Una Bohème de orfebrería
La Compañía Ópera de Madrid continúa con su aventura en el Teatro Reina Victoria de Madrid. Tras Rigoletto y El barbero de Sevilla, en mayo le ha tocado el turno a La Bohème, de Puccini.
Seguimos con expectación la valiente y arriesgada aventura de Ópera de Madrid, compañía formada por un nutrido grupo de profesionales de la lírica con el fin de ofrecer ópera y zarzuela en la capital con rigor, solvencia y unos gramos de bendita locura.
Su primera temporada, comenzada en marzo y que brinda un título por mes, llega a la tercera ópera en este mes de mayo florido y cargado de fiestas en Madrid. Se trata de la popularísima La Bohème, de Puccini, una de esas óperas que un importante número de aficionados consideran fetiche y en la que se dan cita el lirismo más acendrado con la desbordante simpatía de cuatro revoltosos artistas (símbolo eterno de la juventud), dos deliciosas muchachas, amores, desencuentros y drama.
Es sabido que la historia original de Henri Murger, que se desarrolla en los años treinta del siglo XIX, influyó a todo lo largo de ese siglo con sus leyendas de bohemios que terminaron definiendo un estilo de vida que, ya a finales del siglo romántico, contenían bastante más sordidez que encanto. Puccini, que escribe la que sería su cuarta ópera en ese momento terminal del mito de los bohemios (la ópera se estrena en 1896), se enamoró de esta historia que le recordaba muchas de sus peripecias de joven estudiante en Milán y reconstruyó el estado de ánimo de la pandilla gamberra y juerguista de los protagonistas. Con ello se ponía de manifiesto más la energía juvenil de esos pobres vocacionales que el triste destino de los que no habían sabido salir del esquema miserabilista que tan bien reflejó Valle Inclán en su inmortal Luces de bohemia.
Y eso es lo que recibe el público en los 120 años de historia de esta ópera, juventud, encanto, arrojo, historias de amor y, para que aparezca el picante justo, una muerte lírica y cargada de emoción que termina soldando el espíritu del grupo ante la inefable tragedia.
Olvidar lo tantas veces escuchado
La enorme popularidad de esta ópera parece reñida con los aires que adoptan las corrientes líricas que predominan en los grandes coliseos. En un principio, parece bien que “lo de siempre” dé paso a trabajos que han permanecido en segundo o tercer plano a lo largo del siglo XX. Pero, como el esquema actual de superproducciones reduce la cantidad de títulos que suben a escena en cada temporada, “lo de siempre” se está convirtiendo en “lo de nunca”. A lo sumo, se espera que voces carismáticas puedan cantar los brillantes papeles de estas “populares” óperas para justificar algún montaje. Pero como van desapareciendo, y a los jóvenes o emergentes se les está cortando las alas del carisma, este repertorio languidece. ¡Cosas de la nueva ópera!
Yo tampoco me mato por escuchar por enésima vez títulos ya bien conocidos, pero si surge la ocasión, tengo mis estrategias. Para empezar, abandono cualquier pretensión crítica. No voy a ver cómo resuelven los intérpretes, lo percibo pero no es mi principal motivación. Más bien me concentro en olvidar lo que ya conozco; me concentro en el instante y pienso, como si yo mismo estuviera componiendo la ópera, cómo abordaría la frase siguiente. Y con Puccini siempre me ocurre que descubro a un compositor infalible, a alguien que me sorprende a cada momento por su invención.
Y, a la salida, vuelvo a pensar cómo es posible que se haya convertido en una moda ningunear a este gigante. Entiendo que representa la gran ópera comercial italiana. Pero si esto es un defecto, alucino. Se trata de lo mismo que se elogia sin restricciones cuando se trata del cine: conectar con el público, considerar los aspectos de gran industria de ese medio de comunicación artística, emocionar, convertir en idiomático lo que en principio no parece que vaya a serlo, en fin… residuos molestos del derrumbe de “la muerte de la ópera”.
Un montaje equilibrado
En el caso de Ópera de Madrid, parto de una simpatía y complicidad con el proyecto de este grupo entusiasta que se contagia a lo que sucede en escena. Asisto a la función de presentación de La Bohème, la del 1 de mayo. Lo señalo porque a lo largo de todo el mes, se alternarán varios repartos: tres Mimis, otros tantos Rodolfos y Marcelos, cuatro Musettas y un par de rotaciones para Colline, Schaunard y Benoît / Alcindoro. También habrá tres directores de orquesta para cubrir la exigente tarea de una función diaria del 1 al 27 de mayo.
En estas condiciones, no me parece justo destacar nada del reparto al que asisto. Me encanta, desde luego. Mimí es Hevila Cardeña; Rodolfo, Vicente Ombuena; Marcelo, Enrique Sánchez Ramos; Musetta, Ruth González; Colline, José Antonio Carril, Schaunard, John Heath; y Benoît / Alcindoro, Javier Ibarz. Completan el reparto Ricardo Pérez (Parpignol), Alfonso Esteve (Aduanero) y Javier Castañeda (Sargento); estos tres no rotan. La dirección de orquesta de ese día 1 es de Mariano Rivas, en cuanto a la escena, es de Juan Manuel Cifuentes.
Destaca el equilibrio vocal y la entrega de todos los artistas. Es un trabajo impecable. Algo menos de equilibrio hay en la relación con la orquesta, como podía esperarse en las difíciles condiciones espaciales y acústicas del Teatro Reina Victoria. Puccini tiene una orquestación endiablada, difícil de reducir a la mitad, pero incluso así, la posición de la orquesta en el mismo plano que el espectador no lo pone fácil y hay algún momento en que, inevitablemente, cubre las voces. Con todo, no llega a ser grave y el espectador capta la totalidad del espectáculo con una dignidad encomiable.
En cuanto a la dirección de escena que propone Cifuentes, hay que destacar la pericia empleada para adaptarse al magro fondo del teatro, que solo plantea problemas aparentes en el II Acto, con el bullicio de la calle. El resto aparece como muy plausible y, como ya señalé en el comentario de Rigoletto, la plenitud escénica quita posibilidades teatrales, pero lo agradecen las voces que nunca cantan lejos de la corbata.
En suma, un nuevo milagro lírico que el público asistente agradeció como si de un reencuentro se tratara. Y es que pocas veces el espíritu de La Bohème habrá estado tan acorde con la sustancia artística de los intérpretes que la encarnan en las inmediaciones de la Carrera de San Jerónimo de Madrid: juerga, complicidad, algo de penuria, entusiasmo y enormes ganas de mostrar el talento que muchos otros no quieren ver.
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