Hansel y Gretel, una parábola sobre la desigualdad
El Teatro Real pone en escena una ópera de amplia aunque controvertida popularidad, Hansel y Gretel, del compositor alemán Engelbert Humperdinck. El montaje viene del Festival de Glyndebourne, lo que es una garantÃa de calidad.

Hansel y Gretel. Teatro Real © Javier del Real
Hansel y Gretel es uno de los cuentos más conocidos de los Hermanos Grimm, lo que es sinónimo de narración infantil. Primera reflexión: ¿es una ópera infantil?
Sigamos con la ceremonia de la ambivalencia. Su autor, el compositor alemán Engelbert Humperdinck, ha pasado a la historia de la música solo por esta ópera, ¿es un compositor de un solo tÃtulo? Es más, ¿es realmente conocido o, incluso, existió realmente?
Si vamos a Google, cuya capacidad para elevar a la categorÃa de estereotipo cultural cualquier grado de ignorancia es notable, nos encontramos con que Engelbert Humperdinck es un cantante inglés nacido en la India cuya popularidad hace tres o cuatro décadas fue reseñable practicando un estilo “croonerâ€, o dicho en castizo, de cantante melódico. Algún memorioso recordará que este cantante no se llamaba asà de origen y que adoptó este nombre suponemos que por alguna afinidad con el compositor alemán en un puro acto de “frikismo†(cuando aún no estaba activa esta expresión), ya que era lo opuesto a un nombre sonoro y pegadizo del tipo de Paul Anka, Frank Sinatra, Bobby Darin o Tom Jones.
Este cantante, hoy bastante olvidado fuera de los ámbitos de nostalgia anglosajona, ocupa al menos dos páginas del celebérrimo buscador y prácticamente toda la galerÃa fotográfica antes de que aparezca alguna entrada relativa al hacendoso compositor alemán que nos ocupa. Y como hoy Google establece la realidad, no lo tiene fácil la memoria de este compositor de una sola ópera y cuyo nombre fue usurpado.
¿Una ópera de niños o para niños?
El trazo grueso de la biografÃa de Humperdinck nos lo señala como un compositor wagneriano de rigurosa observancia. Nacido en 1854, y más de cuarenta años más joven que el admirado maestro, lo conoció en Nápoles y colaboró con él en la puesta en escena de Parsifal en 1882.
Tras la muerte de Wagner, un año después, Humperdinck continuó el inicio de su carrera con una serie de viajes profesionales, uno de los cuales le llevó a España, llegando a ser profesor en el Conservatorio de Barcelona entre 1885 y 1886. Fue profesor, académico y músico practicante hasta casi su muerte, acaecida en 1921.
Fue contemporáneo, de Richard Strauss (1864), que alabó sin reservas su ópera más conocida, o Gustav Mahler (1860). Y su plácida vida de músico serio, de oficio y de notable utilidad a su comunidad hubiera quedado en la estela de su zona de influencia unos pocos años si no hubiera puesto música a las andanzas de esos dos hermanos pobres y soñadores que un dÃa encuentran en el bosque una casa de chocolate y mazapán.
Hansel y Gretel surgió originalmente como una aportación del músico a unas representaciones familiares que organizaba su hermana. Huperdinck adaptó una serie de canciones infantiles que terminarÃan por ser el nervio de la futura ópera.
El libreto de la ópera fue realizado por su hermana Adelaide Wette y constituye claramente un acierto. En el cuento de los Grimm hay una madrastra mala que quiere librarse de los niños y que termina muerta para dejar el campo libre al buen padre y sus dos hijos. Wette opta por limpiar esta historia: no hay madrastra mala y los padres son muy pobres, su irresponsabilidad con los hijos está en consonancia con el atontamiento tÃpico del estado de pobreza. En cuanto a los hermanos, Wette los retrata como chavales atolondrados y traviesos, astutos al final cuando la situación lo reclama y nada más. Todo esto hace de la ópera de Wette/Humperdinck algo mucho más social que la historia de los Grimm.
