Segundo Concierto Teatralizado de José Ramón Encinar: Messiaen, Stravinsky, Poulenc y al hoyo
Bajo el título Du bord d’abîmes, José Ramón Encinar ha presentado su segunda parte del ciclo que está mostrando en Teatros del Canal, con patrocinio de la Fundación BBVA. Originalidad y calidad en estado puro.

José Ramón Encinar durante la presentación del concierto. Cortesía FBBVA
Decía Walter Benjamin que todo documento de cultura es un documento de barbarie. Es una de sus expresiones más conocidas por lo que su desgaste ha sido grande. Pero podría ser perfectamente el lema del concierto teatralizado que ha presentado Encinar como segunda entrega del ciclo El mundo de ayer.
Unas palabras previas sobre esta iniciativa. El ciclo El mundo de ayer, concebido como un Concierto Teatralizado, es una novedosa y sugestiva iniciativa de uno de los artistas más sólidos y exigentes de nuestro panorama musical. Encinar, compositor (ahora en segundo plano), director de orquesta siempre presente, organizador de ideas que llevan todas ellas el ADN de una política musical de la máxima exigencia, ha decidido dar una respuesta personal al desasosiego cultural que vivimos desde los ámbitos de la programación. El Concierto Teatralizado que acaba de poner en pie se compone de un recorrido musical impecable y un entorno de narración que sitúa las obras musicales en un ámbito que las explica tanto como las interroga. Para ello acude a una teatralización discreta pero sugerente, un entorno de vídeo, para lo que cuenta con la complicidad de su hija, Elisa Encinar, artista plástica de amplio recorrido y, sobre todo, un guión propio en el que no faltan textos históricos que proporcionan una suerte de tercera dimensión.
En los dos Conciertos Teatralizados que han sido vistos hasta ahora, Encinar parece haberse fijado en algo así como: qué cosa ha sido esa del siglo XX, especialmente de esas primeras décadas en las que el fervor artístico parece haber corrido en paralelo con la extrema violencia de la que las dos guerras mundiales son solo sus puntos culminantes.
En Du bord d’abîmes, Encinar sitúa tres momentos musicales: el movimiento central del Cuarteto para el fin del tiempo, de Messiaen, La historia del soldado, de Stravinsky, y Le bal masqué, de Poulenc. Es bien conocida la historia del Cuarteto de Messiaen, compuesto y estrenado en el campo de concentración de Görlitz, Silesia, en 1941. Encinar decide que ese campo de concentración es la metáfora precisa de esos años, el telón de fondo de una cultura que va de la civilización a la barbarie en lo que tarda en bajarse un telón.
Un clarinetista (excelente Justo Sanz) toca esa pieza central del Cuarteto a solo, es una música desolada con algún pinchazo de alegría, que llega, obviamente, de los pájaros, esos fieles amigos de Messiaen. Y el entorno es la grisalla del campo apuntada teatralmente. Luego un vídeo duro, en el que la figura y la voz de Hitler parecen haber sido tratadas por Andy Warhol, y de pronto, La historia del soldado, que suena completa, y que desde su moralina de cuento popular (de Afanásiev a Ramuz) deja un poso de desasosiego y amargura porque, ¡ay!, ese diablo y ese pobre soldado nos resultan demasiado familiares. Y, por si fuera poco claro, unos textos en off de Primo Levi nos escupen amargas sentencias sobre la vida en los campos de concentración nazis.
Y, sobre una transición de la percusión que prolonga el final de esta obra sublime, todo se vuelve brillo entre el cabaret y el circo, es la música juvenil de Francis Poulenc compuesta sobre los versos de Max Jacob. Es París jugando a ser más París de lo que era realmente. Colores, telas brillantes, música demasiado alegre para ser cierta y, cuando acaba, Encinar salta del podio de dirección y descorre un telón que dice cabaret y, bajo esa tela tenue, aparece el tremendo lema de Auswitch: “Arbeit Macht Frei” (el trabajo hace libre). Allí alcanzó la “libertad” del genocidio Max Jacob una docena de años después del estreno de esta obra.
¿Qué ha sido todo? ¿Un sueño en un campo de concentración? ¿Era la cultura la norma y el horror la excepción o a la inversa? Nuestra civilización europea, si es que existe tal cosa, no ha podido responder a esto y nos pesa como plomo esta ausencia de respuesta. Y cada crisis nos lo recuerda (terrorismo, refugiados, depresión económica…)
Solo por esta reflexión la propuesta de Encinar tiene un mérito incalculable. Pero es que el riguroso artista que lleva dentro no le permite la menos relajación, la música está preparada y ejecutada al detalle, a los conceptos no les falla ni una coma, el programa de mano es completo y exhaustivo. Encinar, además, se divierte con el juego idiomático. Como un maestro de ceremonias, ordena y dispone de todos los elementos con precisión y, si no fuera por el excelente nivel de sus colaboradores artísticos, podríamos hablar de un one-man-show bastante insólito en el ámbito de la música clásica.
Y, ¿quiénes son esos colaboradores? Primero el grupo, Koan 2, una formación de diez buenos músicos y grandes amigos. Su prestación en La historia del soldado es notable, es ya obra de repertorio pero que no admite fallos, a partir de ahí es divertida de tocar, y Koan 2 lo transmite. También lo hace en Le bal masqué. Brinda, en suma, un excelente concierto y no se cortan en realizar alguna pirueta actoral. He señalado ya el mérito del clarinetista Justo Sanz tocando, en frío, esa delicada parte del Cuarteto de Messiaen. Pero hay un protagonista, el barítono Alfredo García, que recita e interpreta al atolondrado soldado de la pieza de Stravinsky y, sin solución de continuidad, canta la parte de Poulenc. Está muy bien en las dos obras, pero es la suma de ambas lo que tiene el mérito de un desafío ganado. Quizá la Sala Verde de Teatros del Canal, con ese matiz sordo que impone al sonido, deje un poco mate el mérito del cantante, pero sale airoso en un combate que pone el juego todos los registros de un cantante moderno: canto, teatralidad, chispa y versatilidad.
En suma, un gran éxito artístico empañado, quizá, por la tristeza encapsulada en los contenidos que Encinar vierte. Así ha sido el siglo XX y parece que el XXI no empieza mejor; y una vez más los grandes artistas se empeñan en dar lo mejor de sí mismos cuando el riesgo nos acecha.
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