovedora fuerza emotiva de una historia que, entre otras muchas cosas, nos revela el cruel destino de la inocencia atropellada por la caprichosa frivolidad del egocentrismo humano.
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