Pero hay también elementos muy sugerentes, por ejemplo el papel del bosque. Es sabida la atracción a la vez que el temor que juega el bosque en el imaginario alemán; Elias Caneti, por ejemplo, habla del bosque como arquetipo nacional alemán. El bosque tiene vida, es agresivo pero también acogedor, nos habla y respira tanto como nos puede engullir. Esto es clave en la formación del niño en el imaginario romántico alemán, pero no deja de ser un actor importante en la inquietud del adulto.
Hay momentos del libreto de Wette en los que la fuerza telúrica del bosque no puede dejar de recordarnos a las alucinaciones de un Woyzeck, un personaje que luego convertido en Wozzeck por la inspiración de Alban Berg no ha dejado de atormentarnos. Es la llamada de la naturaleza, torturante a veces y seductora otras, y siempre presente en el romanticismo musical alemán desde Der Freischütz (Weber).
Camino de Glyndebourne
Esta producción acogida por el Teatro Real llega del Festival de Glyndebourne, paraÃso británico de la mejor forma de presentar ópera. Decir Glyndebourne es hablar de una garantÃa total de equilibrio entre teatro, música y operismo. Sus producciones son modélicas y asociarse con ellos es sinónimo de éxito artÃstico.
La presente Hansel y Gretel es de 2008 y cuenta con dirección musical de Paul Daniel y, especialmente, con una puesta en escena deslumbrante de Laurent Pelly. De hecho, esta producción es una auténtica reivindicación de esta ópera.
Pelly se plantea una actualización por la vÃa de la profundidad social del tema. La pobre familia vive en estado miserable en una casa de cartón que harÃa las delicias de cualquier sin techo, todo un hallazgo escénico. Sus pertenencias parecen un muestrario de neorrealismo. La madre es (o está) histérica a causa de las privaciones, el padre aparece borracho, los hijos presentan el desaliño caracterÃstico de la vida en una chabola. Se dirÃa que la pobreza es el quinto personaje del montaje.
El segundo cuadro, el bosque, es una desoladora visión de una serie de troncos de árbol pelados y tristes en los que aparece de vez en cuando basura y plásticos. Quizá el fin del mundo ha pasado por aquÃ.
Pero la traca es el tercer y último cuadro: la casita de chocolate y mazapán es una maravillosa construcción de estanterÃas llenas de productos de supermercados. La imaginerÃa del arte pop es aquà extraordinario logro. Incluso la vestimenta de la bruja malvada se corresponde con algún icono del mejor pop de los años sesenta: colores chillones y ajustados trajes de ama de casa desbordada por los kilos.
Que el sueño de abundancia de los dos pobres hermanos se sustancie en una geométrica acumulación de cajas de tigretones, donuts, helados industriales y demás cacharrerÃa alimenticia de la sociedad de consumo es un golpe de efecto maravilloso.
Se ha hablado de una denuncia obvia en este montaje del sueño del consumo. Esto es evidente, pero a fin de cuentas poco relevante ya que la ópera engulle cualquier denuncia con más voracidad que la bruja mazapán. Lo que convierte esta visión “social†del presente montaje en algo significativo es que bascula su contenido hacia el lado adulto de la historia.
Camino de la historia
Pero todos estos méritos con ser notables, no pueden ser suficientes para reivindicar esta ópera tan llena de equÃvocos. Y esto nos lleva a la música. Humperdinck tiene el hándicap casi insalvable de presentarse ante el examen de la historia con una sola ópera de éxito. Alguna otra obra, como Los hijos del rey (1910), es un arcano fuera de Alemania.
A ello se le añade esa inestabilidad de la propia obra, ¿es para niños o no? Que conste que obras maestras como L’enfant et les sortilèges, de Ravel sufren la misma prueba. Y otras delicadas crÃticas señalan que un autor tan wagneriano queda un poco entre dos sillas con esta ópera. Se ha llegado a decir que Hansel y Gretel es, quizá, la única ópera wagneriana que ha alcanzado la popularidad, aparte de Wagner, claro.
Y, ¿cómo es la música de Hansel y Gretel? Bien son wagnerianos de observancia los tres fragmentos instrumentales, el gran preludio, el postludio del segundo cuadro y el preludio del tercero. Es un wagnerianismo suave, como desgrasado y muy atractivo, pero es wagneriano. Si el autor estaba orgulloso de ello, ¿por qué lo vamos a negar los demás? Pero la ópera está trufada de canciones infantiles tradicionales muy bien buscadas, generalmente de Westfalia. Y lo que no es ni canciones tradicionales ni música sinfónica es una sutil materia muy bien trabajada en la que suenan ecos de leitmotivs y recitativos elegantes y muy bien construidos.
Pero, no nos engañemos, todo esto no hace una ópera y esta lo es. Lo que convierte Hansel y Gretel en un producto que soporta el paso del tiempo es que todo se funde en una sustancia operÃstica primorosa. Y ¿qué es eso? Bien, cuando podemos decir que esta historia tiene su mejor formulación artÃstica en una historia cantada. De hecho, los fragmentos instrumentales que seguiremos llamando wagnerianos, sin que sea un defecto, nos quieren contar cosas y lo logran. Y es que hablar de wagnerianismo como un defecto es un juicio cretino. Para Humperdinck militar en el wagnerianismo significaba creer que se podÃan contar historias desde la orquesta. El cine ha usado y abusado de ello durante décadas y todo el mundo lo ha alabado.
Queda otro punto delicado, y es el que ha servido para que el montaje que firma Laurent Pelly tenga su razón de ser, Hansel y Gretel es una ópera muy popular en Alemania, donde es fija en los momentos señalados para asistir con la familia, Navidad por ejemplo. Es normal que fuera de Alemania no sea tan sencilla esta popularidad, bastarÃa la dificultad del idioma para justificarlo. No es lo mismo para niños entender que no entender lo que se está cantando; con niños no bastan los subtÃtulos, ellos necesitan captar la totalidad. Con niños bien adiestrados y por encima de los diez años se puede intentar, pero hay que finalizar con que fuera de Alemania cuesta imponer esta ópera a los niños. Además, es una ópera de verdad en efectivos y esfuerzo artÃstico, y eso es caro, quizá inasumible si no entra en temporada. Asà que, ¿por qué no probar con adultos?
La idea es muy buena y este montaje es una apuesta decidida en este sentido. Pero no tendrÃa demasiado sentido si la música no acompañara. Y lo maravilloso es que la música es suficiente para introducirla en el canon operÃstico al uso. Un espectador normal actual, no necesariamente versado en vericuetos históricos en los que un estilema wagneriano constituye un baldón de desgracia, puede disfrutar con esta ópera por la coherencia de su música, el excepcional tratamiento vocal y dramatúrgico de los personajes y hasta con los claroscuros de su libreto en el que se esconden sugestiones más que interesantes. Y, no nos engañemos, el canon para los tiempos que vienen va a construirse asÃ.
En cuanto a las vicisitudes de este montaje madrileño, dejo a la crÃtica formal, como es habitual en este blog, la valoración del detalle de lo que sucede en el Teatro Real. El espectador avisado ha tenido la oportunidad de ver un vÃdeo de este montaje en la versión de Glyndebourne que fue ofrecido gratuitamente por el diario británico The Telegraph en Internet estas navidades pasadas. El montaje madrileño es muy fiel al original con alguna salvedad. En todo caso, los espectadores del Real pueden disfrutar con un elenco compacto y de alta calidad y con la hilarante vis cómica del tenor español José Manuel Zapata que está que se sale en el papel de la inefable bruja Mazapán. Tres bravos para este tenor cómico que pocos dÃas más tarde de que acabe este montaje se incorpora a los afanes de El pimiento Verdi en Teatros del Canal.
